El poder moderno no busca reprimir, sino angustiar

El poder moderno no busca reprimir, sino angustiar
Sergio De Dios González

Revisado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Escrito por Edith Sánchez

Última actualización: 28 agosto, 2016

El miedo es una emoción humana completamente natural que, de hecho, garantiza la supervivencia. Pero llevado al extremo, tiene la capacidad de condicionar el pensamiento, las emociones y la conducta de las personas. El poder y sus representantes siempre han sabido que el miedo es un arma eficaz para controlar la vida de los demás y hacer que piensen, sientan y actúen exactamente como ellos lo desean.

Desde siempre, quienes están en el poder han acudido al miedo para someter las conciencias de quienes están bajo su mando. En su expresión más elemental, ese miedo es inculcado en función del castigo físico, que amenaza la integridad o la vida de los sometidos.

Los golpes, las privaciones o el dolor han sido herramientas utilizadas a todo lo largo de la historia, para castigar a los insubordinados, lograr el sometimiento de los enemigos o mantener viva una amenaza latente entre quienes obedecen.

“El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente”

–Lord Acton–

Pero una cosa era someter a unos cuantos siervos del feudo, durante la época medieval, y otra muy diferente mantener controladas a grandes masas en la época actual.

Muchos podrían escapar a esos castigos físicos, en razón a que resultaría imposible detectar todos los actos que vayan en contra del poder, o aplicar efectivamente el castigo a quienes los realicen. Por eso, el poder actual se tornó mucho más sofisticado. Ya no se ocupa tanto de reprimir a los que se salen del redil, sino de implementar mecanismos que garanticen la obediencia de la mayor parte de la gente.

El poder y el miedo en la actualidad

Si hay una emoción instalada masivamente en la actualidad esa es el miedo. Pero se trata de un miedo impreciso, difuso, que nace de reconocer cientos de amenazas latentes, aunque no se tengan datos precisos acerca del peligro. Los riesgos no son del todo claros y por eso el miedo logra instalarse e invadir la vida emocional, sin que nos percatemos de ello. Un nombre más exacto para esa forma de miedo es “angustia”.

hombre ante un umbral

En el fondo, lo que se ha consolidado es un miedo a vivir y, sin querer o queriendo, afrontamos ese temor “siendo obedientes”. Entre consciente e inconscientemente, acatamos los mandatos que se nos formulan. Tratamos de sumarnos al rebaño. Incluso, practicamos la rebeldía de una forma sumisa: podemos excedernos en un partido de fútbol, pero pocos tienen la libertad interior necesaria para tirarlo todo e irse a luchar por lo que siempre han soñado.

Muchos son capaces incluso de renunciar a sus derechos, si obtienen por contraprestación un supuesto estado de mayor seguridad. Los políticos lo saben y por eso justifican el recorte de los derechos y las libertades con alguna amenaza.

Si limitan los servicios de salud es para no crear un colapso financiero. Si te cobran más impuestos es para garantizar tu pensión de vejez. Si aprueban que la policía entre sin orden judicial a tu casa es para conjurar la amenaza terrorista. Bien dicen que actualmente los políticos no prometen sueños, sino que ofician como conjuradores de pesadillas.

La fábrica de amenazas

El mundo actual no es precisamente un canto a la concordia y a la fraternidad, eso es cierto. Pero tampoco es la cloaca inmunda que día tras día nos transmiten los noticieros y la prensa. Los grandes medios se han especializado en convertir el crimen, la violencia y la corrupción en el centro de la realidad. Si bien todo eso es cierto y existe, también es cierto que se cuentan por millones al día las acciones de la gente honesta y buena que solamente quiere vivir tranquila.

mujer con abanico

Pero el poder necesita gente angustiada, porque alguien ansioso es vulnerable, y las personas que se perciben como vulnerables sienten, más que pensar. Y si sienten sin pensar, se dejan llevar por el miedo que los habita y aceptan lo inaceptable: vivir en función de conversaciones insulsas en un dispositivo móvil, rendirle culto a los músculos del cuerpo, sacar cinco maestrías para sentirse competente o buscar obsesivamente un gran amor de pareja que los salve de todo.

Hay asustadores profesionales. Hay angustiadores profesionales. No hay empleado que no tema ser despedido, porque en la mayoría de las empresas pasea el fantasma del “recorte de personal”.

Pocas madres educan tranquilamente a sus hijos: están los pederastas, el trastorno de hiperactividad con déficit de atención y mil cosas más. Todos estamos frente a la incertidumbre del próximo desquiciado que nos meta en una guerra, o del siguiente irresponsable que cambie las reglas de juego y nos saque de él.

¿Para qué castigar con golpes?, ¿para qué reprimir? Con angustiar a las sociedades es suficiente. Para eso está la fábrica de miedos, para enseñarles a todos que no pueden tomar el control sobre sus vidas. Que hay amenazas que exceden a su capacidad de reacción y que eso justifica el hecho de que haya cientos de seres repulsivos en los puestos de poder.


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