Cuando crees que la preocupación es positiva
La preocupación forma parte de nuestro día a día debido al ritmo frenético de vida que llevamos. En nuestro interior sentimos esa imperiosa necesidad de “tener” que llegar a todo. Y no solo eso, debemos hacerlo todo perfectamente bien.
Esta creencia de pretender ser superhombres y supermujeres nos lleva, de manera inevitable, a preocuparnos por los acontecimientos de nuestro alrededor. Nuestras preocupaciones se trazan como objetivo el llegar a controlarlo todo, como si esto fuese una realidad.
El hecho de preocuparnos, que no es más que un producto mental, difícilmente puede ejercer control alguno en el mundo real.
Cuando uno se preocupa demasiado, siente ansiedad y esa ansiedad surge de creer que de verdad es posible el control. No meramente de lo que tiene solución, sino incluso de lo que no es real o sobre lo que no hay control posible. En este sentido, preocuparse se convierte en una herramienta que, a corto plazo, amaina nuestros miedos, pero que a la larga se convierte en un ritual improductivo.
Piensa en todas las veces en las que te has preocupado por algún hecho concreto de tu vida. ¿Por preocuparte lograste que lo que te preocupaba dejara de hacerlo? ¿Realmente la preocupación te lleva a controlar a la vida, los demás o incluso a ti mismo?
Si reflexionamos sobre estas cuestiones, rápidamente nos daremos cuenta de que la preocupación no ayuda, de hecho nos sumerge en un bucle mental del que no obtenemos solución alguna a nuestros problemas. Sin embargo, ocuparse, que no es lo mismo, sí que nos lleva a centrarnos en el problema y pensar sobre qué podemos hacer con él, qué salidas hay y qué decisiones podemos tomar al respecto.
Preocupaciones desbordantes
Aunque es cierto que preocuparse es de alguna manera natural, no es menos cierto que muchas personas abusan de esta “naturaleza”. En psicología están detallados los criterios diagnósticos del trastorno de ansiedad generalizada (TAG) que, en buena medida, describen a muchas de estas personas.
Las personas con TAG albergan preocupaciones que en contenido son iguales que las de otras personas, pero en intensidad, frecuencia y duración son desproporcionadas.
Cualquier de nosotros podría preocuparse en un momento dado por cómo le va a ir a nuestro hijo con su nuevo empleo, por ejemplo. Las personas con TAG, sin embargo, hacen de la preocupación su realidad y actúan conforme a ella, lo que deteriora sus relaciones y su vida diaria.
Si me preocupo porque mi hijo esté bien o mal en su trabajo, es probable que lo telefonee varias veces para controlar este hecho. ¿Es esto funcional? ¿Está bien telefonear a alguien que empieza a trabajar sus primeros días? ¿Obtengo a cambio el control de la situación?
Ocuparse, en su lugar, es bien distinto. Siempre puedo darle algún consejo a mi hijo sobre su nuevo empleo, preguntarle al final del día cómo le ha ido y qué podríamos mejorar o ayudarle en alguna cuestión puntual.
Replantearse esto es el primer paso para ser conscientes de que la preocupación no solo no ejerce efecto en el mundo real, si no que entorpece el flujo normal de la vida.
¿Por qué nos preocupamos?
Las personas nos preocupamos de forma desmesurada porque nos han inculcado desde muy pequeños que esto es positivo. Si no lo hacemos, parecemos unos “dejados, pasotas o macarras” y nadie quiere ser juzgado así, por lo que cogemos la preocupación como una aliada de que “somos buenas personas y que además somos responsables“.
Las personas preocupadas constantemente recurren a este modo de afrontamiento porque piensan lo siguiente:
- Preocuparse resuelve los problemas. La realidad, como ya hemos analizado, es que entorpece enormemente la generación de soluciones eficaces al instalarnos en la rumia y no salir de ahí hasta que estamos realmente agotados.
- Preocuparse ayuda a descubrir medios de evitar lo que se teme. Pero la realidad es que más que evitar lo que se teme, esto último no ocurre porque es realmente improbable, no porque te hayas preocupado.
- Preocuparse motiva para llevar a cabo lo que se debe hacer. No es cierto, la preocupación nos desgasta y no nos deja fuerzas para la ocupación, que es la que realmente se implica en la solución.
- Preocuparse prepara para lo peor. Lo “peor” quizás no ocurra nunca y si ocurre, la preocupación no te habrá preparado para ello. Sin embargo, habrás malgastado largos periodos de tiempo rumiando sobre el problema que aún no existe.
- Preocuparse evita por sí mismo que ocurran cosas negativas. La preocupación es un estado mental que no puede, por definición, controlar la realidad. Esto viene a denominarse “pensamiento mágico”.
- Preocuparse ayuda a no pensar. Puede que ayude a no pensar sobre otras cuestiones, ya que no podemos pensar sobre varias cosas a la vez, pero, al preocuparte, sigues pensando sobre algo de forma disfuncional.
- Preocuparse es un rasgo positivo de la personalidad. Los preocupadores piensan sobre ellos mismos que son responsables, bien intencionados o bondadosos. Si no se preocuparan, les invadiría el sentimiento de culpa y entonces cambiarían una emoción por otro. Puestos a cambiar, se quedan con la preocupación. Pero ni una ni otra emoción nos ayuda a resolver nada: la preocupación no previene el futuro negativo que tenemos en mente y la culpa no resuelve los problemas del pasado.
En definitiva, las personas con preocupaciones no clínicas, son capaces de poner fin a las mismas reevaluando la amenaza de un modo más realista o formulando un plan de acción para resolver los problemas.
En contraste, las personas con TAG no pueden dejar de preocuparse, incluso se preocupan por el hecho de ser preocupadores (metapreocupación).
El tratamiento psicológico, aunque no nos pararemos aquí a explicarlo con detalle, va encaminado, de forma cognitiva a darnos cuenta de que la preocupación no tiene la función que creemos. Por otro lado, la parte conductual tiene el objetivo de: dejar un espacio y tiempo límite a la preocupación, dejarlas estar sin darles valor alguno o emprender acciones distractoras.
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- Vallejo, P, M.A. (2016). Manual de Terapia de Conducta. Editorial Dykinson-Psicología. Tomo I.