Confiar un secreto ¿es difícil?
“Si no quieres que algo se sepa, no se lo cuentes a nadie”. Aunque todos conocemos esta máxima la mayoría de las veces sentimos un impulso irrefrenable de confiar un secreto a otra persona. ¿Por qué tenemos la necesidad de contar nuestras confidencias y correr el riesgo de que esa información sea revelada a terceros? Todos somos conscientes de este riesgo porque todos hemos encarnado alguno de estos papeles alguna vez. Hemos sido confesores y confidentes. El quid de la cuestión es explicar por qué necesitamos entonces compartir información que puede comprometernos.
¿Por qué sentimos el impulso de compartir los secretos que se nos confían?
Uno de los motivos principales radica en el carácter social del ser humano y la necesidad que tiene de involucrar a su entorno en aquello que no debe saberse. Otra causa que nos impulsa a develar informaciones personales está vinculada al morbo que despierta en nosotros poder contar temas frívolos. Muchas personas se sienten “orgullosas” de ciertas proezas que han realizado y necesitan contarlas, aunque reclamen discreción a su confidente.
El hecho de confiar un aspecto de nuestra vida secreta a otra persona es una muestra de amistad y confianza. En el preciso instante en que le pedimos a otra persona que guarde el secreto depositamos en ella una responsabilidad, a la vez de que corremos el riesgo de que nuestra confidencia sea develada a un tercero y a partir de ahí la difusión puede alcanzar límites insospechados. Porque aunque esa persona sea de nuestra más absoluta confianza y nos haya prometido guardar nuestra confidencia “bajo llave”, hay varios factores que llevarán a nuestro interlocutor a revelar esa información.
Imaginemos un ambiente distendido, rodeado de familiares o amigos de confianza, donde la conversación se torna aburrida. De repente, te viene a la mente “esa confidencia” que hace unos días te contó tu amigo. ¿Quién escapa de la tentación de atraer la atención del grupo con un “si os cuento una cosa, ¿me guardáis el secreto?”
En otras ocasiones la confidencia tiene un plus de moralidad para el receptor. Por ejemplo, cuando alguien nos revela que ha sido infiel y su pareja es también amiga nuestra. Sentir que ocultando esa información estás traicionando a la parte afectada, puede llevarnos a contar ese secreto.
Cuando no rompemos la promesa
Sin embargo, no siempre el guardián de nuestro secreto rompe su promesa. Hay quienes se mantienen fiel a su confidente y son incapaces de revelar esa información. ¿Qué motiva a estas personas a cumplir con su pacto de silencio?Tanto confiar un secreto, como decidir no contarlo es una auténtica prueba de amistad. Si rompemos la promesa nos exponemos a perder la confianza de nuestro interlocutor. Un buen consejo y prueba de sinceridad es que si alguien tiene intención de depositar su confianza en tí y crees que no podrás cumplir con esa persona, lo mejor es advertírselo.
La información es poder
Cuando vayas a traicionar a alguien y decidas revelar un secreto, valora antes las consecuencias que la difusión de esa información va a tener para esa persona. En caso de que hayas decidido contar el secreto, nunca lo hagas por escrito, un error al enviar un sms, email o whatsapp puede tener consecuencias inimaginables e irremediables.
La información es poder y cuando somos sabedores que poseemos una información privilegiada tendemos a memorizarlo y recordarlo con facilidad. Para evitar la tentación lo mejor es almacenar la confidencia y olvidarnos de ella. De esta manera, conseguiremos ser fieles a nuestros confidentes.