Nadie tiene derecho a juzgarme por cómo me siento

Nadie tiene derecho a juzgarme por cómo me siento
Sergio De Dios González

Escrito y verificado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Última actualización: 03 agosto, 2019

Nadie tiene derecho a juzgar cómo me siento… cuando todos alguna vez nos hemos sentido tristes sin lágrimas o alegres con los ojos empapados. Todos hemos intentado alguna vez hacer una vida normal cuando nuestro corazón estaba roto en mil pedazos…y en ello no hay nada de malo. Sin embargo, en ocasiones topamos con el mensaje de que estamos sintiendo algo distinto a lo que deberíamos sentir. Es entonces cuando la culpa aparece.

Es como si hubiera situaciones que fuesen tan características de un conjunto de emociones que parecen imponerlas de alguna manera. Por ejemplo, los alumbramientos están relacionados en el inconsciente colectivo con la alegría. Una nueva vida, un motivo para sonreír. El final de una espera de nueve meses. Sin embargo, las personas que tienen ya una experiencia asistiendo en partos saben que no siempre los momentos posteriores al nacimiento son una expresión de alegría en el rostro de la madre.

Pasa lo mismo con los ritos funerarios y los fallecimientos. En el inconsciente colectivo occidental está asociado el fallecimiento de alguien a quién quieres a la tristeza. Entendemos que lo lógico son las lágrimas, los rostros serios y las manifestaciones de dolor, sin embargo no en todas las culturas es así…luego, quizás esta forma de sentirnos frente a la pérdida no sea tan natural como pensamos o nos han enseñado.

…y es que nadie tiene derecho a juzgar cómo nos sentimos.

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Emociones y mecanismos de defensa

Lo que nos dicen los especialistas que han ayudado a los familiares de las personas que han tenido la desgracia de fallecer de manera repentina (accidente de tráfico, catástrofe natural, atentado terrorista, etc.) es que se encuentran con que muchas personas que están en estado de shock. Ha sido tal el impacto emocional que su circuito emocional se ha defendido parando cualquier emoción.

De hecho, a ellas les gustaría llorar y liberar todo eso que sienten que están contenido, pero no pueden sortear ese mecanismo de defensa que ellas mismas se han puesto.

Seguro que alguna vez te has dado un golpe en la rodilla con algún saliente de una mesa o de una cama. Pasa un instante entre que sientes el golpe y sientes el dolor. Un instante en el que te preparas mentalmente para que ese dolor llegue. Pues en estas situaciones sucede algo parecido, se produce el golpe de la pérdida pero ese dolor no llega. A cambio solo hay vacío, una nada que genera culpa y temor al mismo tiempo.

Otra manera en la que el dolor no parece -o aparece disociado- frente a la pérdida se produce cuando activamos otro mecanismo de defensa: la negación. Negar esta pérdida elimina automáticamente la parte consciente del duelo. Es fácil que estas personas lloren porque se les cae un plato o porque se van a retrasar cinco minutos, pero nunca va a ser por la propia fuente de dolor ya que la han desplazado.

Como decíamos antes utilizando el ejemplo del parto, no solo la tristeza puede estar ausente cuando lo esperable sería que estuviera presente. También pasa con las emociones de valencia positiva, como la alegría. Piensa en ese sueño que te costó tanto conseguir y al que dedicaste tanto tiempo; al lograrlo puede que te sintieras muy contento, pero también hay una gran probabilidad de que sintieras una especie de vacío, incluso de tristeza.

Piensa que el deseo esconde una paradoja en el que se basa una buena parte del pesimismo filosófico del siglo XX: cuando se cumple o se satisface, entonces muere o decae.

Vamos con el enamorado y correspondido. Nos imaginamos que le brillan los ojos y desprende alegría, sin embargo… una realidad distinta casi igual de común al enamorado alegre es el enamorado estresado. Está en ese momento de idealización en el que siente que solamente puede corresponder al otro con la mejor versión de él mismo.

A su vez, esto provoca un estado de tensión del que precisamente esa alegría sale huyendo y es sustituida por una incertidumbre que difícilmente se soporta. ¿Dónde estará? ¿Qué hará? ¿Me querrá más o menos que hace una hora?

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Nadie tiene derecho a juzgarnos por nuestras emociones

No pasaría nada porque existiera esta disonancia entre lo esperado y lo sentido, si no fuera porque en algunas personas desencadena un gran sentimiento de culpa. Alguien que no llora por la muerte de una persona a la que quería mucho se puede llegar a sentir muy culpable, una madre que no identifica en ella una alegría desbordante por el hecho de serlo también.

Otro complemento igual de pernicioso para estas situaciones, y que se puede sumar a la propia culpa, es el de que la persona no se sienta humana. Puede llegar a pensar que no consigue sentir esa tristeza porque en realidad es una psicópata. Una persona no humana y sin sentimientos, con todo lo que eso conlleva.

Los comentarios del entorno social muchas veces tampoco ayudan. Alrededor de un recién nacido siempre hay un buen puñado de “madres postizas” que piensan que tienen el bastón de la sabiduría para dictar cómo se tiene que cuidar a un niño durante los primeros meses. Su ayuda, bien administrada realmente es un apoyo, pero cuando se administra mal se convierte en esa piedra que termina de hundir la autoestima de la madre al fondo.

Los demás también puede hacer comentarios para criticar que no sintamos tristeza. Ocurre, por ejemplo, cuando alguien sufre la pérdida de un ser querido y en la batalla por seguir con su vida tiene que escuchar frases como “Tanto decías que le querías y a los dos días ya estás de fiesta” o “No le querías tanto como yo si pudiste ir a trabajar al día siguiente”. Estas frases son tan profundamente injustas y pronunciadas en muchas ocasiones de forma tan poco sensible…olvidando que nadie tiene derecho a juzgar cómo nos sentimos.

De una manera o de otra nuestro mundo emocional es muy sensible a nuestras condiciones particulares. Así, ni los demás ni nosotros tienen y tenemos derecho a juzgar y a juzgarnos por lo que sintamos. Piensa que las emociones no nos hacen ni mejores ni peores y que la manera en la que actuamos muchas veces dista de ser un correlato fiel de cómo nos sentimos. Por eso, precisamente, la culpa con la que muchas veces cargamos en los demás o en nosotros, esta culpa, no tiene sentido.

 


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