El suicidio, un dolor irreparable para los que se quedan
El suicidio es un tema silenciado por los medios contra el que la sociedad lucha, también de manera silenciosa, todos los días. Es uno de los temas tabú por excelencia, en parte por todos los sentimientos encontrados que aparecen cuando sucede una desgracia así. Que alguien a quien queremos decida acabar con su vida es algo que muchas veces no podremos entender, por mucho que volvamos una y otra vez a ese momento.
Nuestra mente se llenará desde el momento en el que procesa el suceso con millones de preguntas, millones de dudas y millones de alternativas posibles para no haber “permitido” semejante final. Asumir que la persona a la que amábamos se ha querido ir es algo realmente difícil de entender para la mente humana.
El shock que nos golpea puede durar días. La incredulidad aparece en esta escena macabra y se queda durante un largo tiempo. La negación aparecerá también. “Él no se ha querido ir, algo habrá pasado, pero él no quería irse. No. Me niego a creerlo. Él no querría dejar a sus padres así”.
El suicidio trae consigo una culpa en el que se queda muy limitante
Con el suicidio buscaremos toda explicación posible, menos que nuestro ser querido ha querido marcharse por su propia voluntad. Todo menos que él ha tomado esa decisión conscientemente y habiendo asumido todas las consecuencias que implica.
Si lo hiciéramos, nos podría invadir la sensación de que no fuimos una razón con el suficiente peso como para nivelar su balanza al otro lado, hacia el de la vida. Entonces aparecerá la rabia porque nos sentimos traicionados o tratados de manera injusta; la culpa por no haber hecho más, por no haber pesado más.
Tú no has hecho que esa persona a la que amabas haya querido marcharse. Tú no has instigado su marcha. No has sido responsable de su suicidio. Todas estas palabras son palabras que necesitan escuchar las personas que se han quedado. Además, necesitan integrarlas en la nueva narrativa sobre lo que ha ocurrido, que han de verbalizar.
La culpa tiene que ver muchas veces con no haber sabido “ver” esos signos premonitorios. Tiene que ver con no haber podido evitar la pérdida de su ser querido. “¿Cómo no pude darme cuenta? Hubiera sido tan fácil si hubiera estado allí para él. Ese día… a esa hora.” Nos colocamos en un lugar que no es certero… Tristemente no podríamos haber hecho nada más. Quien necesita irse porque no soporta más la angustia de estar vivo, buscará la manera de irse, cuando sea… Como sea.
La rabia y la rumia constante son muy comunes en los que se quedan
Esta es la difícil realidad a asumir. Sin culpabilizarse. Sin sentirse y sin saberse responsable de su pérdida. Este es un trabajo interno que ha de promoverse desde el principio y tomarse en serio. Porque una culpa irracional e irreal puede alargar y hacer más difícil este duelo que hemos de vivir.
La rabia hacia el fallecido también es un sentimiento humano muy común. “¿Cómo ha podido dejarme aquí? ¿Es que no ha pensado en mí ni un solo segundo antes de hacerlo?” Una especie de odio llena nuestro vacío. La rabia de lo inexplicable es uno de los sentimientos más difíciles de digerir ante el sucidio. No podemos dirigirla a nadie porque no hay un culpable.
“La incertidumbre es una margarita cuyos pétalos no se terminan jamás de deshojar”.
-Mario Vargas Llosa-
La rumia es la compañía inseparable por excelencia cuando hemos vivido una experiencia así. ¿Cuánto duró su agonía? ¿Hubo algún atisbo de arrepentimiento en él? ¿Hubo sufrimiento?… Y el eterno y desalentador POR QUÉ. Es una especie de asunto inconcluso que no puede cerrarse fácilmente. Que necesita de mucho trabajo interior para conseguir poder vivirlo con un poco más de paz.
El miedo a que ocurra lo mismo con otro ser querido paraliza sus vidas
Pero también aparece el miedo… El miedo a que otro ser querido haga lo mismo. El miedo a que el sentimiento de culpa que alguno tengamos sea tan insoportable que esa sea la única opción contemplada. Este miedo acaba gobernando la vida de muchas personas. Buscan prever cualquier atisbo de sufrimiento por si acaba desencadenando otra desgracia.
Y por último pero no de menos importancia… El estigma. El tachón que muchas familias sienten en su vida. La vergüenza que sienten de cara a su entorno por no haber “podido” evitar esta desgracia. El silencio que se genera. El tabú tan inmenso que conlleva este tipo de muertes. Así es el suicidio.
Todos ellos son sentimientos naturales y completamente humanos que han de analizarse y validarse. Es natural sentir todos ellos, pero han de revisarse para eliminar las culpas irracionales y las vergüenzas que no deberían aparecer. Para poder acabar finalmente con ese silencio que carcome al alma. A un alma que necesita hablar, expresar, y sentirse acompañada.
Desde aquí mandamos todo nuestro apoyo a todas esas personas a las que, por desgracia, el suicidio les resulta más que familiar.