Todos hemos pasado por algo que, de algún modo, nos ha cambiado para siempre
Cada uno de nosotros hemos pasado por alguna vivencia que nos ha cambiado para siempre. Es como atravesar un umbral donde uno pone la mirada atrás para descubrir con cierta tristeza, que ha perdido algo. Tal vez sea la inocencia, o la certeza de que la vida no lleva inscrita la promesa de una felicidad perenne.
Dentro del crecimiento personal suele decirse que las personas nacemos dos veces. La primera cuando venimos al mundo. La segunda, cuando hemos de hacer frente a un hecho traumático. Es entonces cuando se nos insta a avanzar, a crecer en supervivencia emocional, en superación, en resiliencia.
“Avanzamos sin alegría en nuestros laberintos personales, hasta que de pronto, hallamos la pista que nos conduce al paraíso en medio de la maraña.”
-Mary Shelley-
Según Rafaela Santos, psiquiatra y presidenta del Instituto Nacional de Resiliencia, las personas solemos pasar de media por dos hechos complicados que nos pondrán a prueba. Son vivencias que escapan a nuestro control, y para las cuales, no siempre estamos preparados. Al menos en apariencia.
Porque lo creamos o no, nuestro cerebro presenta una ingeniería perfecta que nos alienta a sobrevivir, a sacar fuerzas de las flaquezas para volvernos a abrir paso ante tanta espesura emocional. A encontrar la salida entre nuestros laberintos personales.
Ahora bien, así como los hechos traumáticos nos obligan a aprender y a avanzar, también los hechos positivos tienen poder. El viejo dicho aquel de que “para aprender hay que sufrir”, tiene matices. Porque la felicidad también aporta sabiduría, templanza y conocimiento.
Las personas somos el resultado de todas nuestras vivencias, pero sobre todo, de lo que hemos aprendido de ellas. Todo, absolutamente todo, nos esculpe y nos da forma en nuestros valores, en nuestras virtudes y en nuestros defectos. El tiempo, nuestra mente y nuestra voluntad son los grandes artesanos de lo que somos en estos momentos.
Todo por lo que hemos pasado: la escultura de la vida
Ante una decepción afectiva tenemos dos opciones, amarrarnos a la esperanza y perpetuar el dolor o bien asumir el final de un ciclo y avanzar. Asimismo, ante la pérdida de un ser querido, también hay dos únicos caminos, hundirnos o mirar al horizonte de nuevo. Si pensamos en ello, pocas veces se nos abren dos opciones tan claras, pero a la vez, tan complejas.
Sin embargo, comprender que solo existe un camino correcto, no basta para que la persona aúne toda su determinación y voluntad para emprender ese proceso de recuperación. “Entender” y “hacer” son dos dimensiones muy complejas en el campo psicológico. Es como decirle a una persona con depresión que debe ser más feliz. Lo entiende, no hay duda, pero necesita estrategias, predisposición, ayuda y refuerzos.
Para dar ese salto de fe hacia el camino adecuado necesitamos apoyo y autoconfianza. Porque la forma en que pasemos sobre estos puentes vitales determinará el tipo de vida que tengamos al otro lado del mismo. En caso de no hacerlo de forma adecuada, nos veremos suspendidos en una isla de amargura sempiterna donde no cabe la luz ni la esperanza el horizonte. Nadie merece una existencia así.
Hemos de ser capaces de asumir que la vida trae secuelas, sin embargo, al final se aprende a vivir con ellas. No seremos la misma persona, de eso no hay duda, pero daremos forma a una persona diferente: alguien mucho más fuerte.
Ser como el bambú, ser como la arcilla, ser como los lobos
En nuestro lenguaje coloquial solemos decir muchas veces aquello de que la desgracia nos ha “golpeado”. Todo hecho traumático se vive como un golpe. Aunque más bien deberíamos describirlo como una quemadura, porque es así como lo siente nuestro cerebro.
Las rupturas afectivas, por ejemplo, provocan una respuesta muy intensa en la la corteza somatosensorial secundaria y la ínsula dorsal, áreas relacionadas claramente con el dolor físico, con lo que experimentamos por ejemplo, al sufrir una quemadura.
“La cultura oriental nos recuerda que cuanto más alto es el bambú, mayor consistencia y flexibilidad adquiere”
-Dicho oriental-
Así pues, imaginemos por un momento lo que supondría perpetuar este estado. Cronificar este dolor al no lograr gestionar de forma adecuada la pérdida, la ruptura o ese suceso impactante. Nuestro cerebro quedaría sometido a un estado de estrés postraumático persistente donde la persona queda, literalmente, fragmentada.
Para reducir el impacto de estas vivencias, podemos entrenarnos en tres sencillas estrategias que nos pueden ser muy útiles también en las dificultades del día a día.
Tres claves ilustrativas para aprender a ser resilientes
Los recursos psicológicos implicados en la gestión de los cambios se pueden entrenar en nuestra cotidianidad. Si lo pensamos bien, no hay día en que no debamos enfrentarnos a una renuncia, a algún pequeño cambio, reto o desafío. Todo momento es bueno para adquirir adecuadas competencias. Solo así estaremos preparados cuando la vida, nos ponga a prueba.
Te explicamos tres sencillas claves para conseguirlo.
- La sabiduría del bambú. Te gustará saber que el bambú es la planta que crece más rápido en el mundo vegetal. Ahora bien, ese crecimiento acontece después de unos años donde se dedica solo a favorecer un adecuado crecimiento interior. Echando raíces, nutriéndolas. Más tarde, ni el más feroz embiste de viento logra derribar al bambú. Porque es flexible, porque cuenta con un mundo interior fuerte y resistente.
Vale la pena imitar este tipo de proceso: fortalecer los pilares de nuestra personalidad y nuestro mundo emocional para adquirir esa flexibilidad con la cual, impedir que la adversidad nos golpee hasta vencernos.
- Seamos arcilla, adaptémonos a los cambios. Pocos materiales nos dan tantas posibilidades a la hora de expresar nuestra creatividad. Asumamos esa característica, seamos capaces de cambiar de forma con valentía y originalidad para superar esos momentos complejos.
- El lobo conoce a sus depredadores y se defiende. Pocos animales son tan ávidos a la hora de intuir a sus enemigos. Sobreviven a condiciones extremas, lo dan todo por su manada, son observadores y saben luchar.
El lobo, antes que feroz es sabio. Imitar alguno de sus comportamientos nos puede ayudar a superar esos terrenos complejos que nos trae la adversidad. Porque un corazón fuerte es el reflejo de un alma que conoce sus prioridades y que no duda en darlo todo por aquello que ama.
Imágenes cortesía de Jarek Puczel