La sonrisa de los que ya no están será nuestro mejor recuerdo
Si queremos mantener un gran recuerdo sobre los que ya no están, la clave es evocar su sonrisa. Hacer esto es una manera de generar sentimientos positivos que, si bien no dejarán de tener pinceladas de tristeza y melancolía, nos pueden ayudar a no teñir su imagen de ella.
No obstante, nuestro duelo tiene ciertas fases que son necesarias para manejar los pensamientos, comportamientos, sentimientos y emociones que generan las pérdidas de aquellas personas que amamos o que son importantes en nuestra vida.
Asimismo, lo que debemos tener en cuenta es que no podemos acostumbrarnos a que fallezcan las personas que queremos y que, por lo tanto, cada pérdida pondrá a prueba o requerirá que manejemos nuestros recursos de alguna manera para sobrellevar la situación.
El duelo, la despedida de los que ya no están
Despedirnos de los que ya no están es un proceso que de una manera u otra no concluye con un adiós. Es complicado de entender y muchas veces mantenemos la creencia de que debemos enfrentarnos a la pérdida con el objetivo de dejar de “pensar, sentir o comportarnos” conforme a lo que ella ha supuesto para nosotros. Pero todo es un proceso, veamos en qué consiste:
La negación
Según la experta en duelo Elisabeth Klüber-Ros s, al principio solemos actuar negando la realidad intentándonos convencer de que “nos sentimos bien” o que “la muerte de esta persona es un error”. Podríamos decir que esta de negación es tan normal como pasajera cuando perdemos a alguien, pues necesitamos amortiguar el impacto.
Digamos que necesitamos darle una tregua a nuestra mente para que asuma una realidad que resulta extremadamente dolorosa. Digamos que este mecanismo de defensa nos procura una distancia emocional que necesitamos para formarnos de manera serena un esquema que nos permita adaptarnos a este evento.
La ira
Llegará un momento, variable en el tiempo, en el que por fin veamos que la realidad es que hemos perdido a esa persona. Esto muchas veces nos hace sentir la necesidad de “vengarnos” por su pérdida, pues la sensación de tener un cuchillo clavado en el pecho que nos está impidiendo respirar. “No es justo” “¿Por qué él/ella (y no yo)?” “¿Por qué ahora?”, solemos decirnos enfadándonos con la vida, Dios (si somos creyentes) o el mundo.
La negociación
También es habitual que nos enfrentemos a la idea consciente o inconsciente de “intentar hacer algo para recuperar una vida que valga la pena vivir en su ausencia”. Podemos incluso pensar en reunirnos con nuestros seres queridos o cualquier otra manera de posponer la muerte.
Aquí intentamos negociar con la idea que tengamos de poder superior (Dios u otras concepciones), pedimos más tiempo o la oportunidad de decir esos te quieros que no dijimos en vida.
La depresión
Finalmente llega el punto en el que comprendemos la muerte a través de una sensación de estar atrapado o ralentizado, así como tremendamente triste. Esta es la etapa en la que lloramos de manera desconsolada y no somos capaces de sobrellevar nuestra vida.
La aceptación
Es probable que con el paso del tiempo acabemos comprendiendo que la muerte es irremediable y que la mejor manera de recordar a los que ya no están y que tanto amábamos es evocando su sonrisa.
Llevar en nuestro corazón la sonrisa de los que ya no están
Una pérdida no puede tratarse en términos de superación o no superación, pues es supondría renunciar a la realidad que la acompaña y resignarnos a “olvidar” a las personas ausentes. Para lograr “aceptar la muerte como una parte de la vida” es necesario que nos permitamos sentir y que no nos forcemos a “recuperarnos” con rapidez.
Tomarnos un tiempo, dar sentido a la pérdida y ritualizarla de manera que tenga sentido para nosotros es indispensable a la hora de permitirnos vivir la vida. Así, por cada pérdida que tengamos en nuestra vida debemos permitirnos honrar nuestros recuerdos y encajarlos de manera personal.
Llegará un momento en el que de manera natural al recordar la sonrisa de los que ya no están su recuerdo no enturbie nuestra mente, sino que nos ayude a comprender que aunque ya no están físicamente, los llevaremos siempre en nuestro corazón.