Los niños no se divorcian

Los niños no se divorcian
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Última actualización: 31 agosto, 2023

Según datos del Registro Civil español, en 2016 se produjeron 48. 608 divorcios. El divorcio aporta un marco legal que regula las relaciones de manera que queden protegidos todos los miembros de la familia, pero tal vez sea una de las experiencias más problemáticas de la vida familiar. En ocasiones el trámite es de mutuo acuerdo, aunque es habitual que sea una de las dos partes la que dé el primer paso. La familia tiene en cada uno de nosotros implicaciones muy profundas de protección, amor y reconocimiento. Su naufragio deja soledad, miedo, dolor o rabia.

La ruptura matrimonial abre la puerta a los fantasmas del pasado. En las crisis se refleja nuestra historia personal y queda desenmascarada la capacidad para afrontar el presente. Por ello, para cada interrogante, cada miembro de la pareja tiene una respuesta. Así, hay quien deja a un lado el odio y el resentimiento, otros borran los buenos momentos; hay quien no afronta lo sucedido y queda ilusionado esperando una reconciliación que nunca llega; hay quien olvida en otra pareja; o en muchas y sucesivas…. Como se deduce, la gama de reacciones es muy amplia.

Pero mientras el matrimonio es reversible, la maternidad y la paternidad son de por vida. Para elaborar el divorcio los adultos deben asumir la disolución de la pareja, pero no la de su papel como padres. Los niños no deben encontrarse envueltos en un clima de violencia y rencor. Los menores nunca deben pasar a ser instrumentos: balas con las que herir al otro o mensajeros de la esperanza para una posible reconciliación.

madre e hija

Cuando la guerra no termina

El divorcio no debe ser un impedimento para el ejercicio de la paternidad/maternidad ni un proceso que dañe la intimidad, confianza y seguridad que el niño necesita. Los hijos no son integrantes de la pareja ni pertenecen en propiedad a ninguno de los progenitores. Por ello, no deben pasar a ser un instrumento al servicio de venganzas, odios o disputas.

Los menores son dependientes de sus padres y, aunque no les pertenecen, necesitan mantener la relación con ambos para crecer sanos. Es frecuente ver como alguna de las partes defiende poseer un amor más valioso y un cuidado más válido, dejando entrever que el cariño del otro no es necesario o por voluntad insuficiente. Este es uno de los errores más graves y que mayor daño puede causar a un menor. Los niños necesitan el contacto con ambos progenitores para un desarrollo emocional sano. Es un derecho del menor, y un derecho de los padres, poder disfrutar los unos de los otros.

Tras un divorcio conflictivo es común que los padres entorpezcan las relaciones mutuas. En los casos más graves uno de los dos progenitores se desentiende del menor, o incluso ambos le abandonan. Los casos que pueden darse son diversos, por ejemplo que el padre y la madre abandonen a los hijos, que solo uno de los progenitores abandone a los menores o que el padre y/o madre mezcle a los hijos en los conflictos relativos al divorcio.

Las repercusiones de los conflictos en la pareja, en los hijos y en las relaciones paterno filiales van a depender de la forma en que se manejen y los espacios para los que se reserven. También el coste emocional se puede intensificar en función de cómo se está intentando resolver y de la duración del mismo. Cuando los conflictos se enfrentan de una forma inadecuada, que genera insatisfacción, agresividad y tensión a las partes, suele generar un mayor malestar emocional y un distanciamiento en los miembros de la familia.

 

Consecuencias del abandono

Un divorcio implica un gran cambio en la dinámica familiar, sobre todo de relación, pero de ningún modo debería implicar el abandono de los hijos. El sufrimiento del menor se acrecienta si a un divorcio conflictivo se le agrega la ausencia, inconstancia o desaparición de uno de los miembros de la ex-pareja. Asumir que un padre/madre no está presente es muy duro, y se convierte en una batalla todavía más dolorosa cuando el menor entiende que dicho progenitor se encuentra lejos, no cumple el régimen de visitas o directamente no quiere saber nada de él ni de su cuidado.

El niño que ha sido abandonado suele apegarse con ansiedad al padre/madre que se hace cargo de su custodia. Es frecuente que intente controlar la relación llegando a acaparar todo su tiempo a través de conductas muy demandantes. Detrás de todo ello se esconde el miedo a perderle, un sentimiento de inseguridad fuertemente arraigado. El trabajo de separación del padre/madre ausente es muy difícil. El niño debe desapegarse internamente. Es común que imagine su regreso y presente ensoñaciones al respecto, idealizando de este modo la relación y evitando el desprendimiento.

Si los padres desaparecen, el niño puede sentir que lo han castigado. Es posible que se sienta obligado a reprimir toda manifestación de hostilidad y enfado, y aún más, a volverse extremadamente obediente y sumiso, volcando contra sí mismo la violencia. Por el contrario, puede elegir la variante impulsiva y adoptar una postura agresiva y peleona.

“Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo en que tener un piano no lo vuelve pianista”

-Michael Levine-

Conflicto de lealtades

La lealtad es un sentimiento de solidaridad y compromiso que unifica las necesidades y expectativas de varias personas. Implica un vínculo, una dimensión ética y, en el caso de la familia, comprensión y coherencia entre los miembros. Generación tras generación han existido sistemas de valores trasmitidos de unos familiares a otros. El individuo está inserto en una red de lealtades multipersonal, donde es importante la confianza y el mérito.

En muchas familias dichas lealtades pueden ser encubiertas, es decir, expectativas que no se hablan explícitamente pero en las que hay impresas una serie de reglas que se espera que todos los miembros de la familia cumplan. Es una medición de la justicia dentro de la propia familia, una ética de las relaciones que permite la identificación con el grupo. Todo ello implica que cada miembro de la familia tenga que ajustar sus necesidades individuales a la red familiar.

Cuando se produce la ruptura conyugal o de pareja, y esta no supone el final del enfrentamiento sino un nuevo marco en el que prolongar la disputa, no es difícil que los hijos se vean en la necesidad de asegurar el cariño de, al menos, uno de los padres. Esto es lo que llamamos conflicto de lealtades, los niños reciben presiones, habitualmente encubiertas, para acercarse a una y otra posición y, si no toman partido, se sienten aislados y desleales hacia ambos progenitores. En cambio, si deciden involucrarse para encontrar más protección, sentirán que traicionan a uno de los dos. Una dinámica familiar en la que la lealtad hacia uno de los padres implica deslealtad hacia el otro.

“El mejor legado de un padre a sus hijos es un poco de su tiempo cada día”

-Battista-

 

Madre con dos hijos

La responsabilidad ante el conflicto

Es esencial no enviar mensajes de doble vínculo a los menores, es decir, generar situaciones comunicativas en las cuales el niño pueda percibir contradicciones. Por ejemplo, decirle a tu hijo que no te importa que vaya con su padre pero retirarle las caricias. En este tipo de mensajes existe un doble filo, el lenguaje verbal y no verbal envían mensajes enfrentados, de tal manera que provocan una fuerte disonancia en el menor. El niño percibe que no está haciendo las cosas bien, pero no entiende el qué, puesto que es el propio adulto el que causa el conflicto emocional. Este tipo de dinámicas son muy perjudiciales para la salud mental de los menores.

El éxito no consiste en que una pareja continué de por vida, si las dos personas y la familia está sufriendo, si una relación es muy destructiva, tal vez el éxito sea la separación. Cuando la unión causa dolor es preciso tomar decisiones, tal vez considerando el divorcio o pidiendo ayuda a un profesional para recibir terapia familiar o de pareja. Sin embargo, una separación no implica desentenderse de las responsabilidades como padres ni utilizar a los hijos contra la ex-pareja. El proceso de divorcio corresponde a dos personas adultas y, como tales, deben actuar de forma madura intentando gestionar los conflictos y sentimientos encontrados sin incluir a los hijos. Niños y adolescentes necesitan del apoyo y la protección adulta para sentirse seguros y cuidados. Es responsabilidad de los padres propiciar dicha estabilidad.

En el caso de que el proceso supere a alguno de los miembros de la pareja, o a ambos, es recomendable pedir ayuda psicológica para recibir pautas al respecto. Por ejemplo, cómo regular las emociones, gestionar conflictos, tomar decisiones, manejar la responsabilidad, buscar apoyo, etc. En definitiva, conseguir enfrentarse a una nueva etapa superando y cerrando la anterior. Es por tanto la forma de enfrentarse a los conflictos lo que hace que estos sean constructivos o destructivos y más si hay niños de por medio.

“Exigir a los progenitores, para respetarlos, que estén libres de defecto y que sean la perfección de la humanidad es soberbia e injusticia”

-Silvio Pellico-


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