¿Por qué es tan cara la tinta de boli verde?
Hay un rasgo en la sociedad que es inspiración para la tristeza. Se trata de esa tendencia que tenemos a fijarnos en los errores, de esa tentación que es machacarnos y torturándonos con ellos, masticándolos una y otra vez, cogiendo forma de bola mientras amargan, igual que un ajo que se achicharra en la sartén. Marcamos con boli rojo, nos olvidamos del boli verde…
Convirtiendo fallos pequeños, que no tienen importancia, en el peor de los asesinatos, en la más cruel de las violaciones, en la prueba más absoluta de nuestra inutilidad. Agitamos ese látigo, diestro a la hora de causar heridas en carne propia y ajena, para después intentar curarlas con la mano torpe que se resiste a seguir otro ritmo que el se entona, de fondo, en el marco social.
Si hubiera un manual de personas infelices, con mucha probabilidad, este sería el rasgo que aparecería en portada. Hablamos de que son muchas las personas especialistas en torturarse a sí mismas: ante ellas y ante los demás. Quizás en el colegio no nos enseñen a encauzar nuestras emociones para que jueguen a nuestro favor, pero sí utilizan el boli rojo en vez de el boli verde. Los fallos pesan, los aciertos de dan por sentados.
El boli verde en la infancia
Los profesores demandan la atención de sus alumnos para aquellos puntos en los que el error respira. Si te cuestan mucho la matemáticas y suspendes, es probable que te pases el verano haciendo cuentas y resolviendo problemas. A un lado quedan el inglés o la lengua, en ellas el salto sobre el cinco ha sido holgado.
He sido alumno y ahora soy profesor, en el camino me he encontrado con cientos de exámenes corregidos en los que solamente se podía ver destacado aquello que estaba mal. Podía ser un ejercicio impoluto, largo y bien razonado; sin embargo, por encima de él destacaba, como la luna en el cielo, una pequeña falta de ortografía, un descuido al poner las unidades o un despiste con un signo. Más por menos, o menos por más, da igual.
El boli verde es una actitud
Así, son los errores los que muchas veces, ya desde la infancia, condicionan la distribución que hacemos del tiempo. La filosofía es la de achicar grietas por las que se puede colar el agua. En la otra cara de la moneda respira una didáctica más atractiva y estimulante, la de insistir o resaltar los logros, la diferencia entre el antes y el ahora, el resultado del esfuerzo. Este relato, por tradición va en verde, y no en rojo. De ahí el boli rojo, y también el boli verde.
Porque todos, aunque no corrijamos exámenes, los utilizamos. Llegamos a casa, nuestra pareja nos ha preparado la cena, ha recogido y se le ha olvidado hacer la cama. ¿Qué diremos después, y después y después…? ¿Qué señalaremos? El vaso medio lleno o medio vacío no es solo una cuestión de pesimismo u optimismo, sino el filtro en nuestra mirada, el dintel que cincela la piedra o las riendas que dirigen la cuadriga.
Así, los adultos también utilizamos bolis con los demás adultos. La cuestión es saber cuál utilizamos más con los demás… y cuál utilizamos más con nosotros mismos. Si terminamos el día pensando en esos datos que no han respondido a las previsiones económicas de nuestro departamento o en que, gracias a los ejercicios que llevamos practicando durante días, el dolor de rodilla se ha marchado.
El boli rojo o el boli verde habla de cómo tratamos a los demás y de cómo nos tratamos a nosotros mismos. Pensamos que la generosidad es un gran valor, pero lo cierto es que no la aplicamos demasiado en este campo. Admiramos a las personas que motivan y reconfortan a los demás, pero, ¿y lo que nos cuesta a nosotros? ¿De verdad la tinta de boli verde es tan cara y la del boli rojo tan barata?
Ir más allá del error nos permite aspirar a un equilibrio en el que puedan conjugarse todos los colores. Adquirir una paleta policromática para señalar nos hará más fuertes como personas en terreno propio y como ejemplo para los demás en el campo social.