Educación emocional para la igualdad de género

Desarrollar una inteligencia emocional desde la infancia puede llevar a hábitos y experiencias gratificantes en la edad adulta. Esta puede capacitar para afrontar los cambios en la vida e incrementar el nivel de bienestar psicológico.
Educación emocional para la igualdad de género
Paula Villasante

Escrito y verificado por la psicóloga Paula Villasante.

Última actualización: 31 enero, 2022

La educación es poder. Es el arma más poderosa para “crear una persona”. Es por eso que últimamente comenzamos a hablar de la necesidad de impartir clases de inteligencia emocional en las aulas. Así, la educación emocional parece ser crucial para crear seres humanos libres, consecuentes y justos.

Adquirir una educación emocional integral por parte de ambos sexos parece la alternativa indicada para la gestación de un concepto de género constructivo que respete la diferencia y contemple la igualdad desde los derechos humanos (2-5).

Además, la inclusión educativa es un derecho universal (6). Así, esta aboga por un sistema educativo fundamentado en la igualdad y/o no discriminación, que apoye el máximo crecimiento del individuo como sujeto competente a nivel cognitivo y socioemocional (7).

La escuela inclusiva como un derecho

El sistema educativo ha de adaptarse a las necesidades de todas las personas. Es por eso que se apuesta por la inclusión de la inteligencia emocional en la educación integral.

La inteligencia emocional se define como un conjunto de habilidades, tanto sociales como emocionales, que de ser socializadas en condiciones de igualdad de género fomentaría la construcción de la personalidad resistente e integral (8).

Educar en las emociones podría ayudarnos a conseguir una educación más eficaz. Así, la inteligencia emocional favorece un carácter inclusivo en la escuela cuya viabilidad radica en derribar, o en el caso de la infancia, no levantar barreras culturales que coarten el mejor desarrollo adaptativo del individuo independientemente del género que ostente (9).

Pinzas con caras de emociones

La inteligencia emocional como herramienta en el ámbito escolar

La inteligencia emocional puede convertirse en una gran herramienta a la hora de educar en valores. Es por eso que algunos autores creen que puede ejercer como intermediaria de las consecuencias de las habilidades cognitivas y el rendimiento académico (10).

Algunos autores han estudiado cómo afecta la inteligencia emocional a la conducta. Dependiendo de si su inteligencia emocional es alta o baja, sus hábitos sociales e impulsividad cambian:

  • Los alumnos/as cuya inteligencia emocional es baja tienden a mostrar conductas antisociales. Esto se debe a que tienen mayores índices de impulsividad y menos hábitos sociales (11).
  • Los alumnos/as que presentan puntuaciones más altas en inteligencia emocional tienden a desarrollar vínculos interpersonales más positivos. También muestran un índice bajo en cuanto a los enfrentamientos con sus amistades (12).

Además, desarrollar una inteligencia emocional desde la infancia puede llevar a hábitos y experiencias gratificantes en la edad adulta. Esta puede capacitar para afrontar los cambios en la vida e incrementar el nivel de bienestar psicológico (13-15).

Educación emocional en primaria

La infancia es el período más susceptible en lo que se refiere al desarrollo de la personalidad. Así, el aprendizaje de las competencias emocionales de los alumnos/as juega una labor fundamental en la Educación Primaria en España (16).

Al crear relaciones constructivas basadas en la igualdad, podría evitarse que tanto las niñas como los niños adquiriesen un autoconcepto infra y/o sobrevalorado respectivamente, que desencadene la violencia simbólica responsable de la violencia de género (17).

Profesora con alumnos

Algunos modelos que trabajan las competencias de la inteligencia emocional

  • El modelo de competencias de Goleman (1995).
  • Modelo multifactorial o de inteligencias no cognitivas de Bar-On (1997).
  • Modelo de las cuatro ramas de Salovey y Mayer (1990).

Conclusiones

La violencia de género tiene un origen social y cultural. Son las normas basadas en estereotipos de género de corte patriarcal desde donde la mujer es subordinada al varón prescindiendo de derechos tan fundamentales como el “derecho a tener derechos” (18).

Para acabar con este problema sistemático, lo mejor que podemos hacer es acudir a la raíz. Así, es en la infancia cuando comienzan a producirse las diferencias que después darán lugar a la violencia de género. Es aquí donde la educación ejerce su papel principal.

Es obvio que en este proceso de cambio no sólo ha de participar la educación. Una intervención eficaz centrada en la redefinición de un proceso de socialización integral para hombres y mujeres requerirá de una implicación institucional múltiple (política, jurídica, legislativa, educacional…) (19).

Así, desde la educación primaria se puede conseguir una educación inclusiva cuyo objetivo sea suprimir las limitaciones personales hasta lograr su total desarrollo como individuo y sin etiquetas de género (20). Es aquí donde tiene un papel importante la educación emocional.


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