¿Se puede ir al psicólogo sin tener ningún problema?
¡Cuántas veces habremos escuchado que al psicólogo solo acuden locos! Ni las personas que acuden están locas ni solo inician un proceso terapéutico aquellas personas que tienen un trastorno. De hecho, hay personas que acuden al psicólogo sin tener ningún problema, puesto que lo puesto en práctica en muchas de las terapias no son elementos que el resto de personas tenga claro. Muchas de las habilidades o herramientas que se trabajan en sesión son habilidades o herramientas de las que muchas personas carecen.
Para trabajar problemáticas clínicamente significativas, ya sea un problema de ansiedad, de depresión, de TOC o de alimentación, por ejemplo, se realiza una aproximación global del funcionamiento cognitivo, conductual y emocional de la persona. Se realizan prácticas en pos del trabajo individual, de la autoestima o el autoconcepto, del autocontrol, del control de las emociones, de la gestión de la ansiedad, los estilos atributivos, los pensamientos irracionales…
Estas son habilidades que, incluso las personas que aparentemente no tienen ningún problema, pueden no tener del todo dominadas. ¿Acaso todos tenemos un perfecto control emocional? ¿Sabemos localizar aquellos pensamientos irracionales que se cuelan en nuestra lógica? ¿Tenemos estrategias de afrontamiento suficientemente buenas y funcionales para saber responder en situaciones límites?
La respuesta es la misma en todas las cuestiones: no. Por ello, ir al psicólogo sin tener ningún problema puede ser, a priori, una buena idea.
Los beneficios de ir al psicólogo
La terapia es un espacio dedicado a uno mismo y a su propio bienestar psicológico. Así, las personas suelen buscar ayuda psicológica cuando hay algún problema concreto que está afectando a su funcionamiento cotidiano, social, laboral o familiar. El trabajo en sesión suele hacerse con conductas, estados de ánimo o respuestas disfuncionales que no parecen estar funcionando en el entorno de la persona como estrategias útiles.
Usualmente, estos estados de ánimo o respuestas disfuncionales vienen arraigadas, pues son personas que pueden haber esperado tiempo para acudir al psicólogo (y los síntomas se han agravado) o se encuentran relacionados con otros factores que, juntos, han dado lugar a ese trastorno psicológico.
Una persona que no ha llegado a esos niveles de malestar también puede mejorar. Aunque su autoestima, por ejemplo, no constituya parte de un problema mayor, como puede ser un trastorno de pánico, esto no significa que sus niveles de autoestima sean los adecuados.
¿Qué puede ofrecerme la terapia?
Lo que una terapia ha de ofrecer está relacionado con la motivación de aquel que acude a ella. Con ganas de trabajar, compromiso y autoeficacia, los beneficios de una terapia pueden ser inmensos.
A continuación, se exponen algunos de los trabajos que pueden llevarse a cabo en sesión. No son sólo útiles para quien acude con una demanda, pero también para el resto de personas cuyo funcionamiento, aparentemente, es adecuado. Aunque se acude al psicólogo sin tener ningún problema, esto no significa que sea cierto ni que no haya lugar para la mejoría.
Pensamientos irracionales: el monstruo que no nos deja mirar
Los pensamientos irracionales son compañeros de vida de prácticamente todo el mundo. En multitud de ocasiones, las personas que acuden a terapia con graves problemas presentan un número muy grande de pensamientos irracionales e intrusivos. Estos pueden encontrarse en el origen de la ansiedad, de la falta de asertividad, de los problemas para relacionarse con iguales o de la depresión e ideación autolítica.
Los pensamientos irracionales son un tipo de pensamiento no basado en la evidencia, que hace uso de absolutos y se basa en sesgos cognitivos para ser elaborado. Algunos ejemplos de pensamientos irracionales pueden ser:
- Marta piensa: “Soy una inútil y no sirvo para nada”, cuando fue despedida del trabajo.
- Julián piensa: “Seguro que están hablando de mí porque me he trabado”, al salir de una reunión de trabajo.
- Iris piensa: “Debería de haber hecho esto para que todo saliera bien”, cuando discute con su pareja.
Estos, aunque a priori parecen pensamientos inocentes, pueden formar parte de una problemática mayor cuando una buena proporción de nuestros pensamientos son irracionales; negativos a causa de nuestro estado de ánimo y obsesivos porque, por supuesto, nos los creemos.
La terapia, a través del discurso socrático y la reestructuración cognitiva, puede ayudarnos a identificar ese tipo de pensamientos, a desarticularlos y ofrecernos otra alternativa.
Los estilos atributivos: ¿quién tiene la culpa?
Un elemento que puede ser trabajado en el psicólogo sin tener ningún problema es el estilo atributivo. Los estilos atributivos se definieron de la siguiente manera: “La tendencia a hacer tipos particulares de inferencia, de forma consistente a través del tiempo y situaciones diferentes”.
Los estilos atributivos se refieren a la manera habitual de inferir causalidad. Con frecuencia, tanto en nuestros éxitos como en nuestro fracasos, existe cierta influencia personal a través del esfuerzo invertido, pero también influencia del medio, donde la suerte, por ejemplo, puede ser un factor decisivo.
Existen diferentes estilos atributivos, en base a medidas de internalidad y externalidad, y no todos esos estilos son funcionales.
- Tener un estilo atributivo externo puede llevar a la persona a achacar tanto los éxitos como los fracasos a factores externos, donde la persona no tiene ni poder ni responsabilidad.
- También existe el estilo atributivo egoísta, donde los éxitos se relacionan con lo que hace uno mismo, y los fracasos con factores del medio.
- Por otro lado, también hay estilos atributivos depresivos, en los que los fracasos son responsabilidad íntegra de la persona pero nada tiene que ver con los éxitos.
En la propia definición de esos ejemplos de estilos atributivos se ve que quizás no son los más adecuados que podemos tener, pero que desde luego tenemos y que muchas veces nos juegan malas pasadas. Si una persona, por ejemplo, tiene un estilo atribucional egoísta, esto puede llevarle a tener problemas para tolerar la frustración o aceptar las críticas.
Los problemas del día a día en consulta
Los dos ejemplos expuestos anteriormente tratan de ilustrar los beneficios de una terapia, a pesar de no tener ansiedad, depresión, un trastorno de personalidad o una fobia. Desde luego, no son los únicos. El trabajo que se puede realizar en sesión puede estar relacionado con las dificultades de cada uno, que aunque no son patológicas, sí pueden constituir un problema en ocasiones.
Una persona a la que le cuesta relacionarse puede acudir al psicólogo sin tener una fobia social; un individuo que no sabe controlar sus reacciones cuando algo no sale como era esperado puede acudir a terapia sin tener un trastorno de pánico; así como una mujer con cierta angustia en relación a su imagen corporal también puede ir al psicólogo sin tener un trastorno de la conducta alimentaria.
La terapia no es solo beneficiosa para trabajar dimensiones que nos parecen dificultosas; también puede ayudar a la prevención de futuros trastornos psicológicos. Desde luego que no todas las personas con pensamientos irracionales acerca de su valía tienen por qué sufrir, por ejemplo, depresión en un futuro.
No obstante, saber controlar ese tipo de pensamientos puede ser muy útil para que, en momentos de mayor vulnerabilidad emocional, estos no agraven la problemática y minen más nuestro estado de ánimo.
Trabajar en aquellas habilidades que no son nuestro fuerte es una buena medida para que estas no constituyan una vulnerabilidad en el futuro. Así, la respuesta más acertada cuando uno se pregunta si puede ir al psicólogo sin tener ningún problema es afirmativa. Los problemas pueden ser entendidos de muchas maneras, y no hace falta esperar al último momento para que estos puedan ser abordados.