Elogio de la tristeza
En estos tiempos de euforia es usual que la tristeza sea vista como una plaga que debe ser erradicada en cuanto asoma las orejas. Seguramente te ha pasado, que ante el primer gesto de desánimo alguien te pregunta “¿Por qué estás triste?” Y nunca sabes si es un interrogante genuino o un reclamo secreto. Pareciera que las pesadumbres, propias o ajenas, son intolerables para casi todo el mundo.
Antes de averiguar qué te ocurre, usualmente te invitan a dejar de experimentar lo que estás sintiendo. “Vamos, deja esa cara”, te dicen, porque esa cara es el rostro de la tristeza, que nadie quiere mirar. Pareciera que ya no hay lugar para nuestras tristezas en el mundo.
El material de la tristeza
Fui al cine y la película mostraba una cadena de agresiones de un hombre contra su mujer. Primero la golpeó y luego la lanzó contra la pared. Ella gritaba y gemía. Después le rompió el vestido, la tumbó al piso y la pateó. La víctima trató de escapar, pero el hombre se le echó encima, la zarandeó de las orejas y luego comenzó a morderle las pantorrillas, como si fuera un perro. A estas alturas todos en la sala estábamos desternillados de la risa, pese a que seguramente esa no era la intención del director.
¿Habías notado que lo cómico está hecho del mismo material que lo trágico? Es en serio. Fíjate: alguien se va de bruces en la calle, pero antes de tocar el suelo da un par de semi volteretas en el aire, tratando de mantener el equilibrio y luego cae sobre sus posaderas. ¿Podrías jurar que no sientes ganas de reír? Tragedia y comedia. Exagera un poco tu tristeza, llévala dos pasos más allá y te encontrarás con la risa.
“Sufro de una tristeza medianamente risible”, dijo el poeta. Casi podríamos asegurar nosotros que lágrimas y risa son dos niveles del mismo estado de ánimo. Pero ninguno de los dos puede experimentarse auténticamente cuando hay negación o saturación de estímulos. En ese caso lo que se presenta es depresión y euforia, que también son dos niveles de la misma neurosis.
El valor de la tristeza
La tristeza simplemente nos recuerda que estamos vivos y que estamos afectados por lo humano de nuestra condición. La risa es una forma de aceptar, de dar lugar a lo absurdo y limitado de esa condición. Ambas suponen un contacto íntimo con la realidad, primero como una sensibilización y luego como la digestión de eso que en principio apenas se podía tragar.
Hay muchas razones perfectamente válidas para estar tristes. Ante una pérdida, o una frustración. A veces simplemente cuando reconocemos las limitaciones obvias que tenemos como seres humanos. Nadie es perfecto y nadie está completo. A veces quisiéramos que sí, pero somos capaces de reconocer que es imposible y una cierta brisa triste se apodera del momento.
La tristeza, como tantas otras emociones humanas, es valiosa si se experimenta como un estado de sensibilización transitorio, que nos brinda un contacto a veces más profundo con esas realidades que normalmente nos parecen obvias. De la tristeza han surgido hermosas obras de arte, que paradójicamente también nos recuerdan la felicidad de la creación.
No toda tristeza es patológica, ni es necesario que al menor asomo de melancolía busques con desesperación un alivio. Sí requiere una atención mayor de tu parte si te lleva a la inacción y a la desesperanza crecientes. Aún así, la tristeza también te está aportando algo valioso: recordarte que hay cuentas pendientes contigo mismo, y que es hora de ponerte al día.