El poder del aburrimiento en los niños
El cerebro humano está diseñado para buscar estimulación constante. Por ejemplo, es difícil hablar con alguien si tiene una televisión encendida detrás, de forma inconsciente, los ojos se van a ir, una y otra vez, a examinar las imágenes cambiantes de la pantalla, independientemente del contenido que se esté proyectando. Es ese cambio constante de lo que se nutre nuestro cerebro y todo cambio es información, por nimia e inútil que nos pueda parecer.
Si eso les pasa a los adultos, imagínate lo que sucede en el cerebro de un niño: esa necesidad de estimulación se dispara de manera exagerada.
El aburrimiento en los niños
Por desgracia, la televisión, el teléfono o la tableta la usamos con demasiada frecuencia como herramienta principal para saciar esa necesidad. Lo que conlleva un alto coste, ya que cuando al niño le quitas esa sobreestimulación, su cerebro no descansa: no quiere descansar y sigue pidiendo ser estimulado.
Es entonces cuando aparece la frase, en general en un tono triste, melancólico y con cierto aire de protesta: “¡me aburro!”. Apenas dos minutos después del apagado, al niño se le viene el mundo encima. No encuentra nada equiparable al torrente sensorial del que viene.
Para los padres y las madres es cómodo tener esas herramientas porque mantienen a sus hijos absortos y no molestan . En cualquier mesa de bar, cafetería o restaurante es fácil ver un dispositivo multimedia en manos de un infante. Mientras, los adultos pueden hablar tranquilos.
Son muchos los coches que disponen en sus asientos traseros de pantallas de video cuyo único fin es evitar que el pasajero se aburra y así, de paso, el conductor y el acompañante pueden hablar tranquilos.
Parece que todo nuestro esfuerzo por evitar que los niños se aburran lo hacemos más por nosotros que por ellos. Pero, ¿es tan malo aburrirse? ¿qué supone el aburrimiento en los niños?
Recuerdo, de pequeño, cuando móviles y tabletas estaban por inventar, que uno se sentaba en el coche y miraba por la ventana. Y ya está. Solo mirabas y escuchabas. Y sin querer se hacía la magia.
Allí mismo podías ver un precioso caballo galopando junto al coche, un corcel pardo de largo cuello y crines negras saltando todos los obstáculos que ofrecía el escenario. Se ponía en marcha la imaginación, tan apreciada por los pedagogos y tan olvidada por el resto.
El aburrimiento en los niños puede ser una gran oportunidad para estimular la imaginación.
Cómo conocer y potenciar la capacidad imaginativa de los niños
Entonces, ¿cómo potenciar la imaginación en los niños?
Haga una prueba. Deje que se aburra. Deje que busque él mismo esa estimulación que necesita su cerebro. Y en el caso de que el niño experimente dificultades, puedes intentar poner en marcha algunas de las siguientes clave:
- Anímale a jugar con algo que no lleve ni pilas ni batería. No lo imponga como castigo, preséntelo como un juego o como un reto.
- Como modelo a seguir, haga lo mismo, no use durante ese tiempo la televisión ni ningún otro elemento multimedia.
- No le ofrezca alternativas, deje que él busque a su alrededor lo que más le estimula.
- Si elige uno de sus juguetes, fíjese de qué tipo es: figuras de animación, vehículos en miniatura, puzzles, juegos de construcción, manualidades, lectura… Sabrá cómo le gusta entretenerse y podrá potenciar su imaginación ampliando ese tipo de juegos.
- Si nota que le cuesta divertirse, juegue con él. Poco a poco, y en pequeños espacios de tiempo, vaya dejándole solo, evitando así que dependa de su presencia.
- Si no acaba de descubrir nada que le atraiga, ayúdele a reorganizar sus juguetes, será un buen momento para desechar todo aquello que ya no utilice. Dónelos a alguna organización y haga partícipe de ello a su hijo.
- Recompense su autonomía en la gestión de tiempo de ocio. Interésese por lo que hace, cómo lo hace, qué nuevos proyectos tiene y qué necesita para llevarlos a cabo.
- Haga un cuadrante semanal del tiempo que puede dedicar a los reproductores multimedia que tenga en casa (tv, móvil, tablet) y aplíquelo.
No todos los niños son iguales y es posible que algunos no respondan bien ante la retirada o la reducción de horas de exposición de, por ejemplo, la televisión.
Será ahí cuando deberá aparecer la dura labor de los padres, que no deben claudicar ante las continuas insistencias del menor. De hecho, será la alta intensidad y frecuencia de enfados, protestas y críticas lo que revelará hasta qué punto era necesaria nuestra intervención.