El caso de los aficionados holandeses: cuando la masa aumenta la maldad

El caso de los aficionados holandeses: cuando la masa aumenta la maldad
Cristina Roda Rivera

Escrito y verificado por la psicóloga Cristina Roda Rivera.

Última actualización: 18 agosto, 2019

Hay noticias que jamás deberían de existir, que retratan la maldad humana cuando actúa con la complicidad de una masa importante de personas. El pasado Martes, 15 de Marzo, aparecían en los telediarios unas imágenes que desde fuera tenían una difícil explicación. Aficionados de un equipo de fútbol, concretamente del PSV, habían dedicado parte del tiempo antes del partido a mofarse y humillar a personas que estaban pidiendo en la plaza mayor de Madrid.

Ver a esas mujeres humilladas frente a una decena de personas que las vitoreaban y les lanzaban “olés” por recoger monedas del suelo lanzadas por ellos mismos dibujaba un retrato demasiado desagradable y grotesco. Si ya es escandaloso que un grupo de personas se dediquen, por iniciativa propia, a humillar a personas que atraviesan una situación complicada, existe en la misma situación algo quizás más preocupante.

Preguntémonos, en una plaza abarrotada de gente… ¿Por qué no fueron a su defensa más personas?, ¿Por qué la policía desalojó del lugar a las mujeres y no a los aficionados?

A veces la masa saca lo mejor de la solidaridad del ser humano pero en otras ocasiones y casi siempre bajo determinados parámetros agrupaciones de personas puede convertirse en un caldo de cultivo de la degradación individual. En muchas ocasiones la masa aumenta la maldad.

El efecto espectador o la difusión de la responsabilidad

Cuando vemos el vídeo de lo que ocurrió, uno de los aspectos que causa más interrogantes es el hecho de que exista el propio vídeo, de que haya personas que pasen de largo o asistan a una humillación a la que se habrían opuesto si alguien les hubiera preguntado -en otro contexto- sobre qué harían en caso de asistir a una situación parecida.

Las vejaciones fueron “in crescendo” y los hinchas empezaron a tirar trozos de pan a las mujeres, las animaron a hacer flexiones como si estuvieran en el estadio y su equipo fuera a lanzar una falta y quemaron billetes en su cara, además de burlarse de todo lo que hacían sin cese ni piedad alguna.

Estos ataques en público y la pasividad de los demás ante tales ataques nos remite al “fenómeno del espectador o difusión de la responsabilidad grupal”. En 1968 John Darley y Bib Latane publican en el Journal of Personality and Social Psychology una investigación titulada “La intervención de los espectadores en emergencias: la difusión de la responsabilidad”.

rumanas en plaza mayor

Este estudio expuso que los individuos que son testigos de un crimen no ofrecen ninguna forma de ayuda a víctimas cuando hay otras personas presentes. De hecho, este efecto sostiene que, a mayor número de espectadores con posibilidad de intervenir y ante la escena de una persona le peligro, es menor la probabilidad de que alguien se responsabilice y ayude a la víctima potencial.

La investigación se puso en marcha tras el brutal asesinato de la joven Kitty Genovese el 13 de marzo de 1964 frente a su hogar. Ella estacionó su coche frente a su apartamento, cuando un hombre la asaltó y la apuñaló dos veces en la espalda.

Kitty Genovese gritaba sin cesar y pedía ayuda, numerosos vecinos estaban asomados a las ventanas y contemplaron el crimen. El ladrón huyó pero regresó diez minutos más tarde para herirla aún más y abusar sexualmente de ella. Este ataque duró una media hora y ocurrió ante casi cuarenta personas y solo un vecino reaccionó llamando a la policía cuando ya era demasiado tarde.

El hombre en la masa se entrega con más seguridad a la violencia

Otro aspecto a tener en cuenta en este hecho es la violencia surgida del grupo de agresores que parecía ir en aumento y se contagiaba sin cesar entre los que la veían. Gustave Le Bon hizo un estudio del “alma de las masas”, que describiría fenómenos cómo los que se dan en un campo de fútbol.

Algunas características del funcionamiento de la masa son el sentimiento de poder invencible, el contagio de los sentimientos y forma de actuar, la sugestionabilidad, el funcionamiento primitivo y el mecanismo de supervivencia. Los sentimientos de la masa son simples y exaltados. Esta quiere ser dominada y someter a la vez.

La sociedad en masa potencia algunas actitudes y comportamientos negativos en el individuo, como pueden ser: la impulsividad, el anestesiamiento del juicio personal, la necesidad de reconocimiento social por encima de la ética de la propia conducta molecular o la entrega de la voluntad. Así, la masa crea un contexto particular en el que escenas, como la de la Plaza Mayor de Madrid, son más comunes.

Fanáticos del psv agrediendo a mujeres mendigas

La importancia de la educación

Es curioso, pero en esta humillación, llevada a cabo con la complicidad en forma de pasotismo de muchos transeúntes, podemos determinar varios factores que pudieron precipitar el inicio del comportamiento en sí y ya no el hecho de que se mantuviera y no recibiera censura. Algo sobre lo que ya hemos reflexionado hasta ahora.

En primer lugar, podemos hablar de la educación. De la ausencia de unos valores fuertes en los que se vea respaldada la idea de que todas las personas, por el hecho de serlo merecen un respeto. Nadie tiene derecho a pisar la dignidad de nadie y menos aún cuando estas conductas se realizan con el mero interés de “pasar un buen rato”.

Respeto porque cuando vas a otro país, aunque solo sea por unas horas, no debes olvidar que eres un invitado. Que tú puedes estar de fiesta pero que en el entorno en el que te encuentras hay personas que intentan sobrevivir, ya no vivir, al paso de los días como mejor pueden. Que aunque sea la sede de tu rival deportivo, no deja de ser la casa de cientos de personas a las que ofendes.

Un mundo que no es justo

En segundo lugar, podemos hablar de la idea de un mundo justo. De la necesidad de entender la pobreza como algo que les ocurre solamente a personas poco trabajadoras, malas o que no han querido aprovechar las oportunidades que la vida les ha brindado. Para algunas personas, abandonar esta creencia significa enfrentarse al precipicio en el que asoma la idea de que ellas también podrían encontrarse en ese lugar si la fortuna así lo hubiera querido.

Salvo personas enfermas o que lo han dado todo por perdido, a nadie le gusta tener como única forma de sustento la generosidad de los demás. Lo cierto es que todos necesitamos sentirnos de alguna manera útiles y en crecimiento, necesitamos de esa sensación de orgullo interno que da el hecho de poder crecer y pagar con trabajo el pan con el que nos alimentamos.

Además, cuando la pobreza absoluta y la vida en la calle son la única experiencia vital de algunas personas, su autoestima y sentido de la degradación está muy distorsionado y son más vulnerables a abusos de este tipo. La aporofobia o la fobia al indigente crece conforme la situación económica en los países empeora. En realidad, es un mecanismo de defensa que hace pensar que el rechazo a ese tipo de personas te sitúa en un escalón superior a ellos.

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Vemos como el ataque se perpetra a mujeres pobres, inmigrantes y de etnia gitana, por lo que el clasismo y la xenofobia están inherentes en el infame retrato. Los que cometen este acto no están haciéndolo con una motivación de defensa o mero desprecio: ellos saben que su actitud va a humillarlas y eso es lo que les divierte. Ver cómo se humillan ante ellos les proporciona su razón para el goce: demuestran su supuesta superioridad social.

Afortunadamente, todavía quedan personas que se escandalizan ante tales actos y la mayoría de las reacciones han sido unánimes en condenarlo sin perderse en consideraciones que otros tildan de relevantes, como señalar que “son mujeres habituadas a eso” o que ellas “también tienen lo suyo”. Este tipo de “precisiones” retrata el nivel moral e intelectual de muchas personas.

Las drogas nos dejan sin ética

En tercer lugar, hablamos del alcohol. Como todas las drogas, disminuye el poder que tiene nuestra corteza pre-frontal sobre aquello que hacemos. Falsamente podemos tener la sensación de que nos vuelve más valientes, ya que empequeñece ciertos miedos que nos atan y que son injustificados. Algo que ha sucedido siempre en las discotecas o en los lugares de interacción social, parece que cuando corre el alcohol hasta el más tímido deja de serlo.

Sin embargo, esta falta de reparos para frenar nuestros impulsos tiene dos caras. En contra de la amable que hemos descrito antes, podemos identificar a aquella cara del alcohol que permite anular nuestra ética y nos pone en el disparadero de seguir a nuestros impulsos sin control alguno. En la imágenes de la vergüenza podemos observar como la mayoría de los agresores tenían un vaso en la mano, a buen seguro lleno de algún líquido que no era agua, precisamente.

Al final, de una imagen así podemos mejorar en dos direcciones:

  • Como sociedad, asumiendo y educando para que asumamos la responsabilidad de intervenir en situaciones en las que lo haríamos si no tuviéramos el conocimiento de que otros las conocen igual que nosotros. Nuestra responsabilidad es la que es, con independencia de quienes estén presente.
  • Por otro lado, la necesidad de una educación que le ponga unos cimientos sólidos al respeto, a por qué se produce la pobreza y haga que las drogas no sean necesarias para afrontar nuestros miedos sin amordazar nuestra ética.

Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.