La felicidad: un límite que tiende a infinito
Cuando mis alumnos de matemáticas me preguntan qué es un límite, yo les digo que un límite es movimiento. Un movimiento que a veces termina en un precipicio y otras que no termina nunca. Pero, en cualquier caso, los limites y la felicidad solo se pueden entender si nos desplazamos en la función y nos hacemos sombra de ese mismo movimiento.
Puede ser un movimiento hacia “el tener”. La mayoría de los padres les venden a sus hijos la necesidad de ser la hormiga y desprecian a la cigarra (culpable, por supuesto, de lo que al final le pasa). El futuro es impredecible y nunca se sabe cuántos serán los recursos que podamos necesitar en caso de que nos vengan mal dadas. Los niños son al principio incapaces de comprender la complejidad de esta filosofía y ven al conocimiento como una forma de aprobar los exámenes, y por lo tanto de ver contentos a su padres.
Un conocimiento que ya verán de otra forma (anhelarán) cuando se enamoren. Llegado ese momento sí querrán conocer y lo querrán conocer todo. Mirarán tan fascinados a la posibilidad de descubrir, como el niño pequeño mira asombrado a la persona que muestra y esconde su rostro en el famoso juego del cucu-trás.
Entonces será como si la función empezara a acercarse a su límite por voluntad instintiva y a dejar entrever la asíntota que anhela y que nunca alcanzará. Así es como el amor se convierte en el motor de este conocimiento. Un movimiento que se refuerza a sí mismo con la idealización que se produce de manera inevitable a edades tan tempranas (y a no tan tempranas también).
“Miles de velas pueden ser encendidas desde una vela, y la vida de esa candela no se acortará- La felicidad nunca se acorta al ser compartida”.
-Buddha-
La felicidad y la necesidad de tener
Una de las motivaciones más frecuentes es la que responde a la “necesidad de tener”. Esa de la que hablábamos antes y que se trasmite a los hijos por el eco que el mensaje hace al rebotar contra la propia sociedad. Una sociedad que admite la huida hacia adelante, la de estimular el consumo como una solución perfectamente válida para que el nivel de calidad de vida se mantenga o aumente.
De ahí, que cada cierto tiempo cada modelo se renueve y lo pasado se quede obsoleto, dejando de pasear por la calle y empezando a ver rostros desde la vitrina de los museos, los mismos que nos permiten atestiguar que precisamente este movimiento existe.
El dinero aprovecha este querer tener para prostituir. Prostituir dignidades, cuerpos o motivaciones desinteresadas. Así es como el dinero adquiere un atractivo al que pocos se resisten, por el que muchos le canjean al mismísimo diablo una parte de su alma.
Entonces… el dinero se convierte en la zanahoria. De manera que quizás vayamos donde va la gente, pero la gente va donde va el dinero. Así, que muchos hagan esta u otra actividad se ha convertido en sí mismo en una justificación válida para que otros les sigan.
Eso pensaban al menos muchas de las personas que han participado en los casos de corrupción política o deportiva, con el uso de sustancias dopantes. Eso pensaba también una gran parte de la Alemania nazi cuando seguían los caprichos de un genocida. Si los demás van hacia allí, la felicidad tiene que ir delante. Entonces, ¿por qué no seguirles?
La felicidad y el placer
Otro de los motores, y al mismo tiempo fuente de insatisfacción de la felicidad, es el placer. Las satisfacciones sensibles son la anestesia perfecta para bajar la mirada. Hace que cambiemos el verbo ser por el verbo estar, a priori mucho más fácil de conjugar y una pieza que encaja mucho mejor en cualquier frase que aluda a la fugacidad de la vida. Así, el placer seduce desnudando nuestra fragilidad: disfruta hoy porque quizás no tengas un mañana.
Claro, a ver quién puede contra este mensaje cuando en los telediarios o en los periódicos se muestran muchas más desgracias que motivos para la esperanza, cuando se habla de lo que nos preocupa y no de lo que nos calma. Así, de alguna manera asumimos que la frecuencia con la que tenemos noticia es la frecuencia con la que pasa algo. Que el espacio que tienen es una variable que se asocia de manea perfecta a su trascendencia.
Así es como llegamos al puedo morir ahora y quiero disfrutar. Pero…, madre mía, qué mal se lleva este mensaje con la actitud de la hormiga. Con el aquello de acumular “por si acaso”. De esta manera aparece el neuroticismo, el comportamiento anárquico y que termina por descomponer a la otra persona; que en este empeño por seguir, se ha olvidado del ser y del sentido, no sabiendo si optar por la responsabilidad o por el disfrute.
Sí, de ese mismo sentido que nos da razones para seguir adelante cuando todo se pone complicado y que poco o nada tiene que ver con el dinero y sí con el valor que pensamos que tenemos. Recordemos la importancia de este sentido en dichos momentos aludiendo a la famosa obra de Viktor Frankl en la que describía como este sentido, con independencia de ser cierto o falso, hizo que muchas personas sobrevivieran a unas condiciones, en los campos de concentración, frente a las que de otra manera se hubieran rendido.
La felicidad como virtud
Una interpretación más interesante de la felicidad es aquella que tiene que ver con la virtud. La que nos devuelve el protagonismo de nuestra historia y se lo arrebata a los objetivos o a los fines. Se trata de actividades que tienen que ver con nosotros de una manera íntima como el agradecer, el perdonar o el querer. Actividades que congracian al pasado, al presente y al futuro en un mismo ser, el nuestro. Que nos aseguran una buena interpretación de nuestra historia, la posibilidad de compartir en el presente y nos dan esperanza para el futuro.
En este camino también existe un ansia por conocer. Por conocer a los demás sí, pero por conocernos a nosotros mismos también. Un segundo conocimiento que no termina nunca, igual que el primero, pero que sí le da calma y seguridad. Andando de esta manera aparecerán preguntas y alguna que otra respuesta, en cualquier caso la que pasará a ser nuestra sombra será la felicidad, esa que precisamente abandona a los que no supeditan la necesidad de tener o de disfrutar a la necesidad de ser.
Esos para los que la búsqueda de la felicidad se convierte en un límite infinito. Porque sí, la felicidad es movimiento y tiene algo de infinito, pero en ningún caso es un límite vital ni una habitación asintótica por la que vayan pasando todo tipo de torturas.