De la inseguridad al fanatismo
“El fanatismo es a la superstición lo que el delirio es a la fiebre, lo que la rabia es a la cólera. El que tiene éxtasis, visiones, el que toma los sueños por realidades y sus imaginaciones por profecías es un fanático novicio de grandes esperanzas; podrá pronto llegar a matar por el amor de Dios” (Voltaire)
El otro día, cuando veía por las noticias el atentado terrorista ocurrido en Francia, me preguntaba qué puede haber en las mentes de esas personas que son capaces de asesinar brutalmente a otras que no piensan como ellos; cuando, en último término, las personas somos independientes y tenemos derecho a pensar o creer en lo que queramos, siendo esto algo que nadie nos puede arrebatar, por mucho que sí nos arrebaten la existencia.
¿Están locos?, ¿Están enfermos?, ¿Son unos psicópatas?
Me preguntaba también cómo de intensos han de ser sus sentimientos cuando ven amenazada, por decirlo de alguna manera, sus creencias.
¿Se sentirán amedrentados? ¿Enfadados? ¿Tristes? ¿Furiosos?
Se me vino a la cabeza la cantidad de masacres, limpiezas étnicas y asesinatos abominables que se han sucedido a lo largo de la historia en nombre de un Dios, de una creencia o idea, de un líder. Lo más curioso es que es el fanatismo religioso es el que más sangre ha llegado a derramar en nombre de una deidad, algo que es contradictorio con los ideales de las propias religiones que se esgrimen para hacer daño. Como ejemplo podríamos nombrar a la Santa Inquisición, esa institución que se encargaba de aniquilar a todo aquel que supuestamente estuviera en contra de sus ideas.
Como psicóloga, intento siempre ponerme en los zapatos del otro, por muy descabellado o tremendista que sea su comportamiento, pues creo que es interesante saber por qué ciertas personas se comportan de la manera en que lo hacen, ni mucho menos para justificarlos.
De tanto preguntarme cosas llegué a la conclusión de que las personas fanáticas que llegan a estos extremos, en el fondo, son débiles y albergan en su interior una profunda inseguridad.
Suena raro e incluso contradictorio, pero pensemos en ello. Si una persona está segura de sí misma, para empezar es capaz de tolerar con flexibilidad que existan opiniones diferentes a la suya y mantener una actitud abierta a nuevas ideas o matices, algo que los fanáticos son incapaces de hacer, pues esto significaría contemplar que pueda existir una realidad distinta a la que ellos creen y esto les produce temor. Por lo tanto, no solo no toleran ideas distintas a las suyas, si no que persiguen y condenan a aquellos que les contradicen, pues estos podrían provocar que su seguridad y estabilidad se tambalearan.
Por otro lado, la seguridad en sus opiniones y creencias nunca les llevaría a usar la agresividad ni la violencia en contra de otros que piensen diferente, pues la agresividad no nace de la seguridad, si no de la inseguridad, del miedo, de la ansiedad.
“La violencia es miedo a las ideas de los demás y poca fe en las propias” (Antonio Fraguas)
Es decir, el fanático se adhiere tanto a sus convicciones e ideales porque necesita esa sensación de seguridad tan valorada de la que carecen y con el fanatismo la persona consigue eliminar su incertidumbre por completo. Es como un mecanismo de defensa, una reacción a esa necesidad de creer en algo que les “salve”.
La incertidumbre es un sentimiento molesto y negativo para cualquier persona pues las dudas, sean del tipo que sean, nos crean ansiedad y tensión a todos, pero mucho mayor será esa tensión cuanto más relevante sea para nosotros el tema sobre el que dudamos.
Ciertamente, el tema religioso o político es muy importante para muchas personas, pero son flexibles y capaces de aceptar otros puntos de vista sobre estos temas, aunque no los compartan. En el caso del fanático, ese profundo sentimiento de inseguridad, les lleva y obliga a creer en que su verdad es única y absoluta y esto les libera del miedo y les ahorra mucho sufrimiento, lo que en consecuencia, les crea una sensación de certeza, de seguridad, de alivio que refuerza su fanatismo. Además, el fanatismo provee al fanático de un sentido de unidad, de coherencia, de que “todos pensamos igual porque esa es la única realidad”.
Esto significa un círculo vicioso del que es difícil escapar, a pesar de las consecuencias que conlleva en muchos casos. Estas consecuencias ya las conocemos, se podrían resumir en “la pérdida de la propia libertad”, hasta el punto de que alguien llegue a quitarse la vida en nombre de sus ideales.
Hasta aquí, podríamos decir que hemos conseguido, más o menos, ponernos en los zapatos de los fanáticos y entender (que no compartir) cómo piensan y qué sienten para actuar así. Tras este análisis solo queda en mí un sentimiento de lástima. Lástima de que alguien pierda su libertad, de que viva en su propia realidad, de que no sean capaces de aceptar la incertidumbre y de que lleguen a morir o asesinar por perseguir un ideal considerado más importante que la propia vida.
“Si asesinas en nombre de tu Dios, el único que lo está ofendiendo eres tú”