Madre no hay más que una
Muchas veces, no hemos sido justos con nuestras madres. Si miramos hacia la época de nuestra adolescencia es muy posible que nos avergoncemos de nuestro comportamiento. Nuestra madre siempre ha estado ahí. En las buenas y en las malas. A pesar de no haberla tratado con el cariño y respeto que se merecía tiene siempre los brazos abiertos para nosotros y es que madre no hay más que una.
En más de una ocasión nos hemos sentido solos y desamparados. Creíamos que la vida no se estaba portando bien con nosotros y lo pagábamos con quien estaba a nuestro alrededor. Nuestra madre era una de esas personas que con mirada triste nos miraba diciendo para sí misma “no estas solo, yo estoy aquí”.
Es cierto que en parte siempre estamos solos. Las personas vienen y van, nos independizamos de nuestros progenitores, los amigos se van a vivir lejos… Sin embargo, tenemos que abrir los ojos y ser honestos con nosotros mismos. ¿A quién podemos llamar si tenemos algún problema? ¿Quién siempre estará ahí para nosotros? Valorar a nuestra madre es algo que aprendemos cuando nos encontramos en la más honda de las miserias. Sin embargo, no hay que llegar a tales extremos.
Las madres y su eterno perdón
Sin embargo, sí que puedo decir con total seguridad que nuestras madres siempre están ahí desde el preciso instante que salimos de su vientre. Se crea un vínculo realmente fuerte y natural con ellas provocando que estas siempre se preocupen por nosotros.
Cuando somos pequeños siempre nos protegen ante cualquier peligro, cuando vamos creciendo y pasamos a la juventud nos ayudan con los estudios, y cuando nos enamoramos por primera vez nos dicen que tengamos “los pies en el suelo”.
En definitiva, nuestras madres son esa voz de la conciencia que tanto necesitamos para tomar las decisiones correctas en nuestra vida. Aquellas que marcarán nuestro presente y nuestro futuro. Y es que madre no hay más que una.
“Ningún idioma puede expresar el poder, belleza y heroísmo del amor de una madre”
-Edwin Chapin-
Así mismo, e incluso cuando no somos justos con ellas y nos enfadamos porque son demasiado protectoras (yo el primero) siempre estarán ahí para perdonarnos las veces que hagan falta.
Incluso si no les damos el trato que realmente se merecen, o les damos malas contestaciones. Y es que ya lo dijo el ilustre escritor ruso León Tolstoi: “El corazón de una madre es un abismo en el fondo del cual siempre encuentras un perdón”. Y vaya si tenía razón. Da igual lo que hagamos, que en la mayoría de ocasiones nuestras madres siempre estarán ahí para perdonarnos setenta veces siete.
Ellas necesitarán de nosotros durante su vejez
Tras haber leído estas líneas, seguro que estaréis de acuerdo en decir que nuestras madres se merecen nuestros máximos respetos. Y por ello, cuando lleguen a la vejez, se antoja de suma importancia que las “tornas se cambien” y seamos nosotros los que cuidemos de ellas, les demos cariño y afecto y les demos cualquier cosa que necesiten en la medida de lo posible. Sobre todo si no disponen con su mejor apoyo en forma de marido o pareja.
¿Tenéis un poco de remordimientos porque habéis tenido recientemente una pelea con vuestra madre? Pues esto tiene fácil solución. Acudid a ella, decidle que queréis arreglar las cosas , y después llevarla a pasear o tomar algo. Seguro que desde el preciso momento que lo hagáis, le dais el mejor regalo que una madre podría tener. El amor, afecto y cariño de un hijo.
Porque madre no hay más que una.
Madre no hay más que una así que tratemos a nuestras madres con cariño, afecto, amor y respeto. Se lo merecen
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