Optografía: la macabra ciencia del siglo XIX

Durante el siglo XIX, la medicina forense descubrió un nuevo método para encontrar asesinos. Una alternativa tétrica, misteriosa y aún a día de hoy, llena de interrogantes.
Optografía: la macabra ciencia del siglo XIX
Sergio De Dios González

Revisado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Escrito por Equipo Editorial

Última actualización: 09 agosto, 2021

El siglo XIX fue uno de los períodos más interesantes de la Historia Contemporánea. El auge de los movimientos sociales, la industrialización, el incremento de la escolarización y las mejoras científicas dieron lugar a una serie de innovaciones, pero también a creencias de lo más variopintas, entre ellas, la optografía.

En una época marcada por la aparición de uno de los asesinos en serie más famosos del folklore popular (Jack el Destripador), la pasión por el más allá y las novelas de Sherlock Holmes, no es de extrañar que surgieran ciertas corrientes forenses poco convencionales. Una de las más famosas y polémicas estuvo centrada en tratar de resolver los crímenes más atroces de una manera realmente moderna para el momento: mediante el revelado de la última imagen vista por una persona antes de morir.

Aunque hoy en día pueda parecernos algo absurdo, hay que tener en cuenta que a finales de 1800 la fotografía estaba experimentando su momento de máximo esplendor. Era vista, además, por gran parte de la sociedad como algo ligeramente exótico, misterioso e incluso mágico. Por lo tanto, no es de extrañar que a algunos especialistas se le ocurriera la original idea de crear una ciencia basada en esta disciplina: la optografía.

¿En qué consistía la optografía?

Según su etimología, la palabra proviene de la unión de dos términos griegos: opto-ὀπτός ( de la vista), y grapho- γράφω (escribir). Empezó a utilizarse de manera oficial en 1877 en la universidad germana de Heidelberg, en el suroeste de Alemania.

El nombre de optografía fue acuñado por un profesor de fisiología llamado Wilhelm Friedrich Khüne. Este docente universitario se interesó por una original teoría expuesta por otro colega, Franz Christian Boll. El fisiólogo aseguraba que, dentro de la retina, existía un pigmento que se decoloraba con la luz…y reaparecía con la oscuridad.

Semejante descubrimiento abrió un mundo nuevo de hipótesis y teorías que prometían revolucionar la ciencia forense. Khüne estaba seguro de que gracias a este estudio sería posible averiguar la identidad de cualquier asesino con tan solo analizar la retina del cadáver. La última imagen vista por este daría las claves para encontrar al culpable. Tan solo tenían que extraer la retina e intentar conservar con químicos la última imagen guardada en el ojo.

Los optogramas (tal y como se llamó a estas imágenes) ya habían sido analizados más de cien años antes. El encargado, el fraile Christopher Schiener, descubrió en mitad de una disección a una rana la última visión de esta antes de morir. Dicha visión lo marcó profundamente, pero sentó las bases para el estudio de esta controvertida práctica.

La crueldad de la innovación

Si bien la intención de Khüne era buena, no ocurría lo mismo con sus métodos. Estos eran moralmente cuestionables, crueles y bastante tétricos, algo que parecía no preocuparle. ¡La optografía había llegado para cambiar el mundo!

Sus análisis consistían en la sujeción (obviamente involuntaria) de ciertos animales, como pequeñas ranas y conejos. Les obligaba a mirar objetos extremadamente brillantes durante períodos de tiempo prolongados y cuando pasaba el tiempo fijado, les decapitaba.

Rápidamente, les sacaba los ojos y los llevaba una sala oscura y cerrada. En ella, les cortaba la parte de la retina y se fijaba el famoso pigmento en una solución química para poder preservarla.

“La ciencia nunca resuelve un problema sin crear otros 10 más”.

-George Bernard Shaw-

Dichas atrocidades hubieran sido menos comunes si no hubiera sido porque, en algunos casos, funcionaban. En concreto, uno de los experimentos más famosos que llevó a cabo Khüne fue con un conejo, cuya última visión de una ventana fue capturada (supuestamente) de forma satisfactoria.

Es incontable el número de animales utilizados para esta clase de experimentos. Hoy en día, este tipo de prácticas se denuncian rápidamente, pero en un momento tan importante para la medicina y la biología, el sufrimiento animal pasaba totalmente a un segundo plano.

En 1880, sin embargo, los mayores anhelos del fisiólogos se vieron cumplidos. La decapitación de un reo acusado del asesinato de su familia le permitió experimentar, por primera vez, con retinas humanas.

El resultado del análisis del pigmento mostró, según Khüne, la última imagen vista por el preso: la cuchilla de la guillotina. Algunos contemporáneos rechazaron este supuesto y sugirieron que podría tratarse de otra imagen, pero finalmente la idea original prevaleció.

Un año después, Khüne publicó un libro llamado Observaciones para la anatomía y fisiología de la retina, en el que volvió a asegurar el éxito de su experimento. Sin embargo, actualmente no existe ninguna evidencia científica que lo demuestre.

Evolución de la optografía

Con el paso de los años, los médicos forenses y la policía acabaron por eliminar este tipo de análisis al considerarlos carentes de fundamento. Sin embargo, esto no evitó que la teoría se convirtiera en una leyenda urbana destinada a pervivir durante siglos en el imaginario colectivo.

Muchos libros, películas y series siguen explotando el mito de la optografía. Escritores notablemente famosos como Rudyard Kypling o Julio Verne encontraron un importante filón en estas historias, al igual que algunos formatos televisivos, como es el caso de Dr. Who. 

El ser humano no puede resistirse ante el placer culpable de lo macabro. Está en nuestra mano utilizar nuestras capacidades de forma sensata y cívica, puesto que la responsabilidad futura de llevar a cabo estos hallazgos será nuestra. La ciencia esconde muchos secretos y nosotros, como animales inquietos, seremos los encargados de descubrirlos.


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