Nuestra capacidad de oír lo que no se está diciendo (el contagio emocional)
“Eran los comienzos de la Guerra de Vietnam cuando los soldados de un pelotón estadounidense estaban en cuclillas en medio de un arrozal, en pleno tiroteo con el Vietcong.
De pronto, una fila de seis monjes empezó a caminar a lo largo de las pequeñas elevaciones que separaban un arrozal de otro. Con serenidad y porte perfecto, se dirigían directamente hacia la línea de fuego.
No miraban a la derecha ni a la izquierda. Caminaban en línea recta, recuerda uno de los soldados estadounidense. Fue realmente extraño, porque nadie les disparó.
Y después de que terminaron de caminar por los montículos, de pronto el deseo de lucha me abandonó. Ya no tenía ganas de seguir haciendo eso, al menos ese día. Debió de ser así para todos, porque todos abandonaron. Simplemente dejamos de combatir.
El poder del sereno coraje de los monjes para apaciguar a los soldados en el fragor de la batalla ilustra un principio básico de la vida social. Las emociones son contagiosas.”
Imaginemos que estamos tomando un café con unos amigos y que, de repente, uno de ellos comienza a reír de tal forma que no puede parar. Su risa va en aumento y cada uno de los presentes comenzamos a reírnos sin saber exactamente por qué. Esta es la risa contagiosa.
Podemos indicar otro ejemplo curioso: en una guardería repleta de niños hay uno que se pone a llorar de forma desconsolada… De manera casi inmediata el resto de niños lo mirarán y comenzarán a llorar en escalada, como si de una invitación a un festival de llanto se tratase.
Transmitimos y captamos nuestros estados de ánimo de forma verdaderamente mágica. Las emociones son contagiosas, de hecho nuestro estado emocional puede virar de manera asombrosamente rápida. Siempre llevamos a cabo estos intercambios emocionales, comúnmente de manera sutil, con mayor o menor intensidad y de forma consciente o inconsciente.
Además, las personas que tienen la habilidad de modular sus emociones son las que más agradan, las que nos hacen sentir cómodas y bien, aunque solamente nos hayan dado los buenos días acompañados de una sonrisa.
Existe constancia de que cuando nos relacionamos, a la vez que percibimos el estado emocional de nuestro acompañante, nuestra musculatura tiende a situarse de forma similar a la de nuestro interlocutor. Es decir, que en una conversación normal si la otra persona sonríe sutilmente, nosotros también tenderemos a sonreír.
Esto no solo significa la imitación de un gesto, supone mucho más, ya que se trata de un acercamiento emocional que nos sucederá en mayor o menor medida según nuestra sensibilidad.
Según el psicológo John Cacioppo, independientemente de si entendemos o no la mímica de nuestro compañero, evocaremos su estado de ánimo buscando de forma inconsciente un acercamiento y procurando sincronizar o poner a la par nuestros estados de ánimo.
En definitiva, se trata de la composición conjunta de una melodía que conforma sus armonías en función de cómo adaptemos nuestros movimientos, de cómo nos acerquemos o alejemos y de cómo amoldemos nuestra postura.
Es decir, cuanta mayor sintonización haya, mayor unión habrá tanto para expresar como para recibir estados de ánimo positivos o negativos. Si por ejemplo nuestra pareja lleva unas semanas triste o irritable, independientemente de nuestro estado de ánimo base, seguramente acabaremos sintiendo una tristeza o irritabilidad que se asemejará a la de nuestro compañero sentimental.
Además, cuanto mayor compromiso haya entre dos personas, mayor sincronía habrá, pues tiene mucho que ver con la relación existente entre dos personas. Investigadores como Cacioppo mantienen la convicción de que uno de los factores que más determinan la eficacia y el éxito de nuestras relaciones es la destreza que mostramos a la hora de compenetrarnos.
De hecho, las personas que percibimos como fuertes son las que son capaces de identificar los estados de ánimo de los demás o imponer los suyos. Si una persona es capaz de motivar a otra será porque ha conseguido adecuar el tono con el que comunicarse.
Lo cierto es que el hecho de que estemos invisiblemente tan conectados no deja de sorprendernos. Parece que la ciencia va obteniendo respuestas y, desde hace unos años, las explicaciones a este tipo de fenómenos se centran en las neuronas espejo. Estas neuronas son células cerebrales cuya misión es reflejar la actividad que estamos observando y son las culpables de que, por ejemplo, bostecemos cuando alguien lo hace ante nosotros.
En definitiva, en palabras de Peter F. Druncker, “los verdaderos oyentes empáticos hasta pueden oír lo que se dice en el silencio. Lo más importante en la comunicación es oír lo que no se está diciendo”
Imagen cortesía de Ellerslie