Cuando la solución es el problema
” Cuentan que una noche, un hombre que regresaba a casa encontró a su vecino debajo de una farola como si estuviera buscando algo que se le había perdido.
-¿Qué te ocurre?-preguntó el recién llegado.
-He perdido la llave de mi casa y no puedo entrar-contestó este.
-Te ayudaré a buscarla.
Al cabo de estar buscando concienzudamente por los alrededores de la farola, el recién llegado pregunto a su vecino:
-¿Estás seguro de haber perdido la llave aquí?
-No, perdí la llave allí- contestó señalando hacia un rincón oscuro de la calle.
-¿Y qué haces buscándola debajo de la farola?
-Es que aquí hay más luz.”
En ocasiones, intentamos una y otra vez la misma solución, aun cuando no nos da resultado. ¿No sería mejor optar por realizar algo diferente?
Soluciones ineficaces
“Levantamos primero la polvareda y luego nos quejamos de no poder ver” (Berkeley)
A menudo, la vida nos propone retos, dificultades o problemas ante los que respondemos poniendo en marcha diversas estrategias. Muchas de estas soluciones, resultan caducas para la situación presente, ya sea porque han sido tejidas desde la inercia o porque conforman antiguos patrones que resultaron eficaces en situaciones similares en el pasado. Pero en ocasiones, el principio de “más de lo mismo” no produce “sorprendentemente” el cambio deseado, sino que por el contrario, la solución es el problema.
Por ejemplo, ante un problema de comunicación, presionamos para hablar al otro como modo de solución, consiguiendo con esta actitud que nuestro interlocutor se encuentre más incómodo y con menos ganas de hablar. O si tenemos dificultades para dormir, intentamos forzarnos a nosotros mismos a hacerlo mediante un acto de voluntad, con lo que únicamente conseguiremos estar más despiertos. O nos fijamos metas inalcanzables en un futuro ideal, que tan solo confirmarán nuestra creencia de que “no seremos capaz”.
Así, vamos construyendo, ajenos a ello, un círculo vicioso que se mantiene y retroalimenta gracias a aquello que consideramos como la solución. Sin darnos cuenta, de que si lo interrumpimos, si cortamos esa repetición sistemática, probablemente se mostraría la resolución de la situación difícil ante nuestros ojos. Pero es nuestro afán y nuestra persistencia por hacer desaparecer lo desagradable, lo que en la mayoría de las situaciones mantiene y alimenta la dificultad.
Así, en determinadas circunstancias, los problemas pueden surgir como resultado de un intento equivocado de cambiar una dificultad existente. El intento de hacer un cambio en la situación, o bien contribuye a acentuar el problema o constituye el problema en sí, como es el caso del hombre que intentaba encontrar la llave debajo de la farola porque había luz. Su intento de solución era ineficaz, pero persistía una y otra vez, como si su problema se fuera a solucionar por arte de magia. Cuando sería más apropiado cambiar de estrategia.
La vida y sus retos, a veces, nos exigen atención y en ocasiones nos sugieren lo contrario de lo que pensamos, pidiéndonos serenidad, lentitud y atención en nuestras observaciones y elecciones, que respiremos antes de actuar, familiarizándonos con la situación, las sensaciones y los pensamientos, para permitir que desde nuestro interior surjan las acciones precisas.
Y tú, ¿Qué soluciones repites sin obtener resultado?
¿Te atreves a hacer algo diferente?