Cuando te enfadas... no te pones más fea
¡Qué feo te pones cuando te enfadas! Es una frase que hemos escuchado tantas veces… incluso que nos han dicho o hemos dicho alguna vez. La inversa también es popular en las primeras fases del enamoramiento, “Si es que eres guapa hasta cuando te enfadas”. En las dos frases se asocia al enfado con lo indeseable, a través de la mutación que produce en nuestro rostro.
Esta asociación no deja de responder a esa percepción clásica y social que clasifica a las emociones en dos grupos. Hablamos de las emociones deseables, como la alegría o el orgullo (en algunos casos), y las indeseables, como el miedo o la ira. Este no es más que otro de los dualismos que utilizamos, como el de cuerpo y mente, corazón o razón, introvertido y extravertido, etc. Válidos cuando miramos el mundo desde lejos, inhabilitados cuando nos acercamos y empezamos a percibir matices. Sutiles sí, importantes también.
Las emociones no son un maquillaje que pueda hacerte más feo cuando te enfadas
Sin embargo, dentro de este mensaje -comprensible en el marco de su tradición social- hay una consecuencia que se enfrenta directamente con la nueva concepción de las emociones, esa que se está edificando en psicología tomando como referencia diferentes estudios. Este paradigma propone una suspensión del rechazo o de la indiferencia que han recibido algunas emociones y que queda perfectamente ejemplificada con la frase popular que niega el título de este artículo: “¡¡Qué fea te pones cuando te enfadas!!”
Mostrar el alma desnuda en público se considera de un exhibicionismo indecente. Los demás te darán la espalda como siempre han hecho con los locos, los santos, los poetas, los visionarios y los genios. Pero ese grupo heterogéneo de locos e iluminados comparten un secreto. Una vez que se ha superado la conmoción de estar desnudo, aparece algo increíble: Ello.
-Deepak Chopra-
Ningún niño ni ninguna niña está más o menos fea cuando se enfada. En primer lugar, porque la belleza es una cualidad subjetiva que hacemos muy bien en disfrutar (o en sufrir), pero mal en imponer o en tratarla como absoluta. La belleza o la fealdad siempre encierra un juicio de valor que no en pocas ocasiones tratamos como si fuera un hecho, despreciando las opiniones que puedan tener los demás cuando son distintas a la nuestra.
Pero por encima de una discusión teórica sobre el concepto de belleza, lo que tampoco es cierto es que una emoción sea fea. Este es el mensaje que hay en el fondo de la frase y el que pretendemos negar. Una emoción siempre tiene un mensaje, nos quiere decir algo. A los niños también. Por eso lo mejor es que les ayudemos a profundizar en la emoción, en vez de animarles a echarla como si fuera un intruso que se hubiera colado en casa, una ladrona que quiere perturbar nuestra paz.
Así, lo que la frase dice es que “no te quieras identificar con el enfado, igual que no te quieres identificar con la fealdad“. En este sentido enfado también queda asociado a la culpa, ¿por qué te mantienes en un estado que no es deseable (enfadas)? ¿por qué agredes a los demás con la fealdad cuando te enfadas? Es este el momento en el que se produce una disociación entre la emoción y la expresión: el niño conserva el enfado porque no ha aprendido a deshacerse de él, pero inhibe su expresión para “no ser feo”.
“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”
-Aristóteles-
Las emociones no se operan ni se ignoran, se escuchan
No podemos estirpar de nuestro mundo emocional -igual que hace un cirujano con un tumor- aquella parte que en apariencia no nos gusta… y menos pedírselo a un niño. Lo que sí podemos hacer es enseñarle a gestionar ese enfado, a descifrar su mensaje y a dirigirlo. Incluso a compartirlo de la forma más beneficiosa para él.
Pensemos que el enfado no deja de ser una emoción defensiva cuyo principal propósito es evitar que se vuelva a repetir el daño. Contiene el impulso para decirle al otro: “Escucha, eso que estás haciendo no me está gustando nada”.
Sin el enfado, por ejemplo, gran parte de nuestra asertividad no existiría. Porque la asertividad es una tarea compleja que necesita energía y… ¿de dónde la obtiene? Pues principalmente de las emociones. Sí, del miedo y del enfado. Esas emociones que al principio señalábamos como negativas y que forman parte de nosotros por una razón. Enseñémosles esa razón y no les animemos a una guerra emocional que desde el principio van a tener perdida y de la que las únicas víctimas van a ser ellos mismos. Una tarea difícil sin duda, pero de frutos muy guapos.