Cómo vivir en medio de la tensión que generan nuestros deseos y límites inconscientes
Nos debatimos entre los deseos fervientes y los límites de la realidad. La vida nos plantea retos permanentemente y nosotros decidimos a cuáles ignorar y a cuáles desafiar. Sin embargo, en ocasiones excepcionales atravesamos por situaciones límite. Estas nos ponen a prueba y en muchos casos nos permiten comprender que somos mucho más fuertes de lo que pensábamos.
En otros casos, nuestros deseos nunca se concretan y no tenemos la menor idea de por qué, así en este artículo intentaremos sacar a la luz algunas de estas razones camufladas. Si nos acompañas, intentaremos descubrir de dónde proceden estas limitaciones inexplicables que nos impiden lograr aquello que anhelamos.
“Nuestro deseo desprecia y abandona lo que tenemos para correr detrás de lo que no tenemos”.
-Michel de Montaigne-
Ante todo, pensemos que los deseos surgen como resultado de un interés por alcanzar algo que no tenemos, o al menos de la manera y en el tiempo que nos gustaría tenerlo. Además, de alguna manera sentimos su falta y lo consideramos necesario.
Rellenar ese vacío implica poner en práctica un procedimiento, una metodología o una estrategia. Si lo logramos, todo marcha bien. El problema surge cuando notamos que obtuvimos otra cosa. Eso que tanto deseábamos, en realidad no era lo que queríamos.
Este resultado es tan frustrante como cuando trabajamos muy duro para alcanzar un objetivo y al final no lo conseguimos. De hecho, también ocurre que a veces no encontramos satisfacción para los deseos por los que más peleamos. Por más que ponemos en marcha todos los recursos que tenemos a nuestro alcance, los avances no producen y objetivo siempre parece quedarse a una distancia mayor de la que podemos extender nuestro brazo.
Es como si la realidad se empeñara en llevarle la contraria a nuestra intuición y a nuestra razón, que por más que bucea no encuentra motivo para no alcanzar el objetivo. Pero… ¿qué está ocurriendo realmente en el fondo?, ¿dónde está ese obstáculo insalvable?
Mensajes que contaminan nuestros deseos
Muchas veces no estamos seguros de qué es lo que deseamos realmente. No solo nos dejamos influir por los deseos colectivos, expresados en la publicidad, por ejemplo, sino también por los comentarios de familiares y amigos. Lo cierto es que, aunque dichos comentarios pueden ser bienintencionados, quizás no respondan a nuestras necesidades reales.
La familia es, por sí misma, una completa fábrica de expectativas. Desde que nacemos se forja alrededor de nosotros una especie de “ideal”. Si somos el mayor de la casa, porque lo somos. Si somos el menor, igual. Y así sucesivamente con diferentes categorías, como el género o la apariencia. También influye mucho el momento que vive la familia cuando llegamos al mundo.
En principio, somos el resultado de los deseos de los otros. Es un deseo el que hace posible nuestra vida. En alguna medida fuimos deseados, ya que en caso contrario probablemente no hubiéramos nacido. Y si no hubiera existido un deseo sostenido, tampoco habríamos sobrevivido a los primeros años.
Sin embargo, ese deseo que nos dio origen no siempre es claro o sano. Pese a ello, al comienzo de la vida no nos queda más alternativa que plegarnos a los deseos de los otros. Parte del proceso de maduración es precisamente liberarnos de ese yugo. Comprender cuál fue el deseo que hizo posible nuestras vidas. Y definir hasta qué punto esas expectativas coinciden con nuestro proyecto personal.
Los mandatos inconscientes
Estamos en un mundo en el que parece que todos son capaces de emitir una opinión experta sobre nuestros deseos. Claro que eso depende mucho también del lugar que ocupamos en el mundo y del entorno en el que crecimos. Lo bueno y lo malo, o sea lo deseable y lo reprochable, son categorías delimitadas, al menos de manera parcial, antes de nuestra existencia.
Durante la infancia se imprimen en la vida una serie de mandatos. Algunos de ellos son explícitos. Te dicen cómo “debes” ser. Te premian cuando te ajustas al patrón y te castigan si no lo haces. Así aprendes patrones de conducta, que a fuerza de refuerzo y repetición, terminas convirtiendo en hábito. Para ello, además de un buen repertorio de mandatos directos, también hay todo un conjunto de mandatos enmascarados que son mucho más difíciles de precisar.
Imaginemos una madre que acaricia a su hijo sumergida en una profunda tristeza. Tú la ves y, sin que ella te diga nada, te sientes en deuda. Quizás ella espera que seas un consuelo. Que la liberes de su frustración, su soledad o su dolor. Quizás te eduque en función de ello. Y así, sin apenas notarlo, puedes asumir su expectativa como un mandato inconsciente.
Siguiendo este ejemplo, es probable que quien tenga una madre así también experimente dificultades para definir y realizar sus propios deseos. Puede asumir que buscar la independencia es agredir a la madre. O puede creer que ser feliz es una forma de traicionarla. Pero como todo esto es inconsciente, la situación no se verá tan nítida. Más bien se reflejará en auto-sabotajes, o en dilaciones, o en falta de metas.
Ganar la batalla entre los deseos y las limitaciones
Si sientes que no logras terminar de definir cuáles son tus deseos, es muy probable que dentro de ti esté operando un mandato inconsciente. Lo mismo vale para los casos en los que aparentemente tenemos bien definido el deseo, pero para los que al mismo tiempo, por más esfuerzos que hacemos, no logramos satisfacerlo.
Las claves para entender lo que te está pasando puede estar en tú infancia. En los deseos de quienes estaban a tu alrededor. Puede ocurrir que incluso logres identificar esas expectativas que se forjaron frente. Y que, conscientemente, las rechaces y busques apartarte de ellas.
Para ganar la batalla entre los deseos conscientes y las limitaciones inconscientes, primero tienes que identificar cuáles son esas fuerzas disfrazadas o escondidas que operan en tu vida. Para ello es imprescindible un ejercicio de introspección, de manera que la ayuda terapéutica se convierte en una valiosa aliada en estos casos. Por lo general, permite localizar las limitaciones, hacerlas conscientes y diluirlas.
Imágenes cortesía de Ammy Judd y F. Infante