Dejar de juzgar todo lo que vivimos: las claves para conseguirlo
Dejar todas nuestras experiencias con dureza, tanto externas como internas, puede marcar la diferencia entre una vida llena de experiencias enriquecedoras o de prejuicios. Cuando juzgamos con severidad lo que experimentamos, perdemos la oportunidad de vivir en plenitud.
Al juzgar todo lo que vivimos, tendemos a desarrollar una rumia continua e inútil. Buscamos justificaciones, explicaciones o conexiones a todo lo que ocurre en nuestra vida, sobre todo, a aquello que vivimos y no encajamos con nuestras ideas preconcebidas. Juzgar todo lo que vivimos restringe nuestras experiencias y evita que podamos disfrutar de personas y actividades.
Walt Whitman decía que “había que ser curioso, no prejuicioso”. Con la actitud de la curiosidad, es más fácil que vivamos lo que nos ocurre de una forma plena y consciente, participando en el aquí y ahora y dejando la puerta abierta a nuevas experiencias.
Cuando lo único que hacemos es juzgarnos a nosotros mismos y a los demás, difícilmente nos va a quedar energía para otra cosa que no sea la de descansar de nuestro propio alboroto mental.
Un hábito que nos aleja de los demás
Cuando juzgamos a alguien, puede afectarnos más a nosotros que a la otra persona. Dice más de nosotros que del otro. Transmitimos cómo percibimos el mundo. Mostramos las ideas preconcebidas que tiene nuestra mente.
En lugar de juzgar, hay que observar y ser curiosos. Buscar más información. Ampliar la brecha entre la observación y la conclusión. Tomamos decisiones rápidas sobre las personas en función de su apariencia, raza, nacionalidad, riqueza, trabajo, fama e incluso pequeñas elecciones como elegir qué ponerse.
Cuando juzguemos, preguntémonos por qué estamos haciéndolo.
- ¿Es por mis conocimientos o experiencias?
- ¿Es por mis fuertes valores?
- ¿Soy imparcial?
- ¿Estoy celoso?
Es necesario que aceptemos las diferencias entre nosotros y otras personas. Quizás ellos no ven lo que nosotros vemos. Tal vez ellos no quieren las mismas cosas porque tienen una filosofía de vida y unos valores diferentes.
Si quieres que los demás dejen de juzgarte, deja de juzgar a los demás primero. Cuando lo haces, también dejas de preocuparte por lo que los demás piensen de ti.
La cura del juicio es la observación
Con técnicas como la meditación y la atención plena podemos aprender a experimentar diversas sensaciones y emociones en nuestro cuerpo sin tener que juzgarlos. Una de las cosas más comunes en una meditación guiada es el acto de observación, ya que nos dicen que dejemos de juzgar y en su lugar observemos los pensamientos y los dejemos ir.
Con esta práctica, crearemos el hábito de más silencio y observación. Nos daremos cuenta de que no hay necesidad de una conclusión. Podemos dejar ser a la realidad tal cual es y seguir adelante.
Además, tenemos que separarnos de nuestros juicios. No necesitamos tener una opinión sobre todo lo que sucede a nuestro alrededor. Tampoco es necesario que nos parezca bien o que lo aceptemos por completo. Simplemente, entendamos los hechos sin juzgarlos y separémonos de ellos si no tenemos nada valioso que aportar.
“La capacidad de observar sin evaluar es la forma más elevada de inteligencia”.
-Jiddu Krishnamurti-
Cómo cambiar el juicio para empoderarnos a través de las experiencias
Cuando controlemos el hábito de la observación sin juicio, podemos ir más allá y usar el juicio para crear una situación positiva. Si practicamos la bondad hacia la vida, hacia los demás y hacia nosotros mismos, vemos el mundo de manera diferente. Pensamos diferente.
Los siguientes son algunos ejemplos sobre cómo reformular los juicios en algo positivo:
- En lugar de decir “he perdido mucho tiempo”, di “estoy agradecido por el tiempo que aún tengo”.
- En lugar de decir “soy terrible en X”, di “puedo mejorar en X”.
- Reformula “estoy pasando por un mal momento”, por un “ya vendrán días mejores”.
- Evita afirma “X se interpone en mi camino”, por “adelante. El reto X es una oportunidad de crecimiento”.
- Cambia la “X persona es mala”, por “X persona necesitaría amor y yo me alejo”.
Dejar de juzgar todo lo que vivimos significa dejar a las personas ser quiénes son, sin que ello nos cause alegría o pasión, pero sí aceptación. Se trata de una oportunidad para empezar a brillar y dejar fluir la vida.
Un cambio radical en la salud mental
Cuando decidimos dejar de juzgar pasamos de la autodestrucción al autocuidado.
Los síntomas de la rumia constante pueden acarrear muchos síntomas indeseables. Algunas personas llegan a referir síntomas físicos como dolores de cabeza por tensión, agotamiento o fatiga y síntomas cognitivos como no poder concentrarse o hablar correctamente, olvidos, depresión, ansiedad y tensión.
Juzgar todo lo que nos rodea es parecido a tener la pantalla del ordenador llena de innumerables pestañas abiertas en el navegador, para empezar a trabajar en un tema pero sentirnos abrumados y cansados antes de hacerlo. Por esto, es útil aplicar las siguientes claves para aprender a identificar cuándo la mente está llena de rumia, juicios y malestar:
- Cuando nos encontremos juzgando a una persona, volvamos a nosotros mismos. Pensemos en nuestra voz, nuestra apariencia física o nuestra ropa. Es recomendable enfocarnos en algo concreto de nosotros mismos que nos ubique en la situación de una forma práctica.
- No “cancelemos el pensamiento” simplemente hay que dejarlo estar, pero identifícalo como rumia cuando no nos sitúe en lo que estamos haciendo o nos genere malestar. Un juicio sobre lo que vivimos no aporta soluciones, solo es una falsa alarma. Hay que dejarlo pasar y enfocarnos en una actividad que requiera de nosotros de una forma presente: limpiar, pintar, escribir, leer, hablar con un amigo sobre otras situaciones, etc.
- Anotar en alguna libreta los juicios sobre nosotros y el mundo que creemos que están limitando nuestra vida. Cuando sean demasiados, lo mejor es consultar con un profesional. No hay nada mejor que la terapia psicológica para transformar los juicios mentales en propuestas existenciales significativas.
Todo comienza por nuestras expectativas
Cuando generamos expectativas sobre los demás y nuestra vida, vamos creando un cierto escenario de perfeccionismo. Este se construye en base a lo que desearíamos que ocurriera con nuestras reglas, deseos y necesidad de autoestima.
Será pronto cuando nuestras expectativas (poco realistas) se ciernan sobre nosotros con tanta fuerza que dejemos de estar sintonizados emocionalmente con lo que en ese momento estamos viviendo. Y así empezamos a alimentar una voz interior áspera y especialista en juzgar lo que estamos viviendo.
A lo largo de los años, podemos entrenarnos para reconocer este patrón y romperlo en los puntos críticos, lo que nos permitirá rendir más en el trabajo sin dejar de analizar todo. Nos facilitará dejar de decepcionarnos continuamente por las demás personas.
Y, por supuesto, dejar de juzgar todo lo que vivimos dejará relajada la mente para aceptar las experiencias que vienen con una actitud de apertura sin tener que adaptarnos a nuestros estándares irreales.
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