¿Cómo tener paciencia con los hijos?

La paciencia a menudo es calificada como un "santo remedio" para la crianza de los hijos, pero muy pocas veces se aclara cómo funciona. Veámoslo a continuación.
¿Cómo tener paciencia con los hijos?
Marcelo R. Ceberio

Revisado y aprobado por el psicólogo Marcelo R. Ceberio.

Escrito por Marcelo R. Ceberio

Última actualización: 05 enero, 2021

Es común escuchar que hay que tener paciencia con los hijos. ¿Y qué significa eso?, ¿por qué deberíamos tener paciencia?, ¿siempre debemos tenerla?, ¿si no la tenemos somos malos padres o madres? Todas estas preguntas nos hacemos los progenitores, buscando patrones saludables en el estilo de crianza con los hijos.

Profundicemos.

Santa paciencia…

La palabra paciencia define la capacidad que posee una persona para tolerar o soportar una situación difícil, sin perder la calma. De esta manera, puede decirse que un individuo con paciencia es aquel que no suele alterarse ni ponerse nervioso frente a las inclemencias.

Sin embargo, tal definición no deja de resultar utópica y antinatural. Todos los seres humanos frente a situaciones que implican una gran dificultad, se llenan de ansiedad, se angustian y tensionan, sienten miedo, se enojan, etc.

Madre con falta de paciencia hacia su hija

Desde una versión biologista diríamos que el eje hipotalámico-hipofisario comienza haciendo presión sobre la glándula suprarrenal, y la adrenalina y el cortisol son las hormonas que empiezan a circular como una gasolina por todo el cuerpo, y nos altera, en pos de soportar los embates de la situación a superar. Este es un proceso absolutamente natural.

Entonces, el problema no es perder la paciencia después de lidiar y lidiar por sobre una situación, el problema es explotar ante el primer obstáculo.

Pero muchas de las activaciones de este eje deben ser contenidas por nuestra racionalidad (el lóbulo frontal), puesto que no son pocas las veces que los interlocutores son nuestros hijos y precisamente debemos controlarnos para ofrecerles respuestas funcionales y saludables. Y no siempre es sencillo…

Tengamos en cuenta que los niños y adolescentes no tienen desarrollado su lóbulo orbitario o prefrontal, polo del control de las emociones y los impulsos, centro de la moral, de lo que está bien y lo que está mal, cuya maduración se termina entre los 21 y 25 años.

Por lo tanto, la importancia de poner límites es primordial, puesto que, por ejemplo, los adolescentes, turgentes en testosterona, estrógenos y progesterona, vasopresina, son todo impulso neurohormonal, que no alcanzan controlar por la ineficiencia del desarrollo de la corteza prefrontal. Los padres son los coprotagonistas que salen al ruedo a intentar corregir los errores, cuando no complican aún más los problemas originales.

Poner límites y tener paciencia con los hijos se trata de llegar a ser padres democráticos y funcionales, que puede ser un parámetro de una parentalidad saludable. También es cierto que la paciencia se ejercita.

Preceptos para ampliar la tolerancia y la paciencia con los hijos

Para ello, hay algunas recomendaciones que, a partir de una claridad relacional, posibilitan el manejo de la tolerancia, la reducción de la ira, y muchas surgen de la reflexión filosófica que pueden hacer los progenitores en el ejercicio de su rol. No se trata de ejercicios para ser pacientes, la tolerancia surge como resultado de una buena y estratégica comunicación.

  • Respetar para generar respeto: los hijos (adolescentes) pueden tener opiniones o puntos de vista diferentes a los padres y es importante discutir, pero no pelear. Muchos padres sienten que se los desafía a la autoridad; en algunos hijos podría ser interpretado así, pero no es conditio sine qua non. Además, los padres pueden estar equivocados, ¿por qué no? y romper con la creencia de que porque son mayores saben todo. Si los respetamos estamos mostrando un modelo a reproducir en otras relaciones.
  • No se puede controlar hasta el mínimo detalle: no se es mejor padre o madre por controlar la vida de los hijos. Estar al tanto de sus actividades y compañías es correcto, pero es importante relajarse y no creer que se está en falta si se pierde algún detalle de la vida de los hijos.
  • Reducir la hiperexigencia: es decir, no marcar siempre lo que falta. Valorar lo que hay y no colocar metas exacerbadamente altas e incumplibles. Esto va aplicado tanto para los progenitores para sí mismos como para los hijos. La exigencia es estimulante y productiva, mientras que la hiperexigencia es restrictiva y  desvalorizante.
  • Desdramatizar: no se trata de negar los problemas o los sucesos que plantean los hijos, sino no ampliarles su significado y armar una catástrofe. Esta tendencia hace que los hijos se abstengan de contarles sus cosas a los padres.
  • Empatizar: la empatía ayuda a que los padres se coloquen en el lugar de los hijos y puedan comprender ciertas actitudes. Esto no implica no poner límites, sino incrementar el entendimiento sobre como piensa el hijo y lograr enseñarle a rectificar en el caso de que su conducta haya sido errada. Recordar la propia infancia y adolescencia es traer a la memoria sueños, confusión, deseos, etc. De esta manera, se es más tolerante y se puede empatizar más profundamente con los hijos.
  • Hablar cuando pase la explosividad: hay momentos en los que el diálogo es más asertivo y no es precisamente en medio de la pelea. Y más si es un adolescente, con sus hormonas turgentes. Salir del espacio de la discusión, dar una vuelta manzana, tomar una ducha, retirarse a otra habitación, facilitan retomar la conversación y que el mensaje tenga más llegada.
  • Mensajes directos y concretos: no es necesario abundar en explicaciones, se debe hablar sin vueltas y con claridad. A veces demasiadas explicaciones son tediosas y llevan a la confusión.
  • No colocarse como ejemplo: otra manía que tienen los padres es plantearse como ejemplo de los hijos: Yo, cuando tenía tu edad… Nunca es positivo predicar con teorías extraídas de la propia experiencia, puesto que es exaltar y descalificar la experiencia de ellos. Los hijos necesitan transitar las propias. Se aprende más de los errores que de los aciertos. Un error invita a pensar, reflexionar, cambiar de tentativas, ejercitar soluciones.
  • No suponer y preguntar: para tener paciencia con los hijos también hay que evitar anticiparse en el diálogo dándole preeminencia a los supuestos y prejuicios. El suponer hace que primen nuestras ideas por sobre las que nos dicen los hijos. Después los padres terminan respondiendo a lo que ellos piensan y no a lo que los hijos contaron. Cuando existe un supuesto sobre alguna de las conductas de los hijos, es importante traducirlo en pregunta y no darlo como una afirmación. Si afirmamos lo que suponemos, sentamos en el banquillo de los acusados a nuestros hijos y lo único que les queda es defenderse.
  • Escuchar más que sermonear: hay que aprender a escuchar a los hijos, conteniendo del hábito de aconsejarlos frente a cada planteo desde la arrogante creencia de que somos la voz de la experiencia. No se debe caer en dar sermones y escucharlos: la información brinda la oportunidad de conocerlos aún más.
  • Ejercer autoridad no autoritarismo:el ejercicio de ser padres implica encontrarse en una asimetría relacional por arriba. Es el lugar de la enseñanza, de la guía, de la experiencia, de la escucha, de la valoración y rectificación, pero por sobre todo del afecto. Es una autoridad afectiva. Los padres no son amigos, son padres. Los hijos no deben confundirse y los padres deben ejercer un rol claro.
  • Ordenar, sugerir y pedir: los padres siempre muestran una imagen de autoridad, es decir, que desde ese lugar son dadas las prerrogativas que pueden ser establecidas como órdenes. La orden es imperativa, no da opciones y debe ser cumplida. El pedido y la sugerencia no son imperativos. Esa claridad comunicacional incrementa la paciencia: si pido me pueden decir NO, si ordeno la respuesta es SI.
  • Decir que NO: es importante poner límites. Recuerde que el centro de la inhibición y freno está en proceso de desarrollo en la adolescencia y son los padres los encargados de decir hasta dónde se puede. Se debe decir NO, sin culpa, no es un NO dictatorial, es un NO basado en el buen amor, un límite que permita discernir hasta donde se puede. El castigo sería el fracaso del límite. Es importante que el límite no sea formulado como castigo, sino como regulación de la conducta, como reflexión, generando aprendizaje. Hay que establecer límites claros, estables y flexibles.
  • Más propuestas que protestas: es muy importante que los padres abandonen la queja y la crítica. Ambas son desvalorizantes y crean malestar y un clima familiar de tensión. La queja y la crítica, marcan lo que falta y paralizan (mientras que nos quejamos no hacemos). Concienciar este mecanismo hace que logremos pasar de la protesta a una propuesta, es decir, acciones que lleven al cambio de conductas.
  • Coherencia en lo que se dice y se hace: no solamente los padres dicen con palabras. Las acciones son, consciente o inconscientemente, observadas por los hijos. Los progenitores son una gran pantalla donde ellos se proyectan, aprenden, copian estilos y formas de proceder.

Comunicarse mejor nos hace tener más paciencia con los hijos

Adolescente con su madre manteniendo una buena comuniación.

No se trata de realizar ejercicios de yoga, salir a hacer deporte, contar hasta cien o hacer unos cuantos ejercicios respiratorios. Todo eso está muy bien, pero si no se reflexiona sobre cómo es la comunicación entre padres e hijos, si no se rectifican y pulen ciertos vicios tóxicos relacionales, tales ejercicios resultarán inefectivos.

Una interacción funcional y saludable va en favor de la tolerancia y amplía el rango de paciencia con los hijos, puesto que se incrementa la empatía y la nutrición relacional.

Los padres y madres son más respetuosos con la perspectiva de los hijos, si entienden que es importante hablarles con la verdad, sin mentiras, ni inventos y sin manipular las versiones. Mostrándoles francamente quiénes somos, porque hablarles con la verdad es comunicar desde el amor.

Podemos ser padres que aclaran dudas de los hijos sin prejuicios, que invitan a la pregunta, sin enojos ni prejuicios, un diálogo franco que aliente a la apertura de los interrogantes. Padres que puedan constituirse en una opción para que los hijos los busquen y no piensen que los van a censurar. Padres que también logren ser progenitores que motiven a cumplir proyectos de vida y empujen a los hijos al éxito.

Todo debe ir acompañado de la valoración hacia ellos, de reconocerlos y valorar las cualidades y habilidades, aún si se equivocan, marcando el error, pero alentándolos a seguir. No debe desaprovecharse cualquier oportunidad en que el comportamiento de un hijo merezca ser felicitado. Estimular su autoestima es sinónimo de seguridad. Tampoco hay que perder la oportunidad para expresar el cariño a través del cuerpo y la palabra.

¡Amor y paciencia con los hijos!, puede ser el lema a seguir. Abrazar, acariciar, decir cuánto se ama a los hijos es una de las formas más relevantes de nutrir y nutrirse emocional y afectivamente. Perseverar con los encuentros familiares y armar lazos de amistad son acciones para construir una red de amor que será una buena herencia.


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