Los niños que queremos no son los niños que educamos
Como sociedad no podemos ni debemos evitar mirar hacia el futuro, y el futuro lo harán las generaciones que nos sucederán. Hablamos de aquellos que soportarán el peso de la producción y de las decisiones a gran escala cuando el tiempo nos jubile y nos proponga para otros menesteres. Niños hoy, adultos mañana.
Por lo tanto, es normal que nos preocupe la educación que estamos planteando. El mundo cambia y las normas que les imponemos a nuestros hijos también. Al igual que también han evolucionado los juguetes, los intereses, las inquietudes o las aspiraciones de los niños, la educación también lo ha intentado.
Por ejemplo, hemos dejado atrás aquel lema de que “la letra con sangre entra” con el fin de alejar a la violencia de las aulas. Eso sí, lo hemos hecho sin dotar a los profesores de otros elementos de control que marquen su autoridad y sustituyan a la violencia de los reglazos o capones, de manera que el equilibrio se ha trasformado y el poder ha pasado a los alumnos. Niños inconscientes, simplemente por su condición de niños, y con demasiado poder.
¿Qué queremos para “nuestros” niños?
Hace no mucho, navegando por este mundo, muchas veces paralelo e inquisitorial, que es internet, me encontraba con una foto. En ella se podía identificar una plaza de las muchas que hay en España. No era especialmente bonita ni el encuadre de la foto una obra maestra. Más bien parecía una foto tomada de manera rápida, casi por casualidad.
Lo raro de la foto trascendía la propia instantánea. Eran varios carteles de prohibido que decoraban una de las farolas. Uno encima de otro. En el primero se prohibía jugar con la pelota, en el segundo las bicicletas y en el tercero los mono-patines. Me extrañó que directamente no se prohibieran los niños en la plaza. Así, quizás no tendrían que seguir añadiendo prohibiciones a la lista. Más cómodo, también más económico.
En el primero se prohibía jugar con la pelota, en el segundo las bicicletas y en el tercero los mono-patines.
Hace poco podía ser testigo directo de otra escena. Última hora de la tarde. Padre y madre relajados dando un paseo, llevan a un niño que va tranquilo en su carrito. De pronto, por estos caprichos que tienen los niños (y hemos tenido de niños, aunque ya no nos acordemos), empieza a llorar. Los padres tienen clara la estrategia para calmarle. El padre saca el teléfono del bolsillo, el niño lo recoge, como si en el fondo lo esperara y vuelta a la calma.
Pensé que si le hubiera dado una pastilla o lo que se llamaba antes un “tortazo bien dado” habría sucedido lo mismo. El niño habría pasado de la misma actividad al mismo estado pasivo y poco perturbador para la tranquilidad de los padres. Y es que los niños pueden ser adorables, pero también muy caprichosos, movidos y con un empeño capaz de poner a prueba la paciencia del adulto más sereno.
Lo que queremos necesita paciencia
¿Por qué hablo de estás dos situaciones? Porque enfrentan lo que queremos para ahora y lo que queremos para el futuro. Nos gustaría que nuestros hijos fueran creativos, pero en su programa de estudios premia a aquellos que repiten lo que el maestro dice. Queremos niños que tengan una buena salud, pero nos pone de los nervios que se pongan perdidos en los charcos un día de lluvia. Queremos niños curiosos pero no hacemos un esfuerzo por contestar a sus preguntas. Y es que los niños que queremos necesitan de nuestro esfuerzo, de nuestra mano izquierda.
Lo malo es que un niño no trame algo cuando está en silencio y no que lo trame. Lo malo es que un niño no quiera jugar con sus padres y prefiera dejarles en paz cuando estos llegan a casa. Lo malo es que un niño no mire a la lluvia o a la nieve con asombro y no que quiera empaparse con ella. En este sentido deberíamos pensar que lo malo es lo cómodo; la pastilla, la tablet o el tortazo. Lo malo es que prohibamos jugar en las plazas en vez de utilizar ese espacio para educarles en el respeto y enseñarles a convivir. Lo malo es que ese vecino que protesta por todo no se vea forzado a aguantar un poco…
Los niños necesitan disciplina, límites, pero sobre todo de nuestra paciencia, de nuestra mano izquierda y de nuestra coherencia… porque para eso nosotros somos lo que pensamos y ellos los que juegan, o al menos los que deberían jugar.