Cerebro y comida: comer saludable no es tan fácil como parece

Comer de manera saludable no es sencillo. Nuestro cerebro media muchas veces en el tipo de alimentos que elegimos consumir dependiendo de cómo nos sintamos.
Cerebro y comida: comer saludable no es tan fácil como parece
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 13 septiembre, 2023

Cerebro y comida tienen una relación directa; una asociación a la que no siempre le damos la importancia que merece. Vivimos en esa época en la que nos bombardean con términos como “real food” o “alimentación consciente. Se nos insta también a atender nuestra alimentación para cumplir ciertos estándares de belleza o a elegir esos supuestos “superalimentos” que cuidarán al máximo de nuestra salud.

Ahora bien, hay algo que deberíamos considerar. En cuanto a la comida, tendríamos que atender más a cómo nos hace sentir que a cómo produce cambios en nuestra imagen corporal. Porque lo cierto es que el cerebro también modula el tipo alimento que elegimos en función de cómo nos sentimos, lo que no siempre juega a nuestro favor.

De este modo, en lugar de obsesionarnos en cumplir determinadas dietas o elegir productos en apariencia muy saludables, sería recomendable atender otro enfoque más. Regular y manejar las emociones es tan importante como elegir qué ponemos en nuestros platos cada día.

La dieta afecta a nuestras emociones y a su vez las emociones impactan en qué alimentos elegimos consumir. Comer bien depende de muchos factores que no siempre tenemos en cuenta.

mujer comiendo donut representando el cerebro y comida

Cerebro y comida, ¿cómo se relacionan?

Si hay algo que le encanta al cerebro es la grasa, el azúcar y la sal. Para nuestros antepasados lejanos, era complicado acceder a estos recursos tan útiles para la supervivencia; de esta manera, parece que estamos programados de alguna forma para consumir todos los que podamos cuando los tenemos a nuestro alcance. La forma en la que su consumo activa nuestros circuitos de recompensa es muy grande, podríamos decir incluso que son reforzadores muy potentes.

De este modo, cada vez que pasamos por épocas complicadas y el estado de ánimo presenta altibajos, es común intentar activar nuestro circuito de recompensa por esta vía. La comida basura, rica en grasas, sal y azúcares gratifica al cerebro nos proporciona un placer instantáneo. No obstante, ese deleite es breve y también adictivo. Poco a poco, derivamos en estilos de alimentación nocivos para la salud física y también la psicológica.

La alimentación emocional y el cerebro “tramposo”

Sería maravilloso disponer de un cerebro que nos motivara siempre a escoger la opción más saludable para incluir en nuestra dieta. Sin embargo, la forma en que nos alimentamos bebe de nuestra educación, nuestra cultura y nuestra biología. De este modo, si nos preguntamos ahora qué factor media más en cómo comemos, la respuesta es sencilla: las emociones.

El cerebro no nos ayuda precisamente a mantener una dieta correcta. Estudios, como los realizados en la Universidad de Ámsterdam, nos señalan algo revelador. Las personas que se alimentan impulsadas solo por sus emociones tardan más en sentirse saciadas. Aparece un problema en la estimulación del receptor GLP-1 asociado a la saciedad.

Estar ansioso o sentirnos mal por nuestros problemas afecta de manera directa a cómo nos alimentamos. Cerebro y comida están íntimamente relacionados porque si las emociones modulan nuestra conducta, también afectan a cómo comemos.

Somos el resultado de nuestros buenos (o malos) hábitos

El cerebro es el sofisticado resultado de nuestra evolución. Asimismo, hay algo evidente, la propia alimentación ha sido un factor indudable en la selección y el avance humano. Pasar de la caza y de la recolección primitivas a la dieta del paleolítico mucho más rica en nutrientes fue todo un hito evolutivo.

Cerebro y alimentación son el claro resultado de nuestros hábitos de vida. Tanto es así que muchas de las enfermedades actuales, según un estudio del doctor Bob Weinhold, experto en epigenética, depende en gran parte de los factores externos que nos rodean.

La sociedad, la educación, el trabajo, el estrés, la cultura… Todos esos elementos afectan a cómo nos alimentamos y esto, más que los genes, afecta a nuestra salud.

El cerebro queda modelado por aquello que vemos, sentimos y nos transmite la sociedad. En la actualidad, alimentarse bien requiere tiempo y este es un elemento del que carecemos a día de hoy. Nuestro estilo de vida, basado en las prisas, la preocupación y las presiones, nos invita a alimentar las emociones, no al organismo.

Hombre triste pensando en el cerebro y comida

Cerebro y comida: las emociones afectan a la alimentación (y también a la inversa)

Las emociones también se comen o, mejor dicho, nos instan a elegir unos productos sobre otros. Esto nos invita a reflexionar también ante el hecho de que, en realidad, no podemos diferenciar entre alimentos “buenos” y “malos”. El problema está en la cantidad y en la dificultad de llevar una dieta variada y equilibrada.

Cerebro y comida se retroalimentan de dos maneras. Por un lado, sabemos que la manera en que nos sentimos afecta a qué productos elegimos ingerir en cada momento y situación. Ahora bien, aquello que le damos a nuestro cuerpo media también en cómo nos sentimos.

Así, y como ejemplo, trabajos de investigación como los realizados en la Universidad de Foggia en Italia nos indican que la dieta mediterránea, por ejemplo, media en nuestra salud mental. Sin embargo, basar nuestra dieta (en exclusiva) en un alto contenido en grasas saturadas y niveles calóricos, puede abocarnos a una depresión.

Para concluir, procuremos recordar siempre que, más allá de las modas y los gurús de las dietas, están nuestras emociones. Una alimentación saludable requiere también saber gestionar el estrés, la ansiedad, la autoestima y todos esos aspectos que afectan al equilibrio psicológico.


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