Alta sensibilidad ambiental: signos y características

Alta sensibilidad ambiental: signos y características
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 02 diciembre, 2019

Sonidos u olores fuertes, luces brillantes, aglomeraciones de gente… La alta sensibilidad ambiental caracteriza a todas esas personas que experimentan un estrés elevado ante ciertos estímulos sociales, físicos y emocionales que habitan en su entorno más próximo. Lejos de ser algo anecdótico, esta condición puede alterar tanto nuestra productividad como el equilibrio psicológico.

Decía John Dewey, conocido pedagogo y psicólogo estadounidense, que nuestro bienestar depende siempre de lo ajustados que estemos con nuestro escenario social. Cualquier alteración, cualquier pequeña irregularidad o fricción, genera en nosotros una inestabilidad psíquica y fisiológica inmediata.

“Hemos modificado tan radicalmente nuestro entorno que ahora debemos modificarnos a nosotros mismos para poder existir dentro de él”.

-Norbert Wiener-

Por ejemplo, si estamos en una habitación que hace mucho calor nos sentiremos mal, y por tanto, intentaremos que la temperatura de ese lugar se ajuste a nuestras necesidades. Otro ejemplo: si caminamos por la noche en una calle oscura y solitaria y escuchamos unos pasos a nuestra espalda, experimentaremos una sensación de amenaza, un estímulo ante el cual nuestro cerebro nos obligará a emitir una respuesta: correr, llamar por teléfono o darnos la vuelta para encarar la situación.

Ahora bien, cuando hablamos de la alta sensibilidad ambiental estamos ante un tipo de experiencias más particulares. Pensemos en un escenario donde un grupo de personas (por ejemplo, un entorno laboral) se sienten cómodas. Todas, excepto una, alguien con un umbral más sensible a los sonidos, a las conversaciones, a la luz de esa oficina e incluso a ese velo invisible donde queda suspendido todo lo emocional

Alta sensibilidad ambiental: ¿por qué lo sufrimos?

El tema de la alta sensibilidad ambiental no es nuevo. Por curioso que nos resulte, la psicología ecológica lleva décadas estudiando la forma en la que nos relacionamos con nuestro entorno más próximo. En esa interacción, se tiene en cuenta nuestro organismo, a nuestra mente y también a nuestra cultura.

Así, autores como Lazarus, Folkman y Cohen desarrollaron un modelo teórico donde explicaban que esa sensibilidad se basa en una serie de condicionantes muy específicos. Cada uno de nosotros tenemos unos umbrales de tolerancia hacia ciertos estímulos, esos que no podemos controlar y frente a los que carecemos de estrategias personales para reducir su impacto sobre nosotros.

Por otro lado, también existen otros enfoques que tienen en cuenta nuestra personalidad. Así, y como ejemplo, la universidad de Harvard pudo demostrar que el cerebro de las personas introvertidas se caracterizaba precisamente por una alta sensibilidad ambiental. Por término medio, un estilo de personalidad introvertido muestra una mayor atención a los detalles cotidianos, un hecho que genera a menudo una sobrecarga en caso de que en el entorno haya un exceso de estimulación.

Asimismo, ese exceso de estímulos, ya sean auditivos, visuales, táctiles, etc., genera en ellos un nivel mayor de estrés y agotamiento. Por no hablar de otro hecho relevante: su alta sensibilidad a las emociones de los demás, a la ansiedad, a las preocupaciones, a los miedos que otros dejen impregnados en esa atmósfera ante la que no todos sabemos colocar filtros. Ese contagio emocional es otro hecho frecuente en las personas con alta sensibilidad ambiental.

¿Qué características tiene la alta sensibilidad ambiental?

Un dato relevante que debemos considerar sobre esta condición psicológica es que entra dentro de un espectro. Es decir, habrá personas con mayor sensibilidad y otras con un umbral un poco más resistente a estos estímulos psicosociales de su entorno. Veamos cuáles son las características más comunes:

  • Incomodidad ante luces brillantes, sonidos fuertes y ciertos olores.
  • Sobresaltos ante sonidos repentinos, como una frenada de un coche, una puerta que se cierra, un vaso que se cae…
  • Incomodidad en escenarios donde de manera continuada hay un buen número de personas. Asimismo, también se experimenta estrés cuando se está en un lugar donde ocurren varias cosas a la vez (televisión encendida, conversaciones, niños jugando, teléfono sonando…).
  • La persona altamente sensible suele sentirse muy afectada por las noticias negativas de los medios.
  • Asimismo, es común que sientan rabia, tristeza y decepción cuando ven o leen hechos donde la humanidad se muestra injusta o violenta.
  • Todas estas emociones las manifiestan mediante procesos psicosomáticos: dolor de cabeza, fatiga, problemas de piel…
Hombre sufriendo estrés

Formas de gestionar la sensibilidad ambiental

Bien, ya sabemos qué es la sensibilidad ambiental; ahora, ¿qué podemos hacer cuando esta es muy grande? La respuesta a esta condición no está en evitar aquello que nos produce estrés. Es más, tampoco está en nuestras manos controlar todo aquello que nos envuelve. No podemos, por ejemplo, bajar el sonido del tráfico, pedir a las personas que dejen de hablar o que desocupen espacios. No podemos, en esencia, poner orden en unos entornos caracterizados por la hiperestimulación, la imprivisibilidad y la anarquía.

La respuesta no está en el exterior, está en nuestro interior, en minimizar el impacto que tienen esos estímulos sobre nuestra mente y nuestro cuerpo. Por tanto, para manejar al hispersensibilidad nada mejor que trabajar nuestra inmunidad emocional y sensorial.

  • Identifica cuáles son tus estresores e idea cómo defenderte de ellos (si es la luz, ponte gafas, si es el sonido ponte auriculares…).
  • Aplica técnicas de relajación y de atención. Por ejemplo, si te angustia los cúmulos de gente, pon tu mirada en un estímulo fijo (la luz de un techo, una ventana, un cuadro, un anuncio de la calle…) Mientras lo hagas, procura trabajar tu respiración.
  • Establece tiempos de descanso a lo largo de tus jornadas. A veces, nos basta solo con 5 minutos cada 40 minutos para relajar la mente. Basta con caminar un poco, ir a un espacio donde haya silencio o incluso meditar unos momentos.
  • Por último, y para evitar el contagio emocional, es necesario que dejemos de poner el foco en el exterior para situar la propia mirada en uno mismo. Toma conciencia de tus propias emociones y establece un muro. Evita la permeabilidad, que nada altere tu calma, céntrate en tu propio estado mental.

Para concluir, todos, en cierto modo, somos sensibles a nuestro entorno. Sin embargo el límite está en que todos esos estímulos nos afecten lo menos posible para permitirnos movilidad, productividad, eficiencia y ante todo bienestar. Aprendamos a poner adecuados filtros a ese mar de estímulos que siempre nos rodea.


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.