Mi mejor amigo: el móvil
En casi todos los lugares públicos de las ciudades en el mundo, se ha vuelto constante la misma escena: la gente no se mira entre sí, ni habla entre sí. Todos están con los ojos y la atención puestos en el teléfono móvil que llevan en la mano. Pareciera como si siempre estuvieran inmersos en una comunicación impostergable. Tanto, que toda su atención está centrada en ella.
Sin duda alguna, el teléfono móvil es el símbolo por excelencia del mundo actual. Antes, las personas entraban en contacto con la virtualidad a través de los ordenadores de escritorio, por lo que existía una limitante definida para establecer esa conexión. Después vinieron los computadores portátiles y vencieron el obstáculo del espacio fijo. Con los Smartphone la portabilidad de los computadores ha roto todas las barreras.
“El automóvil, el televisor, el vídeo, la computadora personal, el teléfono celular y demás contraseñas de la felicidad, máquinas nacidas para “ganar tiempo” o para “pasar el tiempo”, se apoderan del tiempo”.
-Eduardo Galeano-
De ahí que el teléfono móvil se haya convertido casi en una extensión del cuerpo, pero también de la persona. La mano de las personas ya no termina en los dedos, sino en el teléfono. Las orejas ahora terminan en los audífonos. La boca, en el micrófono. Y todo el mundo parece más interesado en hacer presencia en el mundo virtual, que en el real.
El móvil, ¿un medio o un escudo?
Cuando uno mira a tantas personas pendientes de su móvil a todas horas, se pregunta qué será eso tan importante que están mirando o cuál será esa actividad tan determinante que los absorbe todo el tiempo en las pantallas del teléfono. Lo desconcertante es que si se mira en detalle, lo que tanto llama la atención de los usuarios es, por lo general, algo completamente baladí.
Parece haberse instalado una compulsión que lleva a “estar conectado” todo el tiempo para mantenerse al tanto de lo que ocurre en el mundo virtual: las redes sociales, las noticias, el WhatsApp, o lo que sea. Y lo que ocurre usualmente son hechos insignificantes que, sin embargo, despiertan la mayor atención.
Con el móvil, la gente vagabundea por la red. Va de una página a otra, de una red a otra, buscando algo que le resulte interesante. Es un trasegar eterno, una especie de caminar errante o de itinerancia, que ayuda a pasar el tiempo, pero también a abstraerse (¿o defenderse?) del mundo real circundante.
Tener los ojos puestos sobre el móvil equivale a ponerse un letrero que les dice “Por favor, no molestar” a los presentes.
Con un móvil en la mano, “ya nadie está solo”. Ya nadie tiene que afrontar el hecho de tenerse solo a sí mismo en una situación determinada. Con el celular en la mano ya no es necesario encontrarse con la mirada de los demás, ni fijarse en el lugar que nos circunda, ni tender un puente de comunicación con el que está al lado. El teléfono termina convirtiéndose en una coraza invisible que aísla y protege.
Más cercanía y más distancia
La paradoja de toda esta situación es que las personas parecen cada vez menos capaces de experimentar la soledad y que, a la vez, se sienten más solas que nunca. Lo primero se expresa en esa necesidad compulsiva de “estar conectados”. Lo segundo, en esa dificultad cada vez mayor de establecer vínculos con los demás sin la mediación de la tecnología.
Los móviles nos han enseñado a ver todo lo que pasa en el mundo a través de una pantalla. Hay personas que experimentan una profunda angustia, que a veces raya en el pánico, cuando no disponen de su teléfono. Es como si se sintieran perdidos, aislados, excluidos del mundo. Como si por fin tuvieran que vérselas a solas consigo mismos y esto fuera un trance aterrador.
El móvil se ha convertido en el mejor amigo de muchas personas. Sin este aparato, se sienten irremediablemente solos.
Más que en un medio para comunicarse con quienes están lejos, cuando se hace necesario, el teléfono celular hace las veces de un escudo para enfrentar un entorno que, evidentemente, perciben como amenazante. El móvil ayuda a eludir una cierta sensación de vulnerabilidad.
En el mundo virtual es más fácil romper las barreras, manteniendo las distancias. Acercarse a otros sin quedar expuestos al desafío de mirarlos y que nos miren a los ojos. El móvil y la comunicación que se establece a través de él nos ayuda a camuflarnos un poco, a “retocar” nuestra imagen, a controlar mejor lo que deseamos dejar ver. Es así como el móvil termina siendo ese mejor amigo que secunda nuestras extravagancias sin decir ni “mú”.