Incapacidad aprendida: el burro de la clase
Albert Einstein lo tenía claro “todas las personas somos genios pero si mides la capacidad de un pez poniéndole a subir un árbol pasará el resto de su vida creyendo que es un inútil”. Este brillante matemático definió en pocas líneas el monstruo silencioso que lleva consigo la incapacidad aprendida; personas que tienen habilidades que nunca llegan a ser explotadas porque el entorno académico está estructurado para valorar unas actitudes y desdeñar otras, de tal manera que un verdadero genio en la literatura puede pasar toda su vida sin saberlo debido a que en su entorno lo que se espera de él es que triunfe en el ámbito deportivo.
Así es y así funciona la incapacidad aprendida.
El genio inútil o la incapacidad aprendida
Durante sus años de colegio Albert Einstein no destacó en ninguna asignatura, siendo bastante nulo tanto en las ciencias como en las letras. Su posterior hallazgo fue una más de las evidencias del fracaso estrepitoso de la enseñanza académica estándar que obligaba y aun obliga al alumnado a aprender unos conocimientos sin tener en cuenta las capacidades personales de cada individuo. A este respecto la incapacidad aprendida juega un papel muy importante en el futuro de los estudiantes.
La incapacidad aprendida, teoría diseñada por el psicólogo social Martin Seligman, consiste básicamente en que la repetición de un estigma durante años, el fracaso continuado en una disciplina o bien la visión negativa que se tiene en una sociedad con respecto al fracaso, da como resultado la incapacidad artificialmente creada del niño o joven con respecto a una asignatura.
Es típico decir de un niño que “no se le dan las matemáticas”, “la lengua” o “el inglés”. Sin embargo, esto no es así. Al crear esta premisa con respecto a la incapacidad del niño de llevar a cabo una tarea, ésta termina por reflejarse en un rendimiento inferior del joven respaldado por frases del tipo: “total, ¿Para qué voy a estudiar si no se me dan las matemáticas?”. Esta formulación incorrecta lleva al niño en cuestión a fracasar una y otra vez cumpliendo la profecía de sus mayores.
La conclusión a la que podemos llegar sin temor a equivocarnos es que nadie, absolutamente, nadie, puede definir quienes somos en base a una serie de fracasos, por otro lado imprescindibles para conocer nuestro entorno.
El ser humano se educa en el fracaso, y la indefensión aprendida se opone a esta natural tendencia a aprender una destreza después de muchos intentos fallidos o, como escuché una vez a un señor muy sabio: “cuando sepas escribir, a nadie le importará que hayas aprendido cinco semanas más tarde o más pronto que el resto, sólo importará que sepas escribir y, si continúas practicando, puede que dentro de unos años te enorgullezcas de que te costara aprender, porque fue la chispa que consiguió que te interesarás aun más que otros por perfeccionarlo”.