Comparaciones odiosas

Comparaciones odiosas
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Escrito por Edith Sánchez

Última actualización: 27 septiembre, 2019

Es inevitable. Desde que nacemos, los demás nos enseñan a tomar a otros como puntos de referencia para construir nuestra propia identidad. “Al nacer, pesaste más que tu hermano”… “Creciste más rápido que el chico del vecino”… “Tienes más juguetes que la niña de fulano”…

En la escuela el asunto se pone más difícil. Las calificaciones son una manera visible y contundente de ponernos en comparación directa con los demás chicos de la clase. Muchos maestros también utilizan el recurso de poner como modelo a algunos alumnos, para que los demás los emulen.

Parecemos destinados a crecer siempre en función de lo que otros son y no de lo que nos hace únicos.

Los efectos de compararte

La comparación con otros es inevitable. Somos seres sociales y resulta imposible concebirnos como islas, que ignoran a los demás como puntos de referencia. Ese contraste que hacemos entre nosotros mismos y los otros puede ser muy positivo: nos permite entender que cada cual es diferente. De ese reconocimiento nace la virtud de la tolerancia.

Lo malo es que la comparación también incluye elementos muy negativos para nuestro bienestar. Especialmente cuando tenemos dificultades para aceptarnos, o una mala opinión sobre quienes somos.

En esos casos, la comparación se convierte en una práctica que nos atormenta. No nos contrastamos con los demás para definir nuestras propias particularidades, sino que lo hacemos para descalificarnos o descalificar a otros. Se trata de una práctica vertical en la que siempre hay alguien que sale perdiendo.

En esa lógica, una persona solo termina sintiéndose bien si los demás están mal. Y al contrario: si los demás están bien, automáticamente tiene que sentirse mal.

Es una práctica en la que la persona anda a la caza de defectos y fallas. A veces las encuentra en otros y otras veces en sí mismo. Pero en ambos casos, el punto central es el elemento negativo. Esa forma de ser en el mundo propicia una serie de sentimientos y emociones tormentosas: rencor, envidia, resentimiento, celos, ira, frustración.

Lo inútil de compararte con otros

Aunque estemos inmersos en un mundo que no cesa de comparar a unos con otros, es importante que nos hagamos conscientes de lo inútil que es esta práctica. Es un estilo de pensamiento erróneo, que en la mayor parte de las situaciones origina un dolor innecesario y básicamente no aporta nada a tu vida.

¿Qué es mejor: una fruta, o una verdura? Cuál te parece mejor ¿el alumno con mejores calificaciones en la clase, el mejor pintor, el que canta más hermoso, o el más solidario? A quién destacarías más en un trabajo ¿al más eficiente, al preferido del jefe, al más puntual, al más esforzado, al más sereno o al más amable?

Cada persona es única. Tiene genes diferentes; una historia de vida que muchas veces no tiene nada que ver con la de los demás; una formación distinta; habilidades disímiles; formas de sentir divergentes… Entonces ¿cómo se puede comparar a unos con otros?

Claro que las instituciones tenderán a generalizar, a imponerte esquemas sobre lo que es “mejor” y lo que es “peor”. Pero si haces uso de un criterio libre, te darás cuenta de que esas instituciones lo hacen en función de sus propios objetivos e intereses. Por eso sus parámetros son relativos y no determinan tu valor como persona.

Si eliges poner más énfasis en percibir lo mejor de ti y de las demás personas, notarás que te vuelves más creativo y feliz. Dejarás de lado una carga pesada, que, finalmente, solo es un peso muerto que te hace más difícil avanzar.

Imagen cortesía de Charly Amato


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