5 consecuencias del apego desorganizado
El apego es el vínculo afectivo que primero se desarrolla, y conlleva la búsqueda de seguridad y bienestar. En algunos casos, en los que la madre o el cuidador primario representan para el niño una fuente de peligro y de protección, hablamos de apego desorganizado.
Para Bowlby (1969), decir que un niño tiene apego a alguien, significa que está dispuesto a buscar la proximidad y el contacto en una figura concreta. Esto sucede en determinadas situaciones, sobre todo cuando está asustado, cansado o enfermo. Dando un paso más allá, lo cierto es que todos necesitamos vínculos de apego, que van cambiando o adaptándose a nuevos roles.
“La historia previa del niño es la que condiciona su forma de sentirse en el mundo y lo que esperan de él”.
-Charo Blanco-
Bowlby afirmaba que la capacidad de resiliencia que desarrollamos frente a eventos estresantes tiene lugar en el primer año de vida. Asegura que esta resiliencia está influida por el patrón de apego o el vínculo que los individuos desarrollan con la madre o su cuidador.
¿Por qué los niños con apego desorganizado pueden convertirse en agresores?
El apego tipo D (desorganizado) se ha relacionado, en su origen, con ambientes patológicos y diferentes formas de maltrato infantil, físico o emocional dentro del sistema familiar. En este sentido, las víctimas de actos violentos y maltrato físico pueden tener dificultades para relacionarse con otras personas, simplemente por desconocimiento o falta de un modelo relacional de referencia.
“Los efectos inmediatos y a largo plazo que median la salud mental del niño, son la resultante de una experiencia de relación cálida, íntima y continua entre la madre y su hijo por la cual ambos encuentran satisfacción y alegría”.
-Bowlby-
La probabilidad de que la ira que acompaña a estos niños termine incorporándose de alguna manera a su personalidad es muy grande. Esta carga emocional negativa dificulta el control de su propio comportamiento y la regulación de sus propias emociones, aumentando así el riesgo de que ellos también recurran a la violencia.
Los castigos desproporcionados y el maltratado son fuentes de mensajes destructivos para las víctimas, que estas interiorizan a niveles muy profundos por venir de personas de referencia. En consecuencia, producen un gran impacto en áreas críticas del desarrollo infantil, perjudicando su futuro desarrollo social, emocional y cognitivo… mientras arruinan infancias.
A continuación, os presentamos las cinco consecuencias más importantes del apego desorganizado:
1. La distorsión de la imagen de sí mismo y baja autoestima
Un niño con apego desorganizado puede generar una mala imagen de sí mismo. Puede incluso creer que él es la causa del descontrol de sus padres, lo que le llevará a auto-representarse como una persona mala, inadecuada o peligrosa. En consecuencia, el mundo en general les resulta un lugar inseguro y caótico, donde existen normas y reglas que se escapan a su comprensión: no son capaces de actuar con “acierto”.
Los niños maltratados suelen tener sentimientos de inferioridad, manifestados en comportamientos de timidez y miedo. A su vez, pueden presentarse comportamientos de hiperactividad, tratando de llamar la atención de quienes le rodean en un intento desesperado de obtener los refuerzos que no encuentran por los caminos naturales.
2. Mayor tasa de problemas de conducta
Los tipos de apego inseguro, y especialmente el desorganizado, se encuentran asociados a mayores tasas de conducta antisocial y problemas de conducta. No es raro que reproduzcan el patrón de relación que ven en casa con sus compañeros y cuidadores. Sienten confusión y aprensión respecto a la proximidad con los padres, ya que no tienen claro cómo ni cuándo van a responder a sus necesidades. Además, desconfían de los contactos físicos, particularmente de los adultos.
La razón principal por la que el comportamiento de estos niños se desorganiza, se debe a que no pueden encontrar solución a sus problemas, ni alejándose ni acercándose a sus cuidadores primarios. De hecho se denomina “apego desorganizado” ya que no logran establecer un patrón general de sus respuestas afectivas: tanto en las manifiestas como en las internas.
3. Desarrollo de trastornos de angustia y depresión
La tristeza, la indiferencia o el enfado son las emociones más comunes en el rostro de estos pequeños. A esta conjugación emocional, además hay que sumarle la falta de motivación, pudiendo llevarles a un estado de ánimo deprimido o a comportamientos autodestructivos en los casos más graves. Otros síntomas, como el miedo, la ansiedad o el estrés postraumático, son la consecuencia natural de vivir en un contexto que les importa, pero que no controlan.
Por otro lado, estos menores parecen tener menos capacidad para afrontar el estrés asociado a separación de sus cuidadores primarios. El motivo de esta “incapacidad” está relacionado con la carencia de estrategias consistentes que les permitan regular las emociones negativas.
4. Problemas de atención y concentración
Gracias a numerosos estudios, se sabe que los niños con TDAH presentan un importante déficit en habilidades de autoregulación (control de impulsos, capacidad de calmarse, regulación de los afectos, perseverancia, inhibición, etc.). Lo cierto, y sin salirnos del tema que nos ocupa, es que la relación temprana entre el niño y sus cuidadores primarios condiciona la base para adquirir dichas competencias. Por tanto, los niños con apego tipo D son más vulnerables a presentar problemas en la adquisición de estas habilidades.
Cuando se habla de la pérdida de familiares o de abuso con este tipo de personas, se observan grandes lapsos en su razonamiento o su discurso. Las experiencias que resultan muy traumáticas tienen el potencial de generar una desconexión a nivel cerebral; es decir, es como si los dos hemisferios cerebrales se separasen. Por una parte el hemisferio izquierdo (el más cognitivo) y por otra el hemisferio derecho (el más emocional).
5. Muestran mayor alteración del sistema nervioso
En ocasiones, estos niños no interactúan con sus iguales ni con sus cuidadores. Al no contar con las habilidades y los refuerzos necesarios, no saben cómo responder a los demás ante ciertas situaciones. De hecho, se ha observado que realizan movimientos inacabados o desorientados sin una clara dirección o intención. Muestran inmovilización, golpeteo con las manos o la cabeza y el deseo de escapar de la situación, aun en presencia de sus cuidadores.
Su conducta puede oscilar en un rango muy amplio, desde la pasividad hasta el nerviosismo. Concretamente, cuando un adulto se acerca a otros niños, especialmente si estos lloran, reaccionan con una gran alteración. Al no ser capaces de predecir la conducta de su cuidador, lo lógico es que intenten captar todos los indicadores disponibles, adoptando una posición de hipervigilancia.
“No solo duelen los golpes”
-Pamela Palenciano-
Reflexión final
Historias, en las que los protagonistas son la falta de atención, el maltrato o los abusos sexuales, son las que dan forma a un estilo de apego desorganizado. Ese banco de experimentos, que es la infancia, da como resultado adultos inseguros, tímidos y retraídos a la hora de relacionarse con los demás. Estas personas se dan cuenta de que han aprendido una manera de entablar y conservar relaciones que solo les trae más dolor; un estilo que, al mismo tiempo, son incapaces de modificar.
Como destacan Gayá, Molero y Gil (2014) en su artículo, el daño que se le ocasiona al niño en unos meses puede llevar años de trabajo repararlo. Es por ello que la crianza requiere de mucho cuidado, paciencia, mimo y cariño. Los autores también destacan que los niños necesitan experiencias de apego positivas para desarrollar una regulación correcta de afecto. Un aspecto que también destacan los autores, es que los niños, al no poder abordar sus traumas, será importante que puedan gozar de un entorno seguro en casa y de un apoyo emocional de sus padres o cuidadores.
Así, al no encontrar en su infancia la oportunidad de adquirir una representación simbólica de sus estados mentales en las mentes de otras personas, su patrón de apego se vuelve caótico. Incluso en el caso de que sean capaces de mentalizar, es probable que arrastren un fallo a la hora de integrar su organización del “yo” y sus representaciones mentales.
Es erróneo pensar que cuando los niños son pequeños no entienden lo que ocurre a su alrededor, o que no se acordarán de ciertos momentos cuando crezcan. Lo cierto es que todo lo que ocurra en su crianza tiene el potencial de afectar a su futuro próximo, el mañana. En este sentido, aunque en muchas ocasiones no sea lo que nos pide el cuerpo, desde la compresión tenemos el deber de ser afectuosos, comprensivos; de ofrecerles seguridad, protección y apoyo si queremos que desarrollen un apego seguro. Los niños son el futuro, cuidemos de ellos.
Referencias bibliográficas
Gayá Ballester, C., & Molero Mañes, R., & Gil Llario, M. (2014). Desorganización del apego y el trastorno traumático del desarrollo (TTD). International Journal of Developmental and Educational Psychology, 3 (1), 375-383.
https://www.fundacioncadah.org/web/articulo/tdah-apego-importancia-de-relacion-madre-hijo.html