La ballena, un profundo retrato sobre la depresión
«¿Quién podría querer que yo fuera parte de su vida?». Esta frase sencilla, pero devastadora, enmarca una de las percepciones más recurrentes del protagonista de la última película de Darren Aronofsky. Pocos directores son tan hábiles para dejar en piel viva las emociones y los tormentos humanos de forma tan palpable. Prueba de ello son el Cisne negro o Madre.
La ballena es una película que nos narra una tragedia contenida en cuatro paredes donde el escalofrío es una sensación constante. La soledad se empapa y la tristeza es esa bruma que nos acompaña de manera casi asfixiante durante toda la producción. Solo la mirada prístina de Brendan Fraser, embutido en infinitas capas de grasa protésica, aporta ese punto de ternura absoluta en medio de tanta desolación emocional.
Estamos ante un retrato audiovisual de visión casi obligada sobre el abandono. También, de cómo nuestras decisiones, sumadas a la conducta de nuestro entorno, nos pueden conducir a situaciones dramáticas. Es un filme en el que los personajes secundarios son tan relevantes como la figura principal para comprender el lienzo de una historia que puede estar aconteciendo en miles de solitarios hogares.
«Más allá de eso, necesito saber si mi hija tendrá una vida decente. Donde ella se preocupe por las personas y otras personas se preocupen por ella. Y ella va a estar bien. ¡Necesito saber que he hecho una cosa bien con mi vida!».
-La ballena-
La ballena, una cruda historia sobre nuestros fracasos
La ballena es una película basada en la exitosa obra de teatro de Samuel D. Hunter. Desde su estreno, no ha dejado de obtener el reconocimiento del público y de la crítica, cuenta con varios premios y opta a varias nominaciones a los Óscar. Uno de sus principales atractivos es el regreso de Brendan Fraser, quien, a través de su rostro y su voz, aporta a esta creación una sensibilidad insuperable.
El actor se mete en la piel de Charlie, un profesor de inglés que da clases virtuales a sus alumnos con la cámara apagada. Sufre obesidad mórbida, vive recluido en su casa y consume ingentes cantidades de pizza, pollo frito, batidos y patatas fritas. El director nos acerca a esos instantes para que captemos cada detalle de ese cuerpo inmenso en un acto casi morboso.
Nos convierte en auténticos voyeurs de esa casa desordenada y de ese hombre voluminoso para que descubramos algo. La comida para muchas personas no cumple un fin nutritivo, es un mecanismo para la compulsión y la autodestrucción. Llegados a este punto, no dejamos de preguntarnos qué hay bajo ese intento de aniquilación y esas toneladas de soledad.
La cárcel del cuerpo y el dolor de la vida
La vida de Charlie gira en torno a sus clases, el consumo de comida basura, el porno gay y las visitas de su única amiga y enfermera, Liz. Más allá de su imponente físico, no tardamos en descubrir el eco de ese relato de vida que lo ha llevado hasta dicha situación. Este profesor de inglés amó la vida años atrás, y la amó a través de uno de sus alumnos, por quien no dudó en dejar a su familia.
Tristemente, aquel joven terminó quitándose la vida y ese suicidio, sumado al cargo de conciencia por haber abandonado a su hija, lo conducen a su propia autodestrucción. La comida es su catarsis y su cuerpo la cárcel que lo encapsula al sufrimiento, situándolo en un precipicio constante hacia la muerte. Solo Liz, hermana de su pareja perdida, busca convencerlo para que busque ayuda médica.
Sin embargo, como casi siempre sucede en los casos de obesidad mórbida, la vergüenza social y el miedo al rechazo hacen que rehúya de todo entorno clínico.
La búsqueda de redención
La ballena es una película que se desarrolla en el transcurso de una semana. Durante ese tiempo recibe la visita de varios personajes, incluyendo un pájaro que, metafóricamente, siempre lo observa detrás de la ventana. Conoceremos a un singular misionero que desea salvar su alma, pero que juzga su sexualidad y a un repartidor de pizzas que tiene en Charlie a su mejor cliente.
También descubrimos a su exmujer, que lucha con el alcoholismo. Estas variopintas figuras orbitan como satélites alrededor de Charlie, demostrándonos que todos lidian con sus afiladas oscuridades. Pero entre todo ese caleidoscopio de presencias que entran en esa casa sombría, destaca la de Ellie. Su hija es una adolescente cargada de ira y desprecio hacia su padre por haberla abandonado.
A excepción de Liz, ninguna de las figuras que rodean a Charlie son amables, y ese tapiz de sentimientos nos genera aún más claustrofobia. Charlie simboliza a ese gigante sobre una montaña de desolación que atiende el mundo con su mirada amable. De hecho, una palabra que le escuchamos pronunciar con frecuencia es «lo siento».
El odio hacia sí mismo, contrasta con la ternura con la que se dirige a su entorno, en especial a su hija. No duda en excusar su mal carácter, la atiende con infinito afecto y solo busca redimirla, darle esperanza para que su rabia no la aísle del mundo como a él.
Charlie piensa que a pesar del odio y desprecio que habita en su hija Ellie, aún hay esperanza para ella. Aun cabe la posibilidad de que se convierta en una buena persona.
La ballena y la metáfora de la depresión
La ballena es una epopeya emocional que nos traza capa a capa la forma de la depresión. Charlie está obsesionado con un pequeño trabajo literario que una persona cercana a él realizó sobre el libro de Herman Melville, Moby Dick. La autoría de dicho ensayo la conocemos al final.
Sin embargo, la metáfora de la ballena nos retrotrae al modo en que Melville la describe en su libro: un ser gigantesco, una triste criatura sin emociones. Sufrir depresión es como convertirnos en criaturas que cargan inmensas toneladas de tristeza navegando en océanos solitarios. Es tal el dolor que, finalmente, uno ya no se siente nada, solo ganas de huir, de dejarse hundir hacia las profundidades.
Por otro lado, no podemos olvidar que Darren Aronofsky se deleita mostrándonos las complejidades de la fe y la religión. En la Biblia, la figura de la ballena es también ese ser que engulle a las personas que no eran dignas de salvación, como Jonás. Charlie vive con la herida de sus cargos de conciencia por no haber dado lo mejor de sí a quienes más amaba.
La ballena es un símbolo de todo aquello que escondimos bajo la piel de la tristeza y el fracaso vital, y que termina destruyéndonos.
La empatía hacia las personas estigmatizadas no es suficiente
La presente película es el reflejo más descarnado de los problemas mentales, la sexualidad, el desamor, la intolerancia religiosa y los errores de la paternidad. Sin embargo, algo que nos trae como reflejo es nuestra incapacidad para preocuparnos realmente por los demás.
Es cierto que el personaje de Charlie despierta nuestra empatía, como lo puede hacer toda persona socialmente estigmatizada. Sin embargo, tengamos en cuenta que no basta con sentir empatía emocional por alguien para comprenderlo y ser de ayuda. Sentir lástima por alguien no lo salva. Saber qué hay detrás de la obesidad mórbida tampoco es suficiente.
Debemos dejar de ser espectadores del sufrimiento ajeno para convertirnos en agentes activos para quien necesita comprensión, ayuda y cambios en su vida. En nuestra sociedad, hay muchos Charlies navegando en soledad por sus propios océanos depresivos.