¿Es bueno edulcorar la realidad a los niños?
En nuestra cultura podemos encontrar multitud de conductas encaminadas a edulcorar la realidad a los niños. Cuando hablamos de “edulcorar” nos referimos a aquella tendencia a cambiar una verdad dolorosa por una mentira/adaptación suavizada. ¿Por qué realizamos este tipo de conductas? ¿Y hasta qué punto es bueno para ellos trabajar con una realidad edulcorada?
A pesar de que el uso de mentiras para suavizar la realidad es algo que se realiza con personas de cualquier edad, con los niños es más frecuente. Un aspecto diferenciador es la legitimidad de su uso: una buena parte de la sociedad piensa que es positivo edulcorar la realidad a los niños -y así lo hace o aprueba a quien lo hace. Sin embargo, en el caso de los adultos no sucede lo mismo, ya que la intención de proteger al otro en muchos casos no estaría tan bien argumentada.
En este artículo vamos a entrar de lleno en este debate, abriéndolo y respetando opiniones. Para cumplir con este fin, vamos a repasar tres aspectos. En primer lugar hablaremos de las conductas típicas relacionadas con la edulcoración de las verdades dolorosas, en segundo lugar las razones y motivos que pueden producir esta modificación o adorno, y por último, cerraremos con unas conclusiones en sintonía con lo expuesto.
¿Cómo edulcorar la realidad a los niños?
Suavizamos la realidad a los niños. Pero, ¿cómo lo hacemos? Estas conductas las podemos encontrar expresadas de manera distinta y con fines distintos. En concreto, se podrían distinguir dos tipos: (a) mentiras o ocultación de la verdad acerca de las situaciones duras o incómodas, y (b) historias fantásticas o mágicas.
Cuando hablo de mentiras acerca de las situaciones duras o incómodas, me refiero a cuando los adultos ocultamos la información a los niños con el argumento de que no están preparados para esa situación. Ejemplo de ellas las podemos encontrar con temas relacionados con la muerte, el sexo o la violencia. Estos temas parece que no deben formar parte de la infancia y tratamos de proteger a los niños de ellos; sin embargo, en la sociedad actual de la información cada vez es más difícil filtrar todo lo que les llega.
Y cuando menciono las historias mágicas me refiero a aquellos “cuentos de hadas” que rodean la vida de un niño. Todos conocemos ejemplos de esto como Papá Nöel, los Reyes Magos, Ratoncito Pérez, etc. Los adultos hacemos creer a los niños que en la realidad hay más “magia” de la que hay.
¿Por qué edulcoramos la realidad a los niños?
Ahora bien, la pregunta que primero se nos viene a la cabeza para valorar la legitimidad de esta forma de actuar es la búsqueda de un porqué. Muchas pueden ser las razones que dan lugar a estas conductas y lo más probable es que estemos ante un fenómeno con multitud de causas. Pero en este apartado vamos a tratar de enumerar algunos de los motivos con más peso.
Si le preguntamos a alguien que los haga por sus motivos, lo más probable es que nos responda que lo hace para conservar la inocencia de los niños. Esto es debido a que socialmente se cree que los niños son más vulnerables a situaciones de estrés. Algo que no deja de ser cierto, ya que su capacidad para gestionar las emociones es todavía muy limitada.
Observando con detenimiento las “verdades incómodas” que ocultamos a los niños, nos damos cuenta que son situaciones que en muchas ocasiones nosotros tampoco somos capaces de gestionar. Temas como la muerte y el sexo siguen siendo temas tabú en nuestra sociedad. Alrededor de ellos giran ideas y mitos que pueden hacer que nos sintamos superados o muy vulnerables. El hecho de que nosotros no contemos con respuestas claras también es uno de los motivos por el que le contamos a los niños historias que en realidad no creemos.
En conclusión, podemos decir que la realidad se edulcora a los niños por factores socioculturales que nacen a raíz de una mala gestión de los temas tabú o incómodos. Esto está relacionado con el déficit de inteligencia emocional que encontramos en la sociedad actual.
¿Está bien edulcorar la realidad a los niños?
Bien, la respuesta tiene matices. Los expertos señalan que hay actuaciones que no son recomendables, como contarles historias a los niños en las que nosotros no creemos. Un ejemplo sería la existencia de vida después de la muerte. Por otro lado, no hay ningún problema en ser honestos con los más pequeños y confesares que hay respuestas a preguntas que en realidad nosotros tampoco sabemos, o incluso que nadie sabe, con independencia de la fe.
Por otro lado, no se trata de edulcorar la realidad, pero sí de utilizar un lenguaje que sea adaptado a su capacidad para comprender. También se trata de no abrir determinados debates antes de que ellos nos pregunten o manifiesten interés. Un relato inteligente es aquel que se adapta, sin mentir y con honestidad, a la capacidad de comprensión del pequeño.
Finalmente, en ocasiones esta manera de endulzar la realidad tiene como propósito alejar al pequeño de las emociones negativas. En este sentido, en muchas ocasiones deberíamos abstenernos de esta sobreprotección. Pensemos que es muy complicado que los niños aprendan a gestionar estas emociones negativas si no las sienten.
Dejemos que se enfaden y enseñémosles qué pueden hacer con ese enfado. Permitamos que se sientan tristes y construyamos con ellos un relato honesto de la emoción y de lo que ha sucedido. No impidamos que aprendan a mirar a la realidad con inteligencia, dejemos que tengan estímulos que pongan a prueba sus recursos y animémosles a superarse. Enseñémosles a tolerar la incertidumbre, porque ciertamente nos manejamos en un mundo repleto de ella.
Ahora bien, es importante matizar que no basta con dejar de mentir en su lado más dulce a los niños. Si realmente queremos una educación digna y un desarrollo de la infancia, debemos de enseñar a nuestros niños a manejarse por una realidad llena de información de diverso tipo con inteligencia emocional y capacidad crítica.