¿Cuándo debemos confiar?
¿Cuándo debemos confiar en las personas? Antes de responder a una pregunta con tantos matices, vamos a intentar definir qué es la confianza.
Si entendemos la confianza desde el punto de visto social -es decir, en relación a los demás-, estamos aludiendo a la creencia de que no nos fallarán, no nos mentirán o actuarán conforme a nuestros principios e ideales. Confiamos en otros, por ejemplo, cuando compartimos con ellos nuestros temores, con el valor que se necesita para superar el miedo a que nos juzguen. También demostramos confianza cuando tomamos como veraz el discurso de los demás.
Sin embargo, confiar en las personas no es una tarea sencilla (y más si las acabamos de conocer), ya que aquí intervienen muchos factores. Por ejemplo, si hemos sido traicionados recientemente, es probable que nos cueste más abrirnos y permitir que nos vean como vulnerables. También será difícil hacerlo si tenemos una personalidad con una cierta tendencia a la inseguridad, así como una baja autoestima.
Además, existen otras variables que pueden favorecer o ser un obstáculo para esa confianza y que tienen que ver con el otro. Esa persona, ¿ha demostrado ser digna de nuestra confianza? ¿Alguna vez nos ha fallado? Todo esto también puede influir.
¿Cuándo debemos confiar? Factores que pueden influir
Así pues, ¿cuándo debemos confiar y cuándo no? Aunque no se pueda generalizar una respuesta, la realidad es que la intuición humana es una herramienta muy eficaz a la hora de seleccionar a las personas que merecen nuestra confianza y las que no.
Esta herramienta es especialmente fiable cuando estamos en una etapa de equilibrio emocional, y no estamos sesgados por pensamientos disfuncionales que puedan interferir en este tipo de decisiones. En este sentido, te recomendamos que te dejes guiar por tu instinto; este instinto del que hablamos es como una especie de brújula que nos dice cuándo algo está en disonancia con lo que sentimos y queremos y cuándo no.
Lógicamente, este sistema no es 100 % fiable: siempre habrá personas que conseguirán “cautivarnos” y hacernos creer cosas que en realidad no son. El riesgo a sufrir es algo inherente a que nuestro corazón siga latiendo; por suerte los beneficios de las relaciones saludables suelen compensar este riesgo.
A la hora de determinar cuándo debemos confiar y cuándo no, si a nuestra brújula interior le añadimos el hecho de que la otra persona nunca nos ha fallado (o al menos, que sepamos), en este escenario podemos estar más cerca de saber cuándo es una buena opción depositar nuestra confianza en alguien.
¿Por qué desconfiamos?
Cuando hablamos de factores o variables que median en la confianza, es importante diferenciar entre las dificultades para confiar en las personas que acabamos de conocer (algo totalmente normal) y la incapacidad absoluta para confiar en alguien (algo más bien disfuncional).
En el segundo caso, quizás será importante tratar pensamientos y actitudes de base -los mismos que seguramente también nos repercuten negativamente en otros ámbitos de nuestra vida-. Sin embargo, en ambos casos, podemos hablar de dos causas principales que podrían explicar este miedo que nos paraliza a la hora de confiar en los otros:
Problemas de autoestima
Aunque no podemos generalizar, sí que es cierto que muchas de las personas que presentan una baja autoestima suelen tener más tendencia a desconfiar de las personas. De hecho, su desconfianza hacia los demás parte del hecho de no confiar en sí mismas. Sintiendo que no tienen calor, ¿por qué los demás iban a tener en cuenta sus deseos o expectativas?
En ocasiones, esta reticencia a entregar la confianza puede ser un mecanismo de defensa que les “protege” de la traición, la frustración o la decepción. Sin embargo, por mucho que pueda funcionar en una o dos situaciones concretas, a largo plazo esta estrategia se vuelve disfuncional: un muro que solo pueden traspasar las relaciones superficiales, instrumentales; las mismas que a nivel emocional, en realidad, aportan poco.
Traiciones
Haber sido traicionados (ya sea recientemente, de forma reiterada, por alguien muy importante para nosotros…) es otro posible lastre para la confianza. De nuevo, actuaría aquí un mecanismo de defensa con el que evitamos volver a sufrir.
La confianza excesiva
Y como siempre existen los extremos opuestos, nos podemos encontrar también con personas a las que les ocurre precisamente lo contrario; que confían en exceso, o demasiado rápido, en personas que acaban de conocer. Las consecuencias de esto pueden ser diversas; que se aprovechen de nosotros, que nos hagan daño… o sencillamente que no pase nada, que todo vaya bien.
El hecho de que haya personas que confían muy rápido en los demás, sencillamente puede tener que ver con su propia naturaleza; pueden ser personas un tanto despreocupadas, que relativizan mucho las cosas, que necesitan confiar “en exceso” para sentirse seguras… o, al contrario, personas muy seguras de sí mismas. Lo que está claro es que no hay un patrón único que lo explique.
¿Qué ocurre si nos traicionan?
En función de nuestro momento emocional, las consecuencias que tendrá un engaño o una traición serán más o menos afiladas. Por eso, es tan importante el punto de partida, la calidad del resto de nuestras relaciones cuando decidimos hacer una nueva o profundizar en una ya establecida.
Aquí aparece la sutil diferencia entre confianza y dependencia: el riesgo al entregar nuestra confianza es mucho menor cuando con ella no comprometemos directamente nuestro salvavidas, nuestra subsistencia.
También es importante la calidad de nuestro refugio interior. Si estamos bien con nosotros mismos, será más complicado que un error a nivel de confianza nos hunda. Sin duda nos hará daño, pero el sendero para volver no tendrá pendientes tan empinadas. Contaremos con un amor propio fuerte y poderoso, que nos recordará que somos mucho más de lo que entregamos, que valemos mucho más de lo que alguien, un día, se permitió traicionar.
Con la experiencia, redactarás tu propio manual de confianza
Como hemos visto, no es sencillo saber cuándo debemos confiar y cuándo no en las personas. Es un proceso en el que la experiencia nos va formando. Como hemos visto, nuestro recorrido vital será el que guíe en buena medida nuestra intuición para entregar o no nuestra confianza.
En cualquier caso, hablamos de un riesgo que necesitamos asumir si queremos relaciones en las que sea posible la intimidad. En realidad, pocos reforzadores hay tan poderosos como acertar en el campo que nos ocupa: enriquecer nuestro círculo de confianza con una persona es un hito comparable a muy pocos. Por eso, con frecuencia, asumimos que el riesgo merece la pena.
“Confiar es fluir, es ser uno mismo, es abrirse a los demás, es vivir”.
-José María Gasalla-