Hermanos mayores: entre las risas y el ejemplo
Los cambios en las dinámicas de familia son importantes. Los horarios, las comidas y el ocio. Y qué decir del cambio de foco de atención de los padres, el reparto de tareas y responsabilidades. Aquellos que hayan sido hermanos mayores sabrán de lo que hablo. Es importante gestionar todo eso desde el punto de vista de un niño de ocho o diez años.
En esa horquilla de diferencia de entre ocho y diez años es además cuando los niños toman conciencia de que se pueden sentir dos emociones a la vez. Sentir enfado porque alguien llega para desplazar su posición pero a la vez sentir alegría porque el mismos acontecimiento también le aporta elementos positivos. La ambivalencia emocional tiene que ser respetada por los adultos. La clave será explicar esos sentimientos contradictorios y saber que sus padres lo entienden.
Entre la risa y el ejemplo
Para los padres parece que el reto es la crianza de otro miembro de la familia. Sin embargo, otro desafío significa reajustar las expectativas y las responsabilidades del primogénito. Esto, mal llevado por exceso o por defecto, es un difícil equilibrio que muchas veces distancia y endurece la vida del hermano mayor. La sensación de no ser hijo único puede conducirles por dos caminos diferentes (indifererencia o hiperresponsabilidad), pero con consecuencias igual de nefastas.
“¡Qué extrañas criaturas son los hermanos!”
-Jane Austen-
Así, por ejemplo, puede pasar que el hermano mayor se sobreimplique en el cuidado de los hermanos pequeños y que incluso llegue ajugar el rol de padre o de madre ante su ausencia, incluso en competencia con ellos en su presencia. Puede convertirse en demasiada presión y una forma de limitar el derecho de los hermanos mayores a equivocarse. Los hermanos mayores deben ajustarse a ese rol y hacer tareas correspondientes a su edad. Será el reto de los padres ser justos. Lo ideal es que los padres coloquen a su hijo mayor en posición de ejercer su rol y no otro.
La unión de hermanos hace la fuerza
“¿Cómo lo lleva el mayor?”, es lo que suelen preguntar. Hay nervios, celos, envidias, rabietas, enfados… Las rutinas y costumbres tan buscadas para dar estructura e influir en el desarrollo emocional y académico de los niños dan un giro brusco para ser de nuevo reconstruidas. Y no solo eso, sino que hay nuevas piezas con las que contar.
“A medida que crecíamos, mis hermanos actuaban como si no les preocupase, pero siempre supe que me cuidaban y estaban allí”.
– Catherine Pulsifer –
Toda esa parte de la responsabilidad formal esconde también emociones positivas (diversión, la satisfacción y euforia). Nada como ser cómplice y encontrar esa conexión en la que a veces sobran las palabras. Compartir secretos, liberar tensiones o encontrar un camino para desconectar forma parte de todo lo que significa tener un hermano pequeño.
Sembrar las semillas de la confianza y el cariño es importante. Ahí brotará el sentimiento fraterno, ese que va más allá de la genética. Es posible que el tipo de relación sufra transformaciones a lo largo de los años. Las diferencias de edad sitúan a los dos en etapas de desarrollo completamente diferentes. Lo importante es que poco a poco se vaya difuminando la asimetría que genera la diferencia de edades, teniendo la posibilidad de ser, además de hermanos, amigos. Que los dos sepan que están, que los dos sepan que pueden confiar en el otro.
“En el exterior crecemos. Pero no es así para hermanos y hermanas. Nos conocemos como siempre. Conocemos nuestros corazones. Compartimos nuestras bromas familiares privadas. Recordamos nuestros secretos familiares, penas y alegrías. Vivimos fuera del efecto del tiempo”.
-Clara Ortega-