¿Placer en el displacer?
Si no estás dispuesto a romper con los cánones comunes de pensamiento, entonces quizás sea mejor que no continuéis con esta lectura. En cambio, si estás dispuesto, te preguntamos: ¿a qué se refería Sigmund Freud en su teoría nombrada Más allá del principio de placer?
Una de las motivaciones que guiaron la obra del padre del psicoanálisis fueron sus ganas de saber más sobre la constitución del aparato psíquico. Es decir, cómo funciona nuestra psique. En sus primeros desarrollos, este autor llegó a la conclusión que la estructura de la psique basaba su dinamismo en el principio de placer.
Constitución del aparato psíquico según Freud
Para Freud, la psique estaba constituida por tres instancias psíquicas:
- El inconsciente.
- El consciente.
- El preconsciente.
Sistemas separados, funcionamientos distintos
En el inconsciente residían una serie de elementos psíquicos de origen profundo, un conjunto de traumas que habían sido reprimidos, escondidos y sepultados, se trataba de aquellos recuerdos que suponían un conflicto para el sujeto.
Por otro lado, en el consciente, refería como la región reconocida y aceptada, a partir de donde se podía interactuar con el mundo exterior y las personas que lo rodean.
Finalmente, en el preconsciente se hallaban los contenidos que resultaban susceptibles de convertirse en representaciones conscientes, o hundirse en las profundidades del inconsciente.
Estos tres sistemas daban forma al aparato psíquico, que para poder sostenerse requeriría del concurso de una función mediadora, la censura, una función sin la cual los contenidos reprimidos no encontrarían ninguna oposición para acceder a la conciencia.
Según Freud, la censura es una función tan necesaria como permanente: constituye una especie de barrera selectiva que impediría el tránsito libre de información entre los sistemas inconsciente, por una parte, y preconsciente-consciente, por otra; impidiendo a los deseos inconscientes y a las formaciones que de ellos se derivan el acceso al plano de la conciencia, localizándose, por consiguiente, en el origen mismo de la represión.
Ahora bien, como mencionamos anteriormente, el funcionamiento del aparato psíquico, en esta primera instancia, estaría sostenido en el principio de placer.
Principio de placer, la primera teoría de Freud
Estos tres sistemas, entraban en conflicto cuando una tensión invadía al aparato. La tensión, en la teoría de Freud, era una carga energética que acontecía y generaba un disturbio en el funcionamiento de la psique, perturbando el sentimiento de placer, por estar momentáneamente perdido.
Frente a esta irrupción, el aparato respondía tendiendo al placer, es decir, intentando descargar esa energía, para retomar el placer perdido. Y esta fuerza, ese impulso que guiaba la descarga, fue nombrada como pulsión.
Entonces, si volvemos sobre nuestra primera pregunta, es posible dar cuenta de un más allá del principio de placer.
Más allá del principio de placer
El cambio metapsicológico que va de la primera a la segunda tópica fue impulsado, en primer lugar, por algunos hallazgos procedentes de la clínica psicoanalítica.
En 1920, Sigmund Freud cambió su teoría con un giro de 180°, reconociendo su propia falta, y desarrollando una nueva tópica sobre este funcionamiento. En este momento, el autor hizo una distinción entre dos tipos de pulsiones:
- Pulsión de vida, o erótica, que pugna por el placer, por el deseo amoroso y sexual.
- Pulsión de muerte, o tanática, dirigida al sitio más displacentero, sadomasoquista, a las tendencias agresivas y destructivas.
Dadas estas características y manifestaciones diversas, estamos ante dos pulsiones antiéticas, pero que resultan ser dos caras de la misma moneda.
Ambas pulsiones persiguen la misma meta, su plena realización o satisfacción. Piensa que puede haber sentimientos eróticos cargados de agresividad o formas de violencia saturadas de sensualidad. La finalidad última de ambas pulsiones referiría a la satisfacción del deseo inconsciente.
Superyo, Ello, Yo
El autor también plantea su segunda tópica. Ya no habla de las tres instancias mencionadas anteriormente, sino de Superyó, Ello y Yo.
- El Ello: adoptado por el psicoanálisis para designar el polo pulsional del sujeto, es la instancia básica, la parte más antigua, elemental y arcaica de nuestro aparato psíquico.
En él, vemos actuar nuestras pulsiones más primitivas sin orden ni concierto; regir sin limitación el principio del placer, que impulsa a la descarga directa e inmediata de las tensiones y excitaciones acumuladas; y converger procesos, como la condensación y el desplazamiento, que llevan grabado el inequívoco sello de lo inconsciente, también contiene las pulsiones básicas y espontáneas de la sexualidad y la agresividad.
- El Yo: es la instancia del aparato psíquico que encarna el mundo de la razón y la reflexión, trata de transmitir al ello la influencia del mundo exterior y aspira a sustituir el principio del placer, que reina sin restricciones en esta instancia, por el principio de realidad.
El Yo debe mediar y lograr el consenso entre tres exigencias: las pulsiones del ello, que buscan su satisfacción directa e inmediata; los requerimientos de la realidad, que, a veces, hacen imposible o peligrosa la satisfacción de algunas de estas pulsiones; y los imperativos coactivos de la conciencia moral, que, lejos de buscar una sensata economía del placer, acostumbran a desarrollar el sentimiento de culpa y la cualidad de la obligación.
- El Superyó o ideal del Yo: Se trata de una estructura global que implica tres importantes funciones: la autoobservación, la conciencia moral y la formación de ideales.
El Superyó se constituye a partir de la interiorización acrítica de las normas y valores morales, sociales y culturales, interiorización que tiene lugar mediante sucesivas identificaciones con las figuras idealizadas de los padres. El sujeto asimila un rasgo, una cualidad o un atributo de otra persona y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de esta.
Por este motivo, si un sujeto desea reivindicar los destinos de su existencia, debe ser capaz de conseguir un compromiso entre la necesidad de adaptarse a la realidad, la necesidad de responder a las exigencias pulsionales del Ello alimentadas por su propia herencia arcaica y las prescripciones e ideales culturales, que tratan de imponerse al individuo desde los requerimientos del Superyó.
La vía del deseo como motor
El deseo, al ser inconsciente, jamás es puramente erótico ni tampoco tanático. El deseo no se puede nombrar, no se deja alcanzar, ni se nos aparece en formas claras y fáciles de interpretar. El deseo nos mueve, nos motoriza la vida.
Ahora bien, ¿alguna vez lo pudiste vivenciar? El deseo es indescifrable, lleva consigo el nombre de la falta. Cuando creemos que lo tenemos, se nos escapa nuevamente. Un ejemplo: «parecía que quería eso, pero ahora que lo tengo, quiero más. Quiero otra cosa. O ya no quiero lo mismo».
Así es como funciona. Paradójicamente, no funcionando. Por eso, siempre que nos estemos moviendo, sabremos que no somos los únicos dueños de nuestras ideas. Además, que por alocado que parezca, tampoco lo hacemos guiados por el placer de estar aquí.
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