La diferencia entre mimar a un hijo y convertirlo en un incompetente
La crianza de un hijo se volvió un asunto complejo y todavía no entendemos por qué. Son muchos los padres que se desviven por mantener contentos a sus retoños. En la persecución de este deseo muchas veces se dan de bruces con una paradoja: cuanto más empeño ponen, menos lo logran. Los hijos que más mimos y consideraciones reciben también suelen ser los que más sufren por lo que no tienen.
Dicen que las nuevas generaciones “nacieron cansadas”. Muchos de los chicos de hoy no parecen tener idea de lo que significa un despertador. La alarma puede repicar mil veces y ellos siguen ahí, como si nada. Los padres tienen que llamarlos varias veces para que se levanten y vayan a la escuela.
“Una persona perezosa es un reloj sin agujas, siendo inútil tanto si anda como si está parado”.
-William Cowper-
Muchos padres saben que esto no es correcto. Aun así siguen haciéndolo, atrapados en la propia dinámica que ellos han creado. Quizás no quieren enfrentarse con su hijo, porque no se sienten con autoridad suficiente para hacerlo. O cargan sobre sus hombros alguna culpa que no le corresponde y tratan de compensarlo siendo más permisivos.
Lo cierto es que muchos chicos de hoy en día se han convertido en verdaderos haraganes. No hacen su cama y no tienen idea de lo que hay que hacer para que la ropa aparezca limpia y planchada. A veces no son tan chicos. A veces llegan a edades bastante avanzadas comportándose de la misma manera. ¿Qué está pasando?
No quiero que mi hijo pase por lo que yo pasé…
Ese deseo de que el hijo no pase por ciertos trabajos se volvió muy recurrente entre algunos padres. Les parece que el esfuerzo y los trances duros dan forma al peor demonio al que se pueden enfrentar sus hijos, y por lo tanto hay que apartarlos. Idealizan la vida y la ponen en términos “tipo edén”. Eso es lo que quieren para sus hijos, un paraíso de colores, donde ellos puedan ir creciendo sin sobresaltos.
Por eso construyen en su hogar una especie de “resort” con “todo incluido”. Pensión completa, sin necesidad que tengan que ocuparse ni tan siquiera de “sus cosas”, por ya no hablar de las demás. Comida caliente, que debe ser deliciosa, o si no, corren el riesgo de que el hijo no quiera comer y enferme “el pobrecito”. Cama mullida y siempre hecha.
La cosa no termina ahí. También enseñan al hijo a conjugar el verbo pedir en todos los modos y tiempos. Eso es lo que mejor sabe hacer el chico: pedir. Es lo único que tiene que hacer para obtener lo que quiere. “¿Cómo no darle el teléfono más inteligente si después se va a sentir acomplejado con sus compañeros?” “¿Cómo no comprarle la mejor ropa? No quiero que digan que “anda como pordiosero”?”.
El “No quiero que mi hijo pase por lo que yo pasé” es un pensamiento que infinidad de veces ha conducido -y seguirá conduciendo- al desastre. Quizás representa más bien una forma de hacer un ajuste de cuentas con los propios conflictos sin resolver, o las propias limitaciones. No es una forma de educar en el amor. Porque cuando se dice que el amor se complace con la felicidad del otro, no se refiere a la holgazanería del otro, sino a su realización.
¿Quién manda a quién?
Muchos padres tienen miedo a sus hijos. El miedo es justificado, especialmente si tenemos en cuenta que las agresiones físicas a los progenitores han crecido en todos los países de Occidente. En unos más, en otros menos, pero en general los porcentajes ya alcanzan los dos dígitos. Un buen grupo de hijos están castigando físicamente a sus padres. Otros los castigan emocionalmente. Parece que una importante parte de la sociedad está siendo tiranizada por “mocosos”.
Muchos padres tampoco son capaces de tomar decisiones sin antes consultarlas con su hijo. A la larga cabe una pregunta: ¿les consultan o… les piden permiso? Puede que quieran ir de vacaciones a la casa de la abuela, pero que al chico no le guste. Entonces le preguntan primero, para no tener problemas. Hay miedo de sus reacciones y al daño que puedan causar.
Lo que resulta de estas formas de crianza son personas básicamente inútiles. Pero no solo eso. También se vuelven indolentes, falsamente presumidos, intolerantes y egoístas. Exactamente la clase de personas que un padre o una madre no quieren cerca de su hijo. Exactamente la clase de seres humanos que viven sin provecho, ni siquiera para sí mismos.
Los abuelos y bisabuelos utilizaban la “pedagogía de la correa”. No es necesario convertir las infancias en un calvario para educar adultos responsables, de hecho es un camino incluso más censurable que el exceso de permisividad porque pone en peligro la integridad del menor.
Sin embargo, en algo tenían razón: el padre o la madre son los que tienen la obligación de tomar la decisión. También tenían razón en involucrar a los chicos en las tareas domésticas y en delegarles responsabilidades que sí o sí debían cumplir. Un padre abusivo da lugar a un hijo disminuido. Un padre permisivo y obediente educa hijos inútiles. Un padre que sabe establecer y mantener unos límites con cariño, cría hijos fuertes.