Secretos sobre la timidez: entre la profundidad psicológica y el aislamiento
Decía Murakami que los ríos más profundos son los que fluyen con mayor tranquilidad. La timidez tiene casi los mismos trazos, sin embargo, esa serenidad de carácter no siempre va acompañada por la satisfacción personal. Porque las personas tímidas sufren a menudo el pinchazo del aislamiento, el peso de la incomprensión ajena y la ansiedad por no percibirse lo bastante hábiles socialmente.
Fue en el siglo XIX cuando se habló por primera vez de la timidez en términos psicológicos. Fue concretamente en 1820, fecha en que el ensayista Leigh Hunt publicó una serie de curiosos trabajos donde entremezcló las líneas de este estilo de personalidad con una imagen tan simbólica como exageradamente poética.
“El silencio siempre ha sido mi modo por defecto, mi mejor defensa contra el resto del mundo”.
-Matthew Quick-
Dijo de las personas tímidas que eran como un determinado tipo de flor, “la violeta menguante”. Su tonalidad amatista llamaba especialmente la atención, eran capaces de germinar en casi cualquier suelo porque sus raíces eran fuertes. Sin embargo, su cuello siempre aparece doblado, mirando al suelo. El propio Goethe las encontraba tan fascinantes que solía llevar muy a menudo semillas en sus bolsillos para dispersarlas; según él, para contribuir a que el mundo fuera aún más bello gracias a este tipo de flor.
Ahora bien, la timidez en realidad tiene poco de romanticismo, porque a instantes es una bendición y al poco, una carga desesperante. El doctor Murray B Stein, profesor de psiquiatría de la Universidad de San Diego indica por su parte que estamos ante un perfil comportamental tremendamente complejo que requiere, para conocerlo, de más estudios.
Es más, en la actualidad seguimos teniendo una concepción muy sesgada e incluso errónea de este rasgo.
La timidez tiene una base biológica
Timidez no es lo mismo que introversión. Este es un dato que hay que dejar claro desde un principio en vista de la popularidad que la personalidad introvertida está teniendo en los últimos años gracias a libros como el de la doctora Susan Cain. La principal diferencia entre ambos perfiles es que las personas tímidas suelen tener serias complicaciones a la hora de relacionarse.
Ese miedo incontrolado a ser evaluados de forma negativa hace que eviten a menudo gran número de situaciones, que den un paso atrás ante determinadas propuestas, eventos o dinámicas sociales. Así, lo que en un principio puede generarles alivio al “escapar” de esa situación que les ocasiona estrés o ansiedad, a largo plazo provoca que experimenten frustración, rabia y vergüenza, alimentando poco a poco un temible círculo vicioso.
Ante la pregunta de por qué esto es así, de por qué la timidez provoca esa inseguridad, esa baja competencia social o esa sensación de angustia ante determinadas situaciones, la respuesta parece estar en nuestros genes. El psicólogo Jerome Kagan, famoso por sus contribuciones al campo de la personalidad, nos indica que en la timidez existe un componente genético, pero que en realidad, este no determina de forma permanente nuestra conducta.
Todos podemos cambiar y desprendernos de esa coraza a veces tan limitante.
Ese es sin duda un gran secreto sobre este perfil que no todo el mundo sabe: un niño puede venir al mundo mostrando un patrón comportamental de extrema timidez. Sin embargo, esa inhibición puede ir cediendo en apertura y audacia si el entorno familiar es favorecedor, si se le ofrece confianza y adecuadas habilidades sociales para romper su aislamiento.
Es más, todos nosotros, sin importar la edad, podemos crear espacios de mayor apertura relacional trabajando la auto-confianza, la autoestima y nuestras competencias en materia de relaciones sociales para derribar la timidez.
“Es fácil confundir la timidez con la frialdad y el silencio con la indiferencia”.
-Lisa Kleypas-
El lado luminoso y el lado oscuro de la timidez
Hay diferentes grados de timidez. De hecho, todos nosotros la experimentamos a diario por muy extrovertidos e impulsivos que nos consideremos. Siempre hay instantes puntuales en que nos sentimos inseguros, en que dudamos de nuestras competencias y tememos ser evaluados de forma negativa. Es algo normal.
Sin embargo, otro secreto, que tal vez muchas personas no sepan aún, es que la timidez tiene un extremo bastante adverso. Se estima que un 5% de las personas tímidas presentan un trastorno de ansiedad social o fobia social. Es más, gran parte de este sector de población no recibe tratamiento o atención psicológica alguna, lo cual, resulta desesperanzador por una razón muy simple. Con esta ayuda podrían mejorar, sentirse mejor y recuperar el control sobre sus vidas.
Así, fármacos como el seroxat y las terapias cognitivo-conductuales resultan altamente efectivas.
Por otro lado, cabe decir que también hay personas caracterizadas por una leve timidez que no limita del todo sus competencias sociales. Son, como diría el ensayista Leigh Hunt, violetas luminosas con la cabeza baja que disfrutan de sus espacios de soledad, de su profundidad psicológica y por supuesto, de su reserva.
En Indiana, Estados Unidos, tenemos el “Instituto de investigación sobre la timidez”, organismo desde el cual se publican de forma regular trabajos al respecto de este tema. De hecho, hace poco, se reveló que un tercio de la población descrita con este perfil afirma que, en su caso, más que un foco de problemas es un modo de apreciar la vida desde otro enfoque, uno más cauto y distanciado.
Sin embargo, en el lado opuesto seguimos teniendo a ese sector claramente insatisfecho e infeliz que ve en las nuevas tecnologías un medio más seguro con el que relacionarse, pero sin percibir que con ello intensifican aún más su aislamiento social. Son, como podemos intuir, realidades muy diversas dentro del perfil de la timidez, un área que sin duda requiere de más atención y comprensión.