Dime cómo ejerces tu autoridad y te diré cómo serán tus hijos
La educación de los hijos se volvió un tema difícil porque cada vez son más los agentes que intervienen en ella. Por otro lado, aunque jamás ha existido un manual que explique cómo ser buenos padres, sí hay criterios válidos generales para la crianza . Uno de ellos es la autoridad que deben ejercer los padres. Aunque este concepto ha cambiado muchísimo con el paso del tiempo, no ha desaparecido ni mucho menos.
Antes, la autoridad de los padres se ejercía de otra manera. En la mayoría de los casos el hijo obedecía porque, simplemente, debía hacerlo y ya. Se trataba de un autoritarismo que el niño respetaba porque temía las consecuencias. Así, para que el niño hiciera caso los padres utilizaban estrategias que iban desde la amenaza hasta los golpes físicos. El castigo era el eje de esta forma de crianza.
“La única ley de la autoridad es el amor”.
-José Martí-
En la actualidad parece que estuviera ocurriendo todo lo contrario. Crecen las quejas por una visible falta de autoridad de los padres. Esa autoridad no es reconocida por muchos hijos y es ejercida con temor por los padres. Incluso hemos llegado a un punto en donde se habla de padres maltratados o de hijos dictatoriales.
La autoridad en la crianza de los hijos
Las normas son importantes para adquirir responsabilidades y poner límites a la arbitrariedad. Los límites son los que le dan estabilidad a un ser humano. Son los padres, o los adultos a cargo de los niños, quienes deben hacer cumplir las normas. Muchos no lo hacen por negligencia, antes que por convicción. Imponer límites exige un esfuerzo importante.
Los niños suelen ser caprichosos. Por eso es necesario hacerles entender que no pueden hacer u obtener todo lo que quieren. Que las cosas hay que ganarlas con esfuerzo y que muchas veces, a pesar de que este se da, estas tampoco llegan. Si el niño es pequeño, se le debe enseñar que debe obedecer porque él es el niño y quien está a su cargo es el adulto. Por eso debe acatar lo que se le manda, sin que para ello sea necesario que comprenda las explicaciones.
Con los niños más grandes se puede dialogar. Analizar el porqué de las normas , pero también hacerles entender que no son negociables. La familia debe marchar al ritmo que impongan los padres porque ellos son los responsables. Porque ellos son los adultos. Porque si el niño quiere hacerlo de manera diferente, debe convertirse en adulto y ser capaz de responder por él mismo.
Establecer y mantener la autoridad genera, de hecho, varios conflictos. Los niños son personas que aún no han formado su criterio. Ellos quieren hacer solamente lo que les produzca satisfacción. Así que los límites les causan frustración y pueden llevar a las consabidas rabietas. Algunos padres exhaustos por las batallas que libran en otros frentes, como el trabajo, ceden a esos ataques. Pero eso es precisamente lo que no se debe hacer porque recobrar la autoridad perdida va a ser una tarea mucho más complicada que mantenerla.
La permisividad a ultranza y sus graves efectos
La falta de un modelo de autoridad coherente deja huellas negativas en la vida de cualquier ser humano. La primera, que propicia la aparición de personas ansiosas e inseguras. Cuando los padres no fijan límites, o no los respetan, el niño siente como si estuviera caminando sobre un terreno endeble. No tiene un marco de referencia al cual aferrarse, aunque sea para criticarlo.
Aunque algunos padres lo hagan con toda la buena intención del mundo, no cabe duda de que la permisividad a ultranza es un camino equivocado. Se les da gusto a los niños para que no pasen por las angustias de sus padres. No se les exigen responsabilidades. Se les deja hacer lo que quieran en un concepto erróneo de libertad. De esta falta de autoridad pueden crecer niños voluntariosos, indolentes y llenos de prejuicios.
Lo más grave es que cuando sean adultos carecerán de herramientas para enfrentar la realidad, que está llena de límites y de imposibles. Seguramente no contarán con la fortaleza que exigen las grandes dificultades de la vida. Se sentirán frustrados con bastante frecuencia porque las cosas no salen como ellos quieren y no sabrán gestionar esta frustración.
El afecto y la cercanía son el sustento de la autoridad
El ejercicio de la autoridad sin afecto y cercanía está más cerca de lo tiránico que de lo pedagógico. Un padre o una madre que solo llega a la vida de sus hijos para dar órdenes o hacer exigencias, desata muchos sentimientos encontrados. En ese caso lo que se produce es un ejercicio del poder para someter y no de la autoridad para educar.
Es muy importante que los padres le dediquen tiempo a sus hijos. Para hablar, para jugar, para conocerlos y darse a conocer. En suma, para crear lazos de afecto fuertes. Cuando el niño siente que sus padres son amorosos, también estará mejor dispuesto a aceptar su autoridad. Y entenderá que no se trata de un ejercicio arbitrario, sino de una orientación para la vida.
Los hijos que crecen sin padres y sin autoridad actuarán en consecuencia. Creerán tener siempre la razón. Es posible que traten de utilizar a los demás según su conveniencia. No asumirán responsabilidades y tampoco le harán frente a los problemas. No tendrán confianza en sí mismos y pensarán que el dinero puede comprarlo todo. En los peores casos, también coquetearán con lo ilegal o lo incorporarán a sus vidas.
Imágenes cortesía de Rafael Duarte