Escucha con entusiasmo lo pequeño cuando son pequeños, para ellos es importante
Escucha con atención cualquier cosa que los niños quieran decirte, sea lo que sea, para ellos es lo más importante. Su asombro, su entusiasmo, su descubrimiento, sus sentimientos, sus emociones, sus pensamientos, sus logros, su evolución.
Hay una cita de Catherine M. Wallace que debe estar grabada a fuego en nuestra piel: “escucha con atención cualquier cosa que tus hijos quieran decirte, sin importar qué sea. Si no escuchas con entusiasmo las cosas pequeñas cuando son pequeños, no te dirán las cosas grandes cuando sean grandes. Al fin y al cabo para ellos se habrá tratado siempre de cosas importantes”.
Se expresan con incontables palabras, miradas, gestos… Probad a dejar vuestro Smartphone o vuestra tablet a un lado mientras ellos están jugando y entonces comprobaréis que os miran cientos de veces buscando vuestra aprobación, vuestra complicidad, vuestra atención.
A la hora de comer las noticias más importantes son las que nos cuentan los niños
Estamos tan acostumbrados a “dejar para otro momento” lo que los niños nos dicen que no nos damos cuenta de que a la hora de comer lo verdaderamente importante no es el telediario, sino las cosas que nuestros niños nos cuentan.
Por insignificante que parezca para un niño todo lo que le rodea es magia; sin embargo de eso no nos damos cuenta los adultos por culpa de la pérdida de la capacidad de asombro, porque no nos definimos por lo que podemos disfrutar sino por lo que resulta útil para seguir comportándonos como robots, como mecanismos con objetivos inflexibles.
Prisioneros de las prisas no somos útiles para nuestros niños, no les brindamos nuestra ayuda y compañía porque no respetamos sus momentos y espacios, porque no conseguimos sintonizar y ser pacientes, guiarles con suavidad y sin enfados.
Escucha al niño para que te hable, háblale para que te escuche
La manera en la que hablamos a nuestros niños sí que importa, no cabe duda. Si hablamos a los niños desde el afecto y nos esforzamos por mantener una comunicación comprensiva con ellos, obtendremos un crecimiento potencial que nos permitirá hablarnos y escucharnos de manera correcta.
1. Cómo tenemos que cambiar nuestra manera de hablarles para facilitar la expresión de los sentimientos
Como ya hemos apuntado en otras ocasiones, hay una relación directa entre cómo se siente un niño y cómo se comporta. Es una regla simple: si un niño se siente bien, se comporta bien. Nosotros somos clave en ese proceso y podemos ayudarles a alcanzar el bienestar. ¿Cómo? Aceptando sus sentimientos y tratando de no enviar mensajes del tipo:
-No estás cansado, solo tienes un poco de sueño.
-No tienes razones para estar tan alterado.
-No tienes calor, no te quites el jersey.
Suena duro, pero si imaginamos lo que puede suponer para la mente humana que nos nieguen los sentimientos, probablemente dejaremos de confiar en nuestra capacidad de sentir y expresar.
Es clave para un buen desarrollo evolutivo que sintonicemos con nuestros niños y tratemos de enviar este tipo de mensajes: “así que estás cansado a pesar de que te has echado una buena siesta”, “vaya, veo que hoy has tenido un día agitado”, “yo tengo frío pero ya veo que para ti hace calor”, etc.
O sea, se trata de desarrollar su capacidad empática a través de la nuestra, de permitirles sentir y de validar sus sentimientos y emociones. ¿Cómo? Prestándoles atención, manteniendo el interés en lo que nos cuentan, trabajando porque se consideren y se valoren.
2. Las alabanzas, otra asignatura pendiente
Es habitual que nos deshagamos en halagos hacia nuestros niños cuando hacen las cosas bien. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que el diálogo interno que fomentamos es poco saludable. ¿Cómo podemos pretender que los niños no se llamen tontos cuando hacen algo mal si cuando lo hacen bien les decimos que son los más listos del mundo?
3. Cuando queremos obtener cooperación
Cuando queremos obtener cooperación generalmente tenemos a emitir mensajes dictatoriales. Muchos de nosotros nos reconoceremos en:
-No tires eso.
-No comas con los dedos.
-No juegues con el agua.
-Haz la tarea.
-Lávate las manos ahora mismo.
-Deja de jugar y vamos a la cama.
Como consecuencia es natural que la actitud de los niños acabe convirtiéndose en un constante desafío, por lo que explícita o implícitamente nos transmiten aquello que tanto nos crispa de “haré lo que quiera”. A esto nosotros responderemos “harás lo que yo te diga”, escalando en el conflicto y perjudicando nuestra relación.
Así que de nuevo lo que tenemos que cambiar es nuestro discurso, procurar dejar de culpar y de acusar a nuestros pequeños porque han ensuciado el suelo o han dejado marcas en el cristal. Asimimo, todo aquello que transmita calificativos (eres bueno, eres malo, eres guapo…) es bueno que sea eliminado de nuestro vocabulario habitual. Hay muchas maneras más saludables de elogiar.
Nuestros niños tienen que entender que no nos define el hecho de que nos comportemos mejor o peor. Para todos nosotros resulta hostil escuchar amenazas, órdenes, juicios o advertencias.
Por eso, cuando queremos obtener cooperación y hacerle entender al niño que lo puede hacer mejor y las razones de esto, podemos hacer lo siguiente:
–Describir cómo es lo que se ve o el problema que hay (En vez de “Cuántas veces tengo que decirte que apagues la luz del baño” es mejor que digamos “La luz del baño está encendida”)
–Darle información específica sobre lo que acontece (En vez de “¿Quién tomó leche y dejó la botella afuera?” es mejor que digamos “La leche fuera de la nevera se pone mala”)
–Pedírselo con pocas palabras, de manera simple, concisa y positiva (En vez de “Deja de jugar y vete a dormir”, sería algo así como “María, el pijama”).
–Hablar de sus (y nuestros) sentimientos. (En vez “Eres de lo más molesto que hay”, es mejor decirles “No me gusta que me griten para pedirme las cosas”).
Lectura recomendada: “Cómo hablar para que los niños escuchen y cómo escuchar para que los niños hablen” de Elaine Mazlish y Adele Faber.