El reconocimiento, la clave de la dignidad y la autoestima

El reconocimiento, la clave de la dignidad y la autoestima
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 27 marzo, 2018

Todos necesitamos reconocimiento. Primero de nosotros mismos para validarnos en nuestras capacidades, imagen y valías. Asimismo, el reconocimiento es también ese pilar con el que asentar las bases de autoestima en los niños, el impulso que necesita el empleado en su trabajo y el vínculo que erigirá una relación sólida entre la pareja, ahí donde sabernos amados, valorados, apreciados…

El concepto de reconocimiento, por curioso que nos resulte, suscita en ocasiones algún malentendido. Hay quien lo ve como una dimensión negativa, porque las personas que buscan de forma continuada ese refuerzo positivo de los demás son incapaces de mantener una adecuada independencia emocional. Son, a ojos de muchos, personalidades que construyen su autoestima en base a las respuestas que les ofrezcan otros.

“No desprecies a nadie; un átomo hace sombra”.

-Pitágoras de Samos-

Bien, cabe decir que la clave de todo ello está en el equilibrio. Porque si hay algo que no podemos descartar, es la gran relevancia que el reconocimiento tiene en nuestro tejido relacional, social y emocional. Es más, si recordamos ahora la pirámide de necesidades de Maslow veremos que el reconocimiento ocupa un lugar destacado. Es en este punto de la jerarquía donde se contiene esa sutil armonía entre el auto-reconocimiento o la capacidad de sentirnos competentes con nosotros mismos con la importancia de que también los demás valoren lo que somos y hacemos.

Pirámide de Maslow

El reconocimiento, una forma de dignidad personal y social

El ser humano vive en una constante dualidad. A todos nos agrada sentirnos presentes en un entorno, pero a su vez, también disfrutamos estando ausentes, sintiéndonos libres, independientes y separados en ocasiones de nuestros escenarios cotidianos. Ahora bien, algo que a nadie le puede agradar es ser invisible. Ser esa figura que nadie ve ni aprecia, que no se tiene en cuenta.

Esto lo sabe bien el niño que habita en las últimas filas del aula, en un rincón del patio sin nadie con quien hablar, con nadie con quien deleitarse de una infancia rica y colorida. Lo sabe el adolescente al que nadie valora pero al que todo el mundo sanciona. Y lo sabe bien la persona que no se siente valorada por la pareja, que habita en el trastero de la más profunda soledad y desconcierto emocional. El reconocimiento es un tendón psíquico que nos valida con nuestros grupos de referencia y que, a su vez, nos dignifica como personas.

Porque reconocer a alguien es visibilizarlo. Es darle presencia, es permitirle “ser”, “estar” y crearse a sí mismo en libertad. Es apreciar a alguien por lo que es confiriéndole un afecto que impulsa el crecimiento personal, pero que no coarta ni invalida. El reconocimiento genera auto-aceptación para que, de algún modo, podamos también fortalecer aún más el músculo de nuestra autoestima.

Chica con el pelo suelto pensando el reconocimiento

Por otro lado, un aspecto que no podemos olvidar sobre la autoestima es que en esa percepción auto-evaluativa, se incluye también la forma en que creemos que nos ven los demás. Una cosa no se puede separar de la otra. Somos seres sociales y aquello que nos digan u opinen los demás sobre nosotros nos influirá de un modo u otro.

El reconocimiento es importante, pero no podemos depender en exclusiva de él

Somos conscientes de que pocas cosas pueden ser más dolorosas que el rechazo. Experimentar el abandonado o el desprecio dentro de nuestro grupo social de referencia enciende nuestras alarmas y el botón del pánico. Porque la soledad no elegida, el aislamiento provocado por vínculos insalubres, negativos o descuidados, generan sufrimiento. Ahora bien, tal y como hemos señalado al inicio, las personas debemos conciliar el reconocimiento que nosotros mismos nos suministramos con aquel que recibimos de los demás.

Focalizar nuestro estilo de vida partiendo únicamente de los refuerzos positivos externos genera dependencia y malestar. Por ello, es importante que recordemos un sencillo aspecto. La calidad con la que nos reconozcamos a nosotros mismos influirá a su vez en el modo en que los demás nos valoren. Pongamos algunos ejemplos. El empleado que confía en sus competencias, que se siente hábil y seguro creará un impacto positivo en su entorno laboral. Su desempeño será bueno y, por término medio, los demás reconocerán sus esfuerzos.

Otro ejemplo. La persona que se valora a sí misma, que se siente realizada, libre y autónoma construye relaciones afectivas mucho más solidas. Ese carácter maduro y seguro despierta también reconocimiento y admiración, pero nunca dependencia mutua. No se necesitan refuerzos constantes, ni nuestra felicidad dependerá en exclusiva de si hoy recibimos o no ese reconocimiento positivo. Hay un equilibrio perfecto entre lo que nos damos a nosotros mismos y aquello que otros nos ofrecen desde la más absoluta sinceridad, desde el afecto más auténtico.

mujer con pelo oscuro acurrucada pensando el el reconocimiento

Para concluir, no podemos dejar de lado en la actualidad este concepto. El reconocimiento es la base de toda sociedad por una razón muy simple: favorece la inclusión. Hace presente al invisible sin importar su edad, condición, etnia o carácter. Saber reconocer es también saber querer con inteligencia, porque quien practica el reconocimiento más saludable es capaz de validar al otro por lo que es y no por lo que uno desearía que fuera.

Aprendamos por tanto a reconocernos los unos a los otros, visibilicemos personas y necesidades mediante el afecto, la disponibilidad y la humildad.


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.