La intuición, esa brújula que nos cuesta seguir tras una decepción
Puedo imaginar las muchas veces que habrás reñido a tu intuición por haber sido la guía que te ha conducido al abismo. Así es como, dando un paso más allá, tantas veces te habrás dado cuenta de que tu desconfianza tiene mucho que ver con las decepciones que has experimentado a lo largo de tu existencia.
Cuando los resultados no salen como prevemos en la quiniela de las relaciones sociales sacamos una experiencia en claro. A veces no podemos predecirlo todo. A veces estaremos equivocados, y en otras acertaremos, incluso no queriendo… porque acertar no siempre es suerte.
Tantas veces nuestra intuición se verá confirmada. ¡Lo sabía! ¡Te lo dije! Cuando nuestra intuición se ve respaldada por lo que ocurre en la realidad nos sentimos satisfechos. Satisfechos con nuestra brújula rápida, genial por su bajo coste. Al fin podemos predecir algunos resultados. No todo está a la deriva y no todo está perdido.
Cuando nuestra intuición falla nos sentimos indefensos
Pero intenta imaginar por un momento cómo te has sentido aquella vez que tu intuición resbaló. No caminó recto. Tropezó y se cayó. La viste en el suelo y te preguntaste ¿qué ha pasado? Ibas muy segura y ahora de repente te encuentro echada en el suelo. ¿Cómo es posible?
Cuando nuestra intuición falla, una parte de nosotros se siente indefensa. Con una brújula caprichosa que ignora el norte (y el sur, y el este, y el oeste), en un mundo a veces impredecible, se hace vuelve inseguro el caminar. Sobre todo cuando buscas relaciones auténticas, donde pretendes que la verdad impere. Relaciones donde el otro puede ser un instrumento a veces, pero nunca deja de ser un fin. Buscas una manera de relacionarte verdadera y genuina.
Es aquí donde llega el mazazo de la decepción. El golpe de realidad. La bofetada a nuestra “ingenuidad”. Pero no te creas ingenuo por haber confiado en esa parte de ti que razona muy rápido y sin decirte cómo. Tampoco te creas un tonto porque vas a volver a hacerlo, piensa simplemente que las decepciones existen. Forman parte de las reglas del juego, de ti y de los mecanismos que utilizas para tomar decisiones. Sí, nunca serán perfectos.
La teoría del mundo justo es un sesgo del que hemos de ser conscientes
No todo es predecible porque para todo, o al menos para la mayoría, contamos con información parcial. Por otro lado, nuestros recursos son limitados y se ven desbordados cuando los datos o las posibilidades son muchas. Finalmente, cuando esperamos o interpretamos la realidad, actúan en nuestra a mente una serie de filtros o sesgos. Uno de estos filtros tiene que ver con nuestra disposición a creer, especialmente cuando somos agraciados, que vivimos en un mundo justo, o al menos más justo de lo que en realidad es.
“Las personas tienen una necesidad de creer que viven en un mundo donde cada uno, generalmente, obtiene lo que se merece”
-Malvin J. Lerner-
Creemos, o a veces queremos creer, que las cosas buenas le pasarán a las personas buenas y las cosas malas le pasarán a las personas malas. Una especie de justicia silenciada o karma. Algo así como tener lo que merecemos. Sin embargo, este pensamiento que influye en nuestra vida mental muchas veces no se cumple: es una ley con muchas excepciones.
A veces, la vida saca las garras y nos recuerda lo que es: impredecible; al menos más impredecible de lo que lo sería si un axioma, como el del mundo justo, funcionara siempre. En este sentido, no hay intuición que sea capaz de predecir determinados resultados. Confiamos en que esa persona será justa con nosotros y se portará acorde a sus valores. Ponemos toda nuestra fe en ella y de repente nos encontramos con una gran decepción.
Confiar entraña riesgos y por lo tanto requiere valor
No es como dijo ser. O al menos en este momento en concreto ha hecho algo que nos ha descuadrado por completo. Nos ha pillado desprevenidos. Con la guardia baja. Justo cuando habíamos empezado a entregar confianza a ciegas. La vida nos golpea. Nuestro corazón se rompe. Nuestra ilusión se hace pedazos frente a nuestros ojos.
Parpadeamos y nos damos cuenta de que lo estable se ha vuelto inestable, que lo gris ahora parece negro y lo blanco gris. Es como si nos hubiéramos subido a un barco en medio de un fuerte oleaje. Es en estos momentos cuando se necesita ese valor, cuando es complicado volver a poner los pies con seguridad en la cubierta y seguir trabajando.
Hablamos del estudiante que se ha dejado los codos estudiando y ha suspendido, de la persona que ha pasado por una relación de pareja en la que ha recibido malos tratos, de la hija que ha visto como su madre moría de repente, del hombre que se ha quedado quieto cuando le han dicho que el corazón de su hijo se ha parado y no volverá a latir. Hablamos de una ciudad que ha sufrido el ataque terrorista de quienes estiman que la vida puede ser lo segundo en una jerarquía.
No podemos predecirlo todo
La intuición se pone en marcha sobre todo cuando es capaz de reconocer patrones. Por ello podemos predecir más fácilmente el comportamiento de las personas que conocemos. En su actuación es capaz de producir sensaciones desagradables, pero también muy placenteras. Además, puede actuar como una voz interior que nos diga: “¡corre, lánzate!”, “¡a por ello!” o… “Párate”.
Por ello, si la vida te sorprendió con una dolorosa e inesperada traición no culpes a tu intuición. Simplemente a veces no podemos predecirlo todo. No vivimos en un mundo justo donde cada carta esté marcada.
Pero sí podemos construir nuestro propio pequeño mundo justo, siendo auténticos y verdaderos. Cuando alguien es auténtico, resulta confiable y predecible. Siempre sabremos a qué atenernos. Será tu elección (y solo tuya) contar con esa persona o apartarla de tu camino. Así que, no culpes a tu intuición por su fallo, ya que el error pertenece a su, y por lo tanto a tu, naturaleza.