¿Te cuento un cuento? El arte de contar historias
Una de los recursos de antaño para entretenerse, pasar el rato o amenizar las reuniones entre amigos alrededor de un fogón era contar historias, narrar cuentos, fábulas, chistes o analogías y dibujar en la imaginación de las personas, imágenes, secuencias, situaciones, acciones, personajes a través de una ilación que mantenía en vilo hasta el desenlace de la historia.
En apariencia simple, el hecho de contar historias implica una puesta a prueba del contador sobre su creatividad, memoria y arte que supone la narrativa. Ahora bien, ¿cómo podemos contar un cuento de forma precisa y cómo nos influye? Profundicemos.
Historias e historias
El cine, los filmes y la televisión pusieron imágenes a nuestro imaginario, a esa necesidad de crear y recrear historias, de creer en lo que se crea: en mitos, cuentos, historias que no se saben si son reales, en personajes que no se sabe bien si existieron…
Mucho antes de esta era, las personas se reunían para hablar, contar, reírse, llorar o relajarse mediante una cadena de hechos que se narraba.
Sin embargo, no cualquiera contaba: los narradores de cuentos eran expertos en el arte de la retórica y naturalmente hábiles para estimular en cada uno de los participantes la vivencia plena de la historia que contaban.
El arte de contar historias
Un contador recreaba una historia cuyo objetivo era enviar un mensaje a través de vías directas e indirectas. Esta historia podía ser real, inventada o parte del arsenal de fábulas y cuentos que conocía el narrador y que se amoldaba al relato o al estilo de quienes escuchaban.
Quizás podía hacer referencia al problema de alguno de los integrantes, generando mayor identificación, o si se conocía a las personas, introduciendo tópicos de la historia personal de cada uno. O se quedaba pensativo, mirando al vacío, para crear una atmósfera de curiosidad y que despertarse la pregunta: ¿qué está pensando?
También podía relatar una historia dentro de la historia: “M e llega al recuerdo la historia de un viejo amigo que lo vi hace muchos, muchos años y que tenía…”.
Los contadores de historias tienen un gran abanico de recursos narrativos en los que apoyarse, tanto verbales como no verbales. Por ejemplo, de acuerdo a cada momento, amoldan su tono de voz, la cadencia del discurso y crean distintos silencios. De hecho, el silencio es un gran recurso porque a través de él se puede chequear la atención, los niveles de ansiedad y las expectativas.
El contador de cuentos tiene una serie de actitudes que actúan como el baremo del nivel de seducción y persuasión que ejerce a través de su relato.
Espontáneamente, y sin haberlo estudiado, consideran el canal (auditivo, visual, táctil, etc.) más utilizado por cada integrante o al menos el de la mayoría y activan la empatía.
E n la historia se habla de otros, pero en realidad se está hablando de él o de ella; se obliga a desarrollar la identificación con los personajes de la historia, el contexto y el tema. Se trata de un proceso que estructura cada persona por analogía y que no viene de afuera como indicación hacia él mismo, sino indirectamente pues se está describiendo a otro.
A nivel cognitivo, se producen los enlaces de contenidos de ambas historias: la que se cuenta cada persona de su historia y la que le cuentan y se escucha, es decir, la que construye. Así, la verosimilitud provoca la superposición de imágenes, generando la identificación.
La habilidad narrativa de contar historias consiste en permutar sutilmente marcos de significados, aportando nuevos elementos cognitivos que lleven a una nueva construcción de realidades y miradas acerca de las cosas.
Un contador puede irrumpir de frente de manera abrupta, de forma provocadora o por sorpresa por la puerta del fondo. Por otra parte, la vía indirecta del mensaje conlleva la prescripción implícita de descifrar lo que el narrador intenta transmitir, para comprender lo que está diciendo. Este es un fenómeno que acrecienta centrar la atención en el discurso y lleva montada la identificación, aumentándola.
Estas historias -sean reales o inventadas- deben ser adaptadas al lenguaje de los integrantes, con el fin de lograr una mayor penetrabilidad cognitiva del relato.
Además, el narrador suele reformular la historia sobre la marcha, lo que produce nuevos significados e implica el abandono de las definiciones de sentido caóticas.
Contar historias genera interrogantes y despierta intrigas y curiosidades sobre el desenlace: “ ¿y qué hicieron entonces?”, “¿cómo sucedió?”. De esta forma, la historia cobra vigor y se potencia con la necesidad de saber de los otros.
Un contador creativo inventa salidas, pequeñas situaciones que son un trampolín a situaciones inesperadas, poco previsibles o previsibles que toman un giro sorpresivo.
El contador de historias
En general, los contadores de historias poseían la habilidad de transformar hechos comunes en historias fantásticas. De esta manera, almacenaban una reserva de un florido anecdotario personal que lograban intercalar hábilmente en las reuniones sociales.
Ahora bien, los tiempos actuales, la tecnología, el ritmo de vida ajetreado en el que se impone todo un medio visual y auditivo ha deteriorado esa vieja costumbre que algunos persona han intentado e intentan recuperar por todo lo que conllevan.
Un contador de historias tiene la particularidad de recrear experiencias simples en cuentos que dejan una enseñanza. Esto quiere decir que las historias no solamente son un pasatiempo, sino que producen un efecto: una reflexión, un sentimiento, una conclusión, etc.
La estructura del cuento
Un cuento lleva en sí mismo, una estructura que debe ser respetada. En principio, se conforma en su totalidad sobre un eje temático.
Se abre con una pequeña introducción, a manera de caldeamiento, en la que se merodea sobre el tema, pero no se toca directamente. Se trata de es un juego seductor y de coqueteo que genera tentación y curiosidad al interlocutor.
En esta apertura, se crea una atmósfera, un clima en el que se imparten imágenes y se genera un ambiente y un espacio para desarrollar la historia. Se recrean sabores, olores, sensaciones, etc., que sirven para enmarcar la narración.
Luego llegan los personajes. Diversos son los protagonistas que pueden ser descritos pacientemente, partiendo desde sus aspectos estéticos hasta llegar a sus particularidades más profundas, como características de personalidad o ideas y que además son presentados a través de una anécdota que los identifique en sus singularidades.
Una anécdota que cuente una pequeña historia dentro de la historia. Breve, porque sino es factible que se quiebre la esencia de la narración original, desvirtuándola y acompañada de metáforas. Palabras que producen una asociación en cada interlocutor, que significan y resignifican algo en cada uno de ellos.
Mientras tanto, el contador observa a quienes escuchan y presta atención a sus gestos, miradas, expresiones, preguntas, asociaciones, posturas corporales, etc. Elementos que colaboran a construir la historia, que la modifican en su transcurso, que la alientan a seguir o a frenar en algún detalle.
Así, se pasará al nudo central de la escena, donde se cuenta el suceso y se crean intrigas, dudas e incertidumbres sobre el desenlace. Aquí, el contador de cuentos juega con los silencios y volverá una y otra vez sobre las repercusiones que causa en sus interlocutores.
El contador de cuentos es consciente de que la historia es una co-construcción, una amalgama interactiva entre comunicadores. Se trata de una narración interdependiente. Nunca contará la misma historia, ni siquiera con los mismos integrantes en otro tiempo u otro contexto. El lugar y las personas pautarán otro cuento del cuento.
De pronto, el desenlace. La historia parece cerrarse, concluirse, pero no. Se vuelve abrir porque genera reflexiones y crea nuevos significados.
Ahora bien, no hubo una historia, sino tantas como integrantes en la reunión. Cada uno construyó su propio cuento, se contó su propia historia de la historia. Cada marco de significación personal, pobló de atribuciones singulares el proceso.
El narrador, como contador de cuentos e historias, no solo utiliza el recurso de su retórica, sino también la cadencia de su discurso:
- Sabe colocar reflexiones intermedias, tal vez racionales.
- Coloca el tenor emocional. Baja sus tonos de voz, manteniendo la atención fija en las situaciones de suspenso. Los alza de improviso en acciones culmines y momentos claves.
- Crea silencios de intriga, ansiedad, angustia, reflexión.
- Utiliza su cuerpo como herramienta del discurso. Juega con su mirada en la mirada de los otros.
El contador de historias hace vivir la historia en imágenes, tal como si fuera una película que se dibuja en la imaginación. Pero también la hace sentir, o sea, remueve los sentimientos y las emociones de los participantes.
Así, el buen contador logra la identificación de cada una de las personas que escuchan con los protagonistas de la historia. Todos los detalles que cuente serán las distintas alternativas que experimentaran visceralmente.
Los cuentos de nuestra vida (porque crecimos a través de cuentos) |
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Esta es una de las razones del porqué una historia siempre deja algo en el interior de una persona. Un mensaje, una enseñanza, una experiencia.
Cada participante fue algún personaje de la historia. Atravesó un río, miró un amanecer, se enamoró, sufrió una despedida, se congeló del frío en una madrugada. Si la narración fue efectiva, cada uno estuvo allí y cada uno se llevó algo de esa experiencia.
Entonces, un cuento introduce en la cognición del receptor una información nueva que redefine un significado y que genera una diferencia. Por lo tanto, contar historias implica un aprendizaje que, como nueva mirada llevada a la pragmática, deviene en acciones e interacciones nuevas.
Un cuento inventa doblemente realidades: no solo porque en su estructura, y de acuerdo a como sea contado, crea una realidad vívida en su receptor, sino porque como aprendizaje puede también crear, a posteriori, nuevas realidades en la vida de este.