De estas 4 formas de educar, ¿cuál es la tuya?
Las diferentes formas de educar que puedes escoger para poner en práctica con tus hijos tendrán un gran impacto psicológico en ellos. Tanto que influirá en su forma de ser y de comportarse. Además, el estilo educativo que escojas determinará, en gran parte, el tipo de relación que establecerás con tu hijo. En ocasiones, será positiva; en otras, puede que bastante negativa y llena de momentos desagradables para ambos.
Lo habitual es que imites el mismo patrón educacional que escogieron tus propios progenitores, aunque puede que también que optes por hacer todo lo contrario si no ha sido de tu agrado. Por ejemplo, si tus padres han sido demasiado autoritarios y eso te causó muchos problemas, es posible que te sitúes en el otro extremo, convirtiéndote en alguien muy permisivo con tus hijos.
“Educar es más difícil que enseñar, porque para enseñar se necesita saber, pero para educar se necesita ser”
-Quino-
Quizás nunca te hayas parado a pensar en las diferentes formas de educar existentes, cuál has elegido tú y por qué. Hoy descubrirás los entresijos de cada una de ellas, para que veas los pros y los contras que presentan. Eso sí, aunque todas son igualmente válidas, tienen sus consecuencias.
1. Disciplina severa
La disciplina severa es una de las formas de educar más conocidas y también de las más populares por los pocos problemas que parece generar desde fuera. En ella son los progenitores quienes establecen las reglas y los hijos las acatan sin otra réplica que cumplirlas.
Muchas de estas reglas son muy estrictas y causan conflictos entre padres e hijos debido a que los padres no suelen actuar en coherencia con las normas que imponen o permitir una excepción cuando esta es recomendable. Por ejemplo, puede que un padre le diga a los niños que antes de las ocho no se puede salir a jugar y que el otro les diga que a las ocho y media como muy tarde en casa. También puede suceder que esté prohibido comer pre-cocinados, pero que un día inviten a los niños a un cumpleaños en el que solo haya comida de este tipo.
Tu hijo seguirá tu ejemplo, no tu consejo.
En este tipo de forma de educar son muy recurrentes los castigos y las amenazas. Asimismo, se le presta poco apoyo a los hijos y la preocupación por sus sentimientos y emociones luce por su ausencia. Todo esto, provoca que los hijos sean muy hostiles, agresivos o que se sitúen en el extremo contrario, sumisos y con una muy baja autoestima. Además, no es raro que en la adolescencia pasen del segundo polo al primero, luchando como los que más por su independencia.
2. Tolerancia extrema
En contraposición con la primera de las formas de educar, en esta no existen reglas. A los hijos se les permite todo bajo la justificación de “que lo que quiero, por encima de todo, es que sean felices”. De esta manera, los más pequeños aprenden a manipular a sus padres para conseguir lo que quieren.
Los progenitores que ponen en práctica este estilo educativo son poco firmes, excesivamente tolerantes y dejan demasiado poder de decisión en manos de sus hijos. Esto puede provocar que los niños se conviertan en tiranos dentro del propio hogar y que se sientan con la autoridad suficiente ya no para dirigir sus vidas, sino para hacerlo también con la de los padres.
En este caso, los hijos terminan intentando trasladar sus estrategias para conseguir lo que pretenden fuera de casa. Sin embargo, en el exterior no tardarán en encontrarse con la frustración, con que la realidad no obedece a sus deseos y con que hay mucho objetivos que requieren de otro tipo de astucia y paciencia. Actitudes y habilidades que no han desarrollado, de manera que trataran de compensar esta “injusticia” que encuentran en el mundo exterior con una tiranización más profunda del hogar que dominan y en el que se sienten los reyes.
3. Indiferencia evidente
La ausencia no tiene nada que ver con la indiferencia. Hay padres que casi no pasan tiempo con sus hijos pero que, en la medida de sus posibilidades, intentan estar informados de todo lo importante que ocurre en sus vidas. Por el contrario, hay padres que pasan mucho tiempo con sus hijos y que son tan dirigentes que no tienen ni idea de sus gustos o prioridades. No saben cuál es su color favorito ni lo que hace en el recreo. Un padre indiferente normalmente cumple, manda, ordena, pero no pregunta.
No hay muestras de afecto, tampoco hay normas, puesto que los progenitores suelen estar la mayoría del tiempo ausentes (a veces, están ausentes aún estando presentes de forma física). Esto tiene un fuerte impacto en los hijos que se sienten abandonados, poco importantes y no valorados.
Tener unos padres ausentes provocará un vacío en los hijos que siempre tratarán de llenar.
En el futuro, los hijos fruto de un estilo educativo indiferente suelen padecer serios problemas de baja autoestima e incluso de dependencia emocional, pues buscan ese afecto que no tuvieron de pequeños en otras personas.
4. El equilibrio
Hay normas, pero también se le brinda apoyo emocional a los hijos y se contemplan excepciones. De esta manera, los progenitores son cercanos, pero al mismo tiempo también establecen reglas y son coherentes con ellas, ya que saben que ellos son un modelo a seguir para sus hijos.
En este estilo educativo los padres evitan el refuerzo negativo y optan por el positivo, de esta manera los hijos no piensan que siempre lo hacen todo mal. Esto favorece a su autoestima, les hace sentirse seguros y, también, potencia su responsabilidad.
Los progenitores, además, intentan pasar tiempo de calidad con sus hijos, poniendo así los cimientos una relación sana con ellos y cosechando su confianza. Esta disposición hará que los hijos se sientan seguros para contarles a sus padres lo que les pasa o lo que piensan. Este estilo sentará una buena base para posteriores etapas, como la adolescencia, en la que los cambios y las dudas que generan estos cambios aumentan.
Unos buenos padres valen por cien maestros.
Estas 4 formas de educar determinarán el comportamiento de los hijos y los problemas que pueden tener en el futuro con respecto a sus relaciones o responsabilidades. Aunque muchas veces no nos paremos a pensar en la influencia que tenemos como padres sobre ellos, lo cierto es que esta es mucho más importante de lo que pensamos.
Un hijo autoritario, con baja autoestima o con problemas de comportamiento no ha nacido así, sino que su forma de ser se ha ido adecuando a lo que su entorno ha reforzado o castigado. Ser conscientes de esto nos permitirá dejar de culpar a los más pequeños por una conducta que nosotros mismos hemos estado alimentando.