Nuestra búsqueda necesita una dirección, no un destino
Las expectativas son aquellos finales que consideramos como más probables para el futuro. Representan la búsqueda de la estabilidad dentro del caos de la incertidumbre.
Un resultado menos ventajoso con respecto a las expectativas que nos formamos suele originar decepción. Por el contrario, si aquello que ocurre supera nuestras previsiones nos sentimos gratamente sorprendidos.
En estas ocasiones parece que la vida cambia de color
Para hablar de expectativas por lo general tiene que haber algo que las sustente, sino quizás estamos hablando de esperanza o, simplemente, de cuestiones de fe. Es en ese juego de predecir nuestro futuro donde entran en escena multitud de variables que, en muy pocas ocasiones, nos paramos a analizar de forma objetiva.
Este proceso de “anticipar destinos” está influido por las perspectivas e imágenes que nos formamos de nosotros mismos, los demás, las situaciones y la experiencia previa que hemos tenido en el desempeño de cualquier tarea.
Si nos quedamos con las veces que fallamos y las tomamos como prueba de que volverá a ocurrir es muy probable que desistamos a intentarlo de nuevo.
Aquello que esperamos de alguien o de algo también lo transmitimos a los demás. Con nuestras palabras, con nuestros gestos o con la no-acción es como si estuviéramos diciéndole a otra persona: “yo pienso que tú no puedes así que ni lo intentes”, ” no confío en ti”, “ya ha ocurrido otras veces”, “no quiero hacerme ilusiones y tú tampoco deberías tenerlas”.
“Los maestros que tienen imágenes muy positivas de sus estudiantes tienden a ofrecerles: un mayor soporte emocional”
El aprendizaje se compone de errores y aciertos que poco dicen acerca de nuestra personalidad o de aquello que somos. Además, focalizarnos en únicamente los sucesos negativos de nosotros mismos y de los demás es el verdadero fracaso.
Si nos centramos en nuestro potencial, en aquello que nos motiva, en lo mejor de nosotros y los demás, mejoraremos la visión que tenemos y tienen del papel que podemos jugar en este mundo. Cruel e injusto a veces, sí, pero con muchos caminos posibles si creemos en la capacidad de recorrerlos.
Pero, muy importante, necesitamos una dirección. Un pequeño movimiento, un leve paso en la incertidumbre, aunque sea simbólico, para entrar en un espiral que nos puede llevar hacia lo que queremos. Si nos perdemos en pensar en exceso sobre el destino, es probable que nos paralicemos. Si no ahora, a mitad de recorrido.
Es importante que las metas que nos planteemos sean realistas. Hay que soñar (¡¡¡claro!!) pero, si nos marcamos expectativas muy altas o irrealizables la decepción nos alcanzará tarde o temprano.
Hay que andar con metas y sueños, pero no con quimeras.
¿Qué puedes hacer HOY para dar un paso en tu camino?
Si quieres hacer algo planta una pequeña semilla, justo en este mismo instante.
Los destinos son, a excepción de ciertas realidades que son imparables, inciertos.
Es en esa gran inmensidad donde podemos proyectar nuestro fracaso anticipado (expectativas negativas/irrealistas) o donde podemos decir: será difícil pero voy a mover ficha en lo que pueda (expectativas positivas/realistas).
La línea entre lo que queremos que ocurra y el momento en el que lo conseguimos es, en su mayoría, lenta y larga. Hace falta trabajo, esfuerzo, sacrificios, caídas, errores y levantarnos de nuevo. Pero lo que es cierto es que si lo dejamos en nuestro pensamiento, el mundo no conspirará para que lo consigamos.
El movimiento genera movimiento. Empuja una rueda que en cierto modo no sabes hacia donde se dirige, pero ya estás montada en ella. Porque es difícil tener claro el destino. Podemos tener una idea, un boceto, una aproximación, pero lo importante es que cuando estás en un camino te ocurren cosas y si no das un paso nunca lo podrás comprobar.
Un problema es tan solo la diferencia entre lo esperado y lo obtenido, de las personas o de la vida.
A.Espinosa