¿El ser humano es intrínsecamente bueno o malo?
¿El humano es bueno o malo? La pregunta sobre la naturaleza moral humana no es solo una mera curiosidad teórica; tiene implicaciones profundas en cómo concebimos la justicia, la educación, la política y, en última instancia, cómo nos vemos a nosotros y a los demás.
¿Por qué importa esta cuestión? Si partimos de que el hombre es intrínsecamente bueno, entonces las maldades o errores resultan de factores externos: educación deficiente, influencia negativa del entorno o circunstancias desafortunadas.
Por otro lado, si asumimos que somos malos o egoístas, entonces nuestras buenas acciones requieren un esfuerzo consciente para superar la naturaleza básica y las instituciones y reglas sociales existirían para mantener en jaque las peores inclinaciones.
El problema del bien y el mal en la antigüedad
Desde la antigüedad los cuestionamientos en torno a las características de nuestra naturaleza moral constituyen un tema importante. Sócrates, considerado el padre de la ética occidental, abogaba por la idea de que la virtud es conocimiento. Según él, nadie hace el mal a propósito; cuando las personas cometen actos maliciosos, lo hacen por ignorancia de lo que es bueno.
Existe aquí una identidad entre virtud y moral. De modo que, si uno conoce el bien, actuará de acuerdo con él. Por lo tanto, la educación y la introspección son fundamentales para alcanzar una vida virtuosa. Desde esta perspectiva, el ser humano no es intrínsecamente malo; solo puede estar desinformado o confundido acerca de lo que compone una buena acción.
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Primeras diferencias sobre la naturaleza humana
Este pensamiento será profundizado por Platón a través de su teoría de las formas. Existen realidades inmutables y eternas, las ideas, de las cuales todo el mundo sensible es una copia imperfecta.
Los humanos tenemos una participación en la «idea de bien», pero esta se ve oscurecida por las distracciones y engaños del mundo material. A través de la educación y la filosofía, el alma puede recordar y orientarse hacia esa «idea de bien».
Aristóteles, en cambio, consideraba que los humanos nacen con la capacidad de desarrollar virtudes y hábitos virtuosos a lo largo de sus vidas. La virtud es una cualidad que se adquiere a través de la práctica y el aprendizaje, y se alcanza mediante un proceso de educación y desarrollo personal.
Así, los seres humanos no posemos una participación con la «idea de bien», pero mediante el cultivo de las virtudes tendemos hacia el bien.
A pesar de que Aristóteles no sostiene la creencia de que la naturaleza humana posea una bondad intrínseca e inmutable, demuestra un enfoque optimista en relación con las capacidades inherentes del hombre para desarrollar y expresar virtud en su comportamiento y carácter.
Discusión en la modernidad
Luego de atravesar la Edad Media, marcada por el pensamiento religioso, aunque apoyada en los antiguos, la modernidad trajo un nuevo modo discutir el problema del bien y el mal.
La visión del hombre comenzó a alejarse de las nociones trascendentales y a centrarse más en la experiencia y condición humanas palpables. Aquí las opiniones se derivan en dos grandes vertientes que marcarán el rumbo de la ética y la filosofía política.
El egoísmo pesimista de Hobbes
Uno de los más célebres y controvertidos pensadores de la modernidad, Hobbes, propuso una visión bastante sombría de la naturaleza humana en su obra Leviatán. Según él, en un estado de naturaleza (sin leyes ni estructuras sociales), los seres humanos actuarían impulsados por sus instintos básicos y, en particular, por el deseo de autoconservación.
Esta condición llevaría de manera inevitable a lo que denomina un «estado de guerra de todos contra todos». Su famosa frase homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre) refleja esta idea. Para evitar el caos, los humanos acuerdan entrar en un contrato social, cediendo algunos de sus derechos a un soberano o a una autoridad que garantice la paz y la seguridad.
El optimismo de Rousseau
En contraste, Rousseau ofreció una visión más optimista de la humanidad. Este argumentó que el hombre en su estado de naturaleza es bueno, una suerte de «buen salvaje» que vive en armonía con su entorno.
Son la sociedad y sus estructuras las que corrompen esta bondad innata, llevando al individuo a actuar contra su verdadera naturaleza. Para Rousseau, el camino hacia una sociedad justa y buena radica en reconocer la bondad inherente y reestructurar la sociedad de manera que se asemeje más a ese estado natural idealizado.
Controversia actual
La contemporaneidad, con sus rápidos avances tecnológicos, cambios socioculturales y desafíos globales, ofrece nuevos prismas a través de los cuales examinar la naturaleza moral humana. Cabría preguntarse si los términos bueno y malo son adecuados para pensar acerca de nuestro comportamiento.
Incluso, podríamos cuestionar la existencia misma de una naturaleza humana. Muchos suponen que la sociedad es la que moldea nuestras actitudes y que lo bueno y malo varía de una cultura a otra. Sin embargo, también existen enfoques evolutivos que enfatizan nuestra propensión a actuar de determinada manera.
Moral y poder
Nietzsche, con su estilo provocador y enigmático, desafió muchas de las concepciones tradicionales sobre la moralidad. En lugar de ver la moral en términos de bien y mal absolutos, argumentaba que estos conceptos son construcciones sociales que sirven a ciertos intereses de poder.
En su crítica a la moral tradicional, en especial a la moral judeocristiana, veía una «moral de esclavos», que glorifica la humildad y la sumisión, en contraposición a una «moral de señores», que celebra la fuerza y la afirmación de la vida. Para este filósofo, la naturaleza humana es una fuerza vital, una «voluntad de poder». Y la moralidad está subordinada a esa fuerza.
La naturaleza situacional de la moralidad
En 1971, el psicólogo Philip Zimbardo llevó a cabo un famoso experimento en el que estudiantes universitarios fueron asignados al azar a roles de guardias o prisioneros en una simulación de prisión. La investigación fue interrumpida antes de lo previsto, debido a que el comportamiento de los guardias se tornó muy abusivo.
Zimbardo concluyó que las estructuras de poder y las situaciones pueden tener un impacto profundo en el comportamiento moral de los individuos, lo que sugiere que la bondad o maldad sería situacional.
Evolución y cooperación
Desde el campo de la biología evolutiva, se ha propuesto que ciertos comportamientos morales, como la cooperación o el altruismo, tendrían ventajas evolutivas. Como sostiene Michael Tomasello en ¿Por qué cooperamos?, en sociedades primitivas, aquellos individuos que cooperaban con otros y formaban fuertes lazos comunitarios tenían mayores probabilidades de supervivencia y reproducción.
Esta perspectiva sugiere que, al menos en parte, nuestra propensión a actuar de manera moral quizás resulta de fuerzas evolutivas. No obstante, esta visión también reconoce que el ser humano tiene la capacidad de actuar contra sus instintos, lo que complica la cuestión de si somos buenos o malos por naturaleza.
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Un debate en progreso
Saber si el humano es en esencia bueno o malo es una de las cuestiones más persistentes y debatidas en la historia del pensamiento. Desde las antiguas reflexiones filosóficas hasta las investigaciones más recientes, la búsqueda de una respuesta única todavía resulta esquiva.
Nuestra naturaleza es compleja y no puede reducirse a etiquetas simplistas de bueno o malo. Cada individuo es una amalgama de experiencias, educación, genética y decisiones personales. Además, lo que una cultura o sociedad considera moral o inmoral varía de modo considerable de una a otra.
Si bien ciertos estudios y teorías sugieren que hay factores biológicos y evolutivos que influyen en nuestra moralidad, también está claro que el ser humano tiene una increíble capacidad para el cambio y la adaptación. A través de la educación, la introspección y la experiencia, las personas evolucionan y adaptan sus comprensiones y prácticas morales.
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