Una terapia a la que acudimos obligados: ¿puede ser efectiva?
Les sucede a muchas personas con buenas intenciones: alguien de su entorno tiene problemas y es evidente que necesita ayuda profesional. Sin embargo, se resiste a pedir esa ayuda. Se piensa entonces que la terapia obligada puede ser una buena opción. Al fin y al cabo, es “por su bien”.
Tomada la decisión, se acude a ardides, mentiras o fuertes presiones para que la persona con problemas acepte esa “ayuda impuesta”. En algunos casos, el otro acepta, de mala gana, y casi siempre, la terapia obligada termina en un abandono o fracaso poco después de iniciarla. En otros casos, nunca se inicia y, de hecho, se elimina esa opción para siempre, pues se asocia con una constricción.
La terapia obligada es impuesta, sobre todo, a los niños. Tampoco es raro que uno de los cónyuges quiera imponer al otro que la realice. Así mismo, en los casos en los que existe una adicción también es frecuente que la persona no acuda a terapia por voluntad propia. En todos los casos, el resultado suele ser el mismo: un fracaso.
“Creemos que pensamos, pero raramente lo hacemos con real entendimiento y empatía. Sin embargo, la verdadera escucha es una de las fuerzas más potentes para el cambio que conozco”.
-Carl Rogers-
La necesidad de psicoterapia
Lo cierto es que no solemos ser demasiado prudentes al opinar sobre la salud mental de los demás. El llanto frecuente no es necesariamente un indicador de depresión. Los nervios tampoco son la manifestación inequívoca de que existe un trastorno de ansiedad. Estar nervioso de manera habitual tampoco equivale a un trastorno de ansiedad. De hecho, alucinar puede ser algo perfectamente explicable, y no estar asociado a ningún problema mental.
Sin embargo, a veces se establece con demasiada rapidez que determinada persona necesita a un psicólogo o a un psiquiatra. Para ser justos, en la otra orilla están quienes no opinan, ni exageran, pero perciben que alguien está sumergido en una situación complicada de la que no logra salir. Tratan de ayudarle y notan que es inútil. De este modo, llegan a la conclusión de que esa persona necesita un soporte más especializado.
Así pues, a veces la necesidad de terapia está más dada por un sesgo personal al interpretar la conducta de otro. También es posible que sea una conclusión lógica, nacida de una observación imparcial. Sea cual sea el caso, jamás debe olvidarse que es la persona afectada quien está llamada a encontrar una salida a sus problemas. Lo máximo que pueden hacer los demás es sugerir soluciones y mostrarle los posibles beneficios de estas.
Hay un caso especial: los niños. Ellos dependen de las decisiones de los padres y estos últimos suelen pensar que saben lo que les conviene a sus chicos y por eso no necesitan consultarles. Es un error. También en el caso de los menores es muy importante contar con su buena disposición a recibir ayuda y por eso nunca es conveniente la terapia obligada.
La terapia obligada: ¿por qué no es válida?
Para decirlo de una forma simple, la terapia obligada no es válida porque tiene altas probabilidades de fracasar. ¿Por qué? Las siguientes son algunas de las principales razones:
- Se requiere de esfuerzo e implicación. En la terapia obligada la persona no se siente implicada, ya que no está allí por voluntad propia. Por lo mismo, no hará mayor esfuerzo en trabajar con el psicólogo para que todo funcione.
- La relación terapéutica. Si una persona se siente coaccionada para consultar a un psicólogo, es probable que se genere un rechazo hacia el profesional, al que se ve como parte integrante de la imposición, aunque no lo sea.
- Falta de motivación. Es obvio que en estas condiciones no haya mayor motivación para adelantar y mantener el proceso terapéutico. Una persona desmotivada no logra responder a las exigencias de este tipo de tratamientos.
Además de lo anterior, no es raro que la pareja o la familia terminen eludiendo sus propias dificultades o responsabilidades acudiendo a la estrategia de enfocar toda la atención en la “persona-problema”. A veces necesitan más ayuda quienes pretenden imponer la terapia obligada, que aquellos a quienes se les impone.
En definitiva, la coacción solo imprime un mal comienzo para un proceso que necesita de la implicación honesta de la persona que tiene el problema. Lo recomendable es proponer la terapia como posibilidad, e incluso exponer sus beneficios, sin obligar al otro a tomar este sendero salvo que, después de un análisis realmente interno, concluyamos que la situación es realmente una emergencia.
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