La hija oscura o los laberintos de la maternidad

"La hija oscura" es una película que nos habla de esa maternidad que pesa en exceso, que a veces roba identidades y carga sobre la mente sentimientos de culpa. Sus protagonistas son mujeres con las que es muy fácil identificarse.
La hija oscura o los laberintos de la maternidad
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 10 octubre, 2022

La hija oscura (The last daughter) es un elogio a ese reverso de la maternidad del que no siempre se habla. Ese donde el “yo” queda, en ocasiones, saqueado por hijos tiránicos que pesan en los brazos, que frustran el desarrollo profesional y que hacen dudar sobre el auténtico deseo de ser madres en ocasiones. Dimensiones todas ellas que acaban desembocando siempre en el amargo sentimiento de culpa.

De hecho, la propia película tiene su inicio en una imagen no menos metafórica. Una mujer se adentra en la penumbra del atardecer hasta el borde de una playa, donde se derrumba, donde cae casi sin vida, rendida. Esa imagen no es más que el epílogo de una historia llena de claroscuros, de tonalidades feministas y vetas por donde asoma la eterna y desesperante contradicción de la propia vida.

Esta producción, maravillosamente protagonizada por Olivia Colman y dirigida por Maggie Gyllenhaal, lleva consigo numerosos premios y varias nominaciones a los Óscar. Se trata de una correcta e interesante adaptación de la novela de Elena Ferrante que, aunque incomode y turbe en numerosos momentos, es de visionado casi obligado.

“Los hijos son una responsabilidad aplastante”.

-Leda, La hija oscura-

Dakota Johnson en La hija oscura

La hija oscura o la eterna crisis de la maternidad

La atmósfera de la película es un personaje más que a instantes seduce y al poco nos asfixia con una sensación constante de amenaza. La trama tiene su arranque con la llegada de Leda Caruso, una profesora de literatura de 48 años a una isla griega. Su objetivo es muy simple: descansar y continuar con su trabajo. Sin embargo, nada más llegar a ese emplazamiento ya atisbamos que las cosas no serán fáciles.

La fruta de su habitación está podrida, la sirena de la niebla rompe el silencio de la noche, al igual que el destello súbito del faro y las inquietas cigarras que gustan aposentarse en la almohada de la resuelta profesora. Sin embargo, lo más decisivo acontece al día siguiente. Leda busca un lugar tranquilo en la playa para descansar y, de pronto, la calma se rompe con la llegada de una ruidosa familia.

La violencia ambiental de la película es casi una constante. La protagonista entra rápidamente en conflicto con esas figuras por tener voz propia, por no dejarles su sitio en ese espacio de la playa. Al poco, establece una ambivalente relación con dos mujeres: una embarazada y otra con la que siente una rápida e indefinible atracción. Se trata de Nina (Dakota Johnson) y la hija pequeña de esta, quien le retrotrae a episodios de su propia maternidad

Cuando la maternidad borra la identidad de la mujer

La presencia de la joven madre con esa niña siempre adherida a sus brazos e hiperdependiente evoca los recuerdos de la propia Leda. A través de flashbacks descubrimos su historia, la impronta de la complicada crianza de sus dos hijas, lidiando a su vez con el intento por avanzar en su vida profesional. Ambas esferas parecen incompatibles y más cuando surge un nuevo amor, apasionado y cegador.

La película nos revela de manera cruda -y real- las escenas más complicadas de la maternidad. De los niños demandantes, pegajosos, a veces tiránicos, pero siempre necesitados de amor y atención. Una vez más, se sitúa el foco en lo complicado que resulta salir ilesa de ese proceso, a veces mágico y otras, turbulento.

Es un viaje en el que muchas mujeres perciben cómo se diluye la propia identidad mientras se atiende a las rabietas de los hijos y la vida pasa, con todas sus oportunidades, esas que, tal vez, no regresen de nuevo.

La mirada femenina que se escruta a sí misma y a las demás

La hija oscura está dominada por miradas de mujeres que se miran las unas a las otras, que se escrutan de manera descarada, compasiva a veces, amenazante otras. Después dirigen esa mirada hacia sí mismas para tomar contacto con sus propias miserias, sus propios dramas.

Si hay una función que cumple la literatura y también el cine es la de traernos personajes incómodos en los que vernos reflejados. Figuras, arquetipos y presencias que nos revelan las partes más oscuras del ser humano. Leda (Olivia Colman) y Nina (Dakota Johnson) establecen un vínculo turbador en el que la una sirve de espejo para la otra, pero donde emergen sus espeluznantes mundos interiores.

imagen de La hija oscura

La hija oscura y los traumas silenciados

La estancia de Leda en esta isla griega, nada idílica, provoca que sus recuerdos del pasado fluyan como la sangre de una herida que nunca llegó a cicatrizar. Las emociones se desbloquean como moretones en la piel. El trauma por determinadas decisiones que tomó en el pasado fluye en el presente casi como espasmos. Sin embargo, La hija oscura no es una película moralista.

En ningún momento se busca justificar u otorgar el perdón a esos errores que toda persona puede cometer. Lo único que se aspira es a que pongamos atención en personas con las que cualquiera puede identificarse, personas falibles. Como las madres. Porque nada es tan contradictorio y caótico como la propia vida. Y si en ocasiones los hijos pesan y son pegajosos, llega un momento en que lo que más pesa, es no tenerlos ya en brazos…


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