El amor, aunque se libren batallas, no es una guerra

El amor, aunque se libren batallas, no es una guerra
Sergio De Dios González

Escrito y verificado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Última actualización: 21 febrero, 2018

El amor, aunque se libren batallas, no es una guerra. Aunque haya enfrentamientos, el otro nunca es el enemigo. Ese otro puedes ser tú, cuando te regañas por haber metido la pata. Ese otro, en este caso otra, puede ser la persona que duerme contigo. Te roba las sábanas y te quita poco a poco y sin disimulo el terreno que te corresponde debajo de todas las capas de ropa con la que intentas protegerte del frío.

Una pelea tan gélida como cómplice, que se alimenta de compartir sueños y esperanzas. También pesadillas, desesperaciones y fracasos. Porque así, de compartir nace la complicidad. Una complicidad que permite batallas, pero no guerras.

El amor, aunque se libren batallas, no es una guerra. Aunque haya enfrentamientos, el otro nunca es el enemigo.

El camino hacia la perfecta empatía

Batallas en las que no todo vale. Las cosquillas siempre, las caricias también. El rencor es una pistola que se encasquilla. Se perdona y se olvida. Se borra y se hacen cuentas nuevas. Y si no cuadran, uno, como último gesto entrega la razón, sabiendo que tener esa mano, por muy poderosa que sea, no es la mejor. El póker de ases es realmente que el otro no termine herido. Así, ante el último órdago, la lógica hinca rodilla y agradece.

Agradece tener al otro. Contar con él. Por mucho que en ocasiones tengamos la sensación de que no nos entiende y que formamos con él una perfecta torre de Babel. Pasa con nuestras parejas, pero también con nuestros padres, amigos o hijos. Por muy empáticos que seamos, es imposible el ejercicio perfecto.

Ángeles pensando en el amor

No lo pueden hacer ellos, pero tampoco lo hacemos nosotros. Sí, no lo hacemos, aunque tengamos la sensación de que en ocasiones lo tocamos con la punta de los dedos. Que nuestro esfuerzo sea grande en este sentido no nos asegura conseguirlo. Pensar que lo logramos es un espejismo tan sincero como el agua manando de las arenas del desierto.

De manera que… cuando no lo conseguimos. Al menos, cuando no lo conseguimos con una cantidad de error aceptable (no lo consigue el otro con una cantidad de error aceptable) no somos culpables (no es culpable). El esfuerzo influye en el resultado, te abre más y mejores posibilidades, te acerca a la honestidad, pero rara vez asegura un resultado.

¿Y cuántas batallas que amenazan con guerra nacen por la sensación de que el otro no se esfuerza? Qué frágil es nuestra memoria para recodar las veces que la otra persona fue atenta. El mismo bolígrafo rojo -que en ocasiones utilizamos para escribir los fallos- es el mismo que entonces firma nuestra condena. El que construye ladrillo a ladrillo ese obstáculo que terminará por ser definitivo. Es entonces cuando la comunicación se rompe y el amor se disuelve en la rutina como un azucarillo en el café. De manera lenta, pero difícil de detener.

Agradece tener al otro. Contar con él. Por mucho que en ocasiones tengamos la sensación de que no nos entiende y que formamos con él una perfecta torre de Babel.

 

Las heridas de guerra son profundas, muchas veces mortales

Porque recuperar el amor cuando se ha declarado la guerra es una tarea muy complicada. El otro pasa a ser el enemigo, alguien a derrotar y dominar. Muchos en este punto piensan que todo terminará cuando alce los brazos, pero entonces probablemente ya no quedará nada. El territorio antes fértil, ahora será árido y desprotegido. Todo habrá valido y nadie quiere seguir jugando con quien hace trampas, nadie quiere a quien le recuerda lo peor de él. De un lado u otro, perdedor o perdedor, esa ruptura se habrá producido por disparar de verdad con los ojos cerrados, por amenazar con la pistola cargada.

Por olvidar que un amor sólido no deja de ser delicado y frágil a la vez.

Fuerte, pero sensible.

Pareja enfadada dándose la espalda

Porque cuando un amor se trasforma en guerra, ese amor se rompe, se desgarra y se convierte en un tizón incandescente y afilado, capaz de resquebrajarnos en trocitos muy pequeños. Por eso es tan importante no dispara primero, o hacer papel mojado la declaración que el otro nos entregue. Entonces podemos decidir seguir y construir, o romper la relación, pero mejor no elegir destruirnos, porque en última instancia y de manera egoísta los que terminaremos ahogados seremos nosotros, en nuestro propio dolor.


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