Desilusión y depresión duelen igual, pero no son lo mismo
Desilusión y depresión cursan a menudo de un modo muy similar: se experimenta dolor, apatía, cansancio, decepción… Sin embargo, son dos estados muy diferentes. Decimos esto por una sencilla evidencia: son muchas las personas que navegan por el océano de las desilusiones dando a menudo por sentado que transitan ya por un trastorno del estado de ánimo.
Obviamente, nunca podemos descartar la presencia de esta condición. Sin embargo, la depresión es un fenómeno multifactorial y mucho más complejo. Sentirnos desilusionados define, por su parte, un choque con las propias expectativas que, aunque pueda vivirse de manera dolorosa, trazan un fenómeno puntual en el tiempo y también, una forma habitual de aprendizaje.
Ahora bien, el problema llega cuando una persona empieza a acumular una decepción tras otra en un periodo determinado. En estos casos, tal y como veremos a continuación, ya podemos estar ante una situación más particular que la ciencia ha investigado. Lo analizamos.
“La mayoría de las cosas decepcionan bastante hasta que un día, miras más profundamente en ti mismo”.
-Graham Greene-
Depresión y desilusión: ¿cómo se diferencian?
Si hay una emoción claramente universal, frecuente e inevitable es la desilusión. Experimentarla es algo habitual, pero es el modo en que la afrontamos lo que marcará un punto más de inflexión. Quien se atasque en ese estado, arrastrará consigo la estela de la frustración y la duda constante a la hora de volver o no a confiar en alguien.
Por contra, la persona que logra hacer un buen balance de toda vivencia decepcionante e integra un buen aprendizaje avanza con mayor plenitud y templanza. Esto nos demuestra que las desilusiones son ley de vida y que si bien no todos llegamos al mundo sabiendo lidiar con ellas, tarde o temprano lo hacemos.
Ahora bien, los trastornos depresivos no son, ni mucho menos, ley de vida ni algo inevitable. Depresión y desilusión no son lo mismo porque trazan experiencias diferentes. Así, y aunque pensemos que la segunda deriva a menudo en la primera, lo cierto es que hay algo que se observa con mayor frecuencia.
Las personas depresivas y aún no diagnosticadas son las que experimentan decepciones de manera recurrente porque ven la vida a través del filtro de la negatividad, el abatimiento y la indefensión. Lo analizamos.
Desilusión y depresión ¿cómo se diferencian?
La Universidad Estatal de Dakota del Sur realizó un estudio en el 2012 para intentar comprender la experiencia psicológica de la desilusión. Se definió básicamente como un sentimiento desalentador en el cual, se desmoronan las expectativas y aspiraciones hacia algo o alguien. La persona pierde además de manera temporal, algunos de sus significados vitales.
- Estamos, por tanto, ante una vivencia dolorosa puntual y limitada en el tiempo que obliga a la persona a tener que reformularse muchas cosas. Aparecen emociones como la tristeza, el enfado, la decepción, el desasosiego, etc. Sin embargo, la mente se mantiene activa y, en buena parte de los casos, se intenta procesar lo sucedido para aprender, readaptarse y poder avanzar.
- La depresión por su parte es una experiencia más larga en el tiempo y multifactorial. La desilusión no suele ser el único desencadenante de este trastorno del estado de ánimo. Por lo general, se le añaden más dimensiones que no son fáciles definir. La persona, además, experimenta una sintomatología más amplia, limitante y persistente: alteraciones del sueño y la alimentación, cansancio, apatía, pensamientos negativos, desesperanza…
Mientras en las desilusiones la persona intenta dar un con un “por qué” a esa experiencia y hallar un sentido, quien lidia con una depresión hace tiempo que no se pregunta nada. En su mente solo hay abatimiento y todo lo da por perdido.
¿Pueden las decepciones llevarnos a un trastorno del estado del ánimo?
Sabemos que desilusión y depresión no son lo mismo. Sin embargo ¿puede la primera conducirnos a la segunda? En situaciones puntuales, sí. ¿Y cuáles son esas experiencias? Trabajos de investigación como los realizados en la Universidad de Yale nos aportan una información relevante sobre el tema:
- Las desilusiones persistentes que abocan a la persona a un estado de desesperanza sí pueden conducirles a un trastorno depresivo.
- El origen de esta realidad estaría según estos expertos, en una región cerebral muy concreta: la habénula. Se trata de una estructura relacionada con la glándula pineal y de tamaño muy pequeño.
- La habénula lateral recibe impulsos de los ganglios basales y el sistema límbico y a su vez, tiene conexiones con las neuronas dopaminérgicas y serotoninérgicas. Se ha podido ver que cuando una persona pierde la esperanza tras varias experiencias adversas y decepcionantes, la habénula deja de interaccionar con esas neuronas vinculadas con la motivación. Es entonces cuando el estado de ánimo se altera.
Desilusión y depresión: la mente negativa que todo lo altera
En 1916, Sigmund Freud escribió un ensayo titulado Some Character-Types Met with in Psycho-Analytic Work En él, nos hablaba de algo muy interesante. Hay personas que incluso alcanzando el éxito se decepcionan. Hay quien a pesar de tenerlo todo a su favor caen en una desilusión tras otra. El padre del psicoanálisis sugirió que podrían ser perfiles claramente neuróticos.
En la actualidad, sabemos que la depresión se puede instalar de manera silenciosa en nosotros alterando por completo la manera de ver y procesar las información que nos llega a través de los sentidos. En estos estados, la mente solo ve problemas. Cualquier evento positivo se vislumbra con desconfianza. La realidad se vuelve decepcionante, el presente se llena de incertidumbre y el futuro de desesperanzas.
Por tanto, si bien es cierto que desilusión y depresión son dos entidades diferentes, en ocasiones cohabitan juntas. No obstante, cuando esto ocurre, hay muchas más variables presentes aparte de las decepciones. Por lo general, todo evento que quiebra nuestras expectativas nos obliga a realizar un esfuerzo cognitivo y emocional para aceptarlo, darle un sentido y superarlo.
Vivir, a fin de cuentas, es saber afrontar y reajustar nuestros planes. De eso se trata.
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